sábado, 6 de agosto de 2011

Se cae el porvenir

En el mundo hay revuelos ya que sobran motivos para su existencia. Solamente en África, alrededor de doce millones de personas se están viendo afectadas por la sequía y la hambruna. Esto crea una crisis alimentaria y humanitaria que nos concierne a todos y no es exclusiva de un solo continente o país. Esta realidad lleva años existiendo, y lo que es peor, lleva décadas incrementándose la gravedad de la inequidad e injustica alrededor del mundo. Al ver la situación del Cuerno de África, todo lo demás podrá parecernos poca cosa, pero afortunadamente ya muchos no lo ven así. Yo argumentaría que la situación en nuestro país no se queda para nada atrás, y en algunas cuestiones puede que sea incluso peor. Por consecuencia, nos encontramos en las noticias con el rompimiento del diálogo entre el Movimiento por la Paz de Javier Sicilia y el Legislativo, por haber el segundo incumplido su palabra al excluir las voces y propuestas del contingente en el dictamen de la Ley de Seguridad Nacional. El desenlace y el fruto que provenga de este gran esfuerzo ciudadano, ya desde hace tiempo es poco esperanzador, ya que desde un principio supimos que los poderes fácticos de nuestro país no tienen la más mínima intención de reconocer ni tomar en cuenta los intereses de su país y sus conciudadanos.

Porqué será entonces que en países cuya situación es claramente mejor a la nuestra, estamos observando más conmoción. En parte podrá ser, desafortunadamente, porque en países como Chile y España estamos viendo una represión irracional e injustificada. Pero cuáles son las demandas. Las mismas del resto de la población mundial, como lo vimos hace algunos meses en Egipto: mayor acceso a la educación pública y de calidad, mejores y suficientes oportunidades de empleo, mayor aporte estatal, que se deje de lucrar con el sector público… una salida a la pobreza y hundimiento que parece nos alcanzará práctica y eventualmente a todos. Será justo que se encarcele y agreda a manifestantes que piden tan elementales y lógicas demandas, o que en el mejor de los casos, aquí y en todos lados, los gobernantes responden fría y mediocremente, como si no tuvieran responsabilidad o deber alguno. Y qué sucede cuando nos inconformamos, los ciudadanos del mundo, con tal respuesta: gases lacrimógenos, chorros de agua a presión, detenciones, heridos… Qué se pretende, ¿invisibilizar el enojo, la injusticia, el hartazgo?

Me preguntó cuál será la opinión de un personaje como Sicilia de la situación que ocurre con los chilenos, en su mayoría jóvenes y estudiantes que enfrentan una represión brutal. A todas luces observamos un movimiento más radical que el que se ha conformado en nuestro país, pero esto no es justificante para tal respuesta del estado. En nuestro caso podríamos pensar que nuestro estado es entonces menos represivo, pero esto no es del todo cierto, su indiferencia también es dolorosa. Más aparte, la represión podrá no ocurrir en las manifestaciones que han podido pasar desapercibidas por nuestras autoridades al no prestarles atención, o quizá porque en número no somos tantos. Pero qué decir de la represión y violaciones militares en varios estados de nuestro país. A qué nos ha llevado un movimiento que condena incluso el uso de malas palabras o insultos a una figura presidencial que da material de sobra para despreciar e infamar. Es extremadamente admirable la actitud de una persona que puede resistir y anteponerse al dolor de perder a un ser querido y aun así no sucumbir a la confrontación. Sin embargo, estos personajes surgen en nuestro mundo como la excepción a la regla, la mayoría de los seres humanos necesitamos un desahogo más enérgico al ver que se derrumba nuestro futuro y se nos despoja de un porvenir llevadero. No cabe duda que como escribió Silvio Rodriguez: “La era está pariendo un corazón, no puede más se muere de dolor. Y hay que acudir corriendo pues se cae el porvenir… Debo dejar la casa y el sillón, la madre vive hasta que muere el sol, y hay que quemar el cielo si es preciso por vivir, por cualquier hombre del mundo…”

Agentes de cambio

La organización global Changemakers, o Agentes de cambio, es una que promueve competencias a nivel mundial para identificar y conectar a los ‘innovadores sociales’, por así llamarlos, con los implementadores del cambio, llámense gobiernos, empresarios, profesionistas, etcétera. Podría decirse que esta organización apoya a los emprendedores sociales de este mundo. De este modo, se acaban de anunciar tres ganadores en una competición que se tituló “Vivienda urbana sustentable: Colaborando para lograr ciudades vivibles e inclusivas”. Esta competencia se puso en marcha anticipando la próxima Cumbre de las Américas que tendrá lugar en Colombia el próximo abril, reunión en la cual varios Jefes de Estado debaten y se comprometen a llevar a cabo acciones para enfrentar algunos de los desafíos con los que nos enfrentamos hoy en día. Como alguien interesada en temas de urbanismo, fue emocionante tan sólo el leer las entradas y la lluvia de ideas que de ellas provenían, así como observar, que si no estuvimos entre los ganadores, México sí tuvo participación y dos entradas de proyectos llegaron a ser parte de los once finalistas (de casi cien proyectos).

Uno de los tres ganadores proviene de Búfalo, NY, en donde el veinte por ciento de sus edificios o viviendas están vacíos o desocupados; las cuentas de gas y electricidad se encuentran entre las más altas del país; más del cincuenta por ciento de los hombres afroamericanos están desempleados; y donde por consiguiente se propone que la esperanza se sustente en una nueva economía verde. El proyecto se llama ‘Zona de desarrollo verde’, y la organización que lo promueve se ha dedicado a revitalizar diversos barrios o colonias al oeste de Búfalo. Se dice entonces, que en este proyecto, no se promueve la sustentabilidad como un modo de vida sino como un modo de supervivencia. Se asegura que no hay mejor manera de prosperar que crear empleos verdes y que transformen el lugar en donde vive una comunidad. Construcción sustentable, rehabilitación, aislar o insular viviendas, hacer uso de tecnologías sustentables como la solar y geotérmica, producción de alimentos a nivel local, transformación de terrenos baldíos en espacios verdes… así es como se plantea proveer de oportunidades económicas, acceso a servicios y alimentación y en general educación y cambio social. No cabe duda, que ante tales iniciativas, instituciones bancarias y públicas no pueden hacer oídos sordos ni dejar de colaborar en el desarrollo de sus ciudades y países.

En Buenos Aires, Argentina, una ciudad de catorce millones de habitantes y fuertes contrastes, casi medio millón de personas pagan renta para asentarse en viviendas informales o abandonadas. Se pagan hasta cinco mil dólares americanos en el mercado negro para construir o comprar cuartos de lámina para que lo habiten familias de seis o más en el afán de tener una especie de refugio. Cualquier lluvia lo inunda todo; el viento se lleva los techos que tienen que ser remplazados por bolsas de plástico; aun cerca de abundantes ríos, el agua es un recurso escaso y casi inexistente para miles de familias, ya no digamos agua caliente, gas o luz; las condiciones de vida son insalubres, precarias e inseguras. Paradójicamente, la capital argentina también está plagada de edificios inhabitables o inhabitados, provocando que incluso distintas familias tengan que compartir una pseudo-vivienda para dormir, cocinar, en fin, sobrevivir. Por tanto, Hábitat para la Humanidad Argentina, ha proyectado el ‘reciclar’ viviendas urbanas para que puedan ser rentadas por miles de familias en necesidad de una vida digna. Con revitalizaciones sustentables y sensibles a las necesidades sociales de la gente, se pretende proveer de oportunidades para que la población marginada deje de serlo.

El tercer ganador en mención, proveniente de Sao Paolo, Brasil, describe a las ciudades como organismos vivientes con grandes sistemas digestivos que muchas veces son ineficientes al acumular basura o no proveer de la vivienda necesaria para sus habitantes. De esta interesante analogía, surgió y se desarrolló un innovador sistema que transforma los desechos en materiales de construcción con el afán de ayudar a sanar los ‘problemas digestivos’ de la ciudad. Esta tecnología patentada combina desechos con resinas orgánicas para producir materiales de construcción renovables para edificar viviendas no sólo sustentables, sino también económicas para una porción de la sociedad que necesita de ellas. Pero su labor no ha parado en la producción de materiales, sino que los Curadores da Terra, han desarrollado tres leyes de ‘Cero Desechos’, para así pavimentar el camino a la reproducción de sus iniciativas a nivel nacional.

Los anteriores son ganadores al haber presentado los tres proyectos más completos e íntegros en la creación y diseño de vivienda urbana sustentable. Sin embargo, son muchos más los ganadores al haber puesto en la mesa propuestas, ideas y diálogos que deben forzar a los líderes de América y el mundo a convertirse en propulsores de cambio, innovación y sustentabilidad, tanto social como ambiental. En general, al revisar los proyectos nos damos cuenta que las estrategias planteadas son cuidadosamente aplicadas a las condiciones y necesidades de una región en particular, pero que, sin embargo, existen verdades universales que podrían replicarse en otros rincones del mundo. Qué fue entonces lo que se propuso para nuestras ciudades y país.

En México, uno de los proyectos finalistas se enfocaba en la ciudad de Aguascalientes, misma que ya presenta problemáticas de expansión urbana mal planteada, transporte, congestión vehicular, etcétera. Frente a este escenario, el enfoque es un proyecto de vivienda de interés social que promueve el uso mixto del suelo (residencial, comercial, laboral, etcétera), una urbanización peatonal, fomento al uso de transporte sustentable (como la bicicleta), alta densidad, suficiente espacio público, y transporte público eficiente y conectado al resto de la ciudad. Se afirma, que desde el año pasado, se han puesto en marcha varias de estas recomendaciones en la capital hidrocálida, lo cual sería un gran ejemplo en un país cuya vivienda social es frecuentemente relegada a las afueras de la ciudad, alejada de servicios y carente de vitalidad, conforte y oportunidades para sus residentes.

En Tabasco también se presentó una iniciativa que hasta el momento ha auxiliado a alrededor de cincuenta familias a construir sus casas. La organización Ecoblock International ha asistido en la construcción de viviendas sustentables prestando una maquinaria que elabora de manera inmediata ladrillos de tierra compactada o Eco-blocks, cien por ciento ecológicos. Se apoya de esta manera el trabajo de diversas comunidades con maquinaria y voluntarios para que mediante el diseño participativo se logre un sistema constructivo ecológico. Al final del día, varias familias se quedan con un patrimonio sustentable. Si tan sólo se recibiera el apoyo necesario del gobierno, sería inimaginable el alcance que tendrían estas acciones que ahora se limitan a unos cuantos cientos de personas.

Pero las buenas ideas nos inundan también más allá de nuestras fronteras. En India, uno de los proyectos finalistas se centra en los barrios bajos o slums de diversas ciudades de este país, en donde se pidió al gobierno e instituciones privadas invertir en servicios básicos para las comunidades más marginadas. El resultado ha sido que las poblaciones que antes utilizaban gran parte de su tiempo y esfuerzo en recolectar agua para sobrevivir, ahora se ha convertido en posibilidad de trabajo e ingreso o educación para miles de hindús en los últimos años. Otro proyecto finalista en India se centró también en la problemática de los barrios bajos o arrabales, lo cual no es de extrañar ya que es en donde viven alrededor de un billón de personas a nivel mundial. A estos lugares de informalidad, pobreza, hambre y enfermedad, se les puede ver también como comunidades de gran intercambio y solidaridad social e incluso económica. Por consiguiente, en el afán de acercarnos a ciudades socialmente inclusivas, se ha propuesto proveer a estas comunidades, que generalmente son excluidas del sistema financiero, de micro-préstamos y financiamiento para que puedan acceder a una vivienda legal, segura y digna. Paralelamente, se les da asesoría de diseño, ingeniería, costo y materiales para mejorar las condiciones en las que viven.

Continuando con ideas esperanzadoras, en Kenia se propone trabajar en la creación de una red de espacios públicos productivos que sean sustentables ambiental, social y económicamente. Terrenos que habían sido por años basureros, se convierten, con el trabajo y la colaboración de la gente, en jardines, salones educativos, espacios de juego o esparcimiento, etcétera. Casi al otro lado del mundo, en Haití, después del terremoto que devastó al país el año pasado, organizaciones nacionales e internacionales comenzaron a inspeccionar el daño estructural de cientos de edificaciones, con lo cual se observaron los mismos errores constructivos una y otra vez. Por consiguiente, se ha estado entrenando a miles de trabajadores para construir edificaciones resistentes a futuros terremotos.

Debe reconocerse, que en la mayoría de los casos, es la sociedad u organizaciones civiles los que brindan iniciativas y soluciones a las problemáticas que nos aquejan hoy en día. El hecho es inaceptable, ya que deberían ser los gobiernos de cada país, los que dieran solución y alivio a nuestros malestares, o mínimamente, un mayor apoyo a las ideas que, ahora nos damos cuenta, no faltan en el planeta. Sin embargo, es bueno darse cuenta, aunque pueda parecernos imperceptible cuando nos encontramos rodeados de malas noticias, injusticia, inequidad y desesperanza, que el cambio se está dando en varios y diversos rincones de nuestro dolido planeta.

martes, 12 de julio de 2011

Seamos realistas y hagamos lo imposible

“La única lucha que se pierde es la que se abandona.” – Ernesto ‘Che’ Guevara

Tengo que admitir que me he encontrado falta de inspiración y entusiasmo para escribir, como casi a diario lo hago, acerca de temas que me parecen relevantes; no cabe duda que la inspiración es necesaria para cualquier redactor y no sólo para los que escriben poemas sublimes o composiciones armónicas. Si bien intento siempre escribir de temas que me son familiares y de los cuales tengo conocimiento o aproximación a ellos por mi profesión, en esencia para mí tienen un profundo contenido social y hasta político. Puede no parecer así a simple vista, pero mi compromiso e ideal es el luchar desde mi trinchera por un mejor panorama para mi entorno, país y más allá, en todos los sentidos. Pero, debo decirlo, aunque siempre he sostenido que la esperanza y la lucha deben ser lo último que muera, ya que sin estos componentes todo pierde sentido, en estos momentos lo veo todo gris, oscuro, nublado, frío… esta realidad me duele de sobre manera. Algunos de ustedes podrán ya suponer que parte de mi ánimo se debe a los comicios que acaban de darse el fin de semana pasado en diferentes regiones de nuestra dolida nación, y no se equivocan. Sin embargo, no estoy segura de tener nada que decir o querer hacerlo; habiendo leído y escuchado un sinfín de opiniones en los días pasados, me encuentro sin energía o disposición para elaborar más al respecto.

Sin embargo, este show llamado vida debe continuar, y de este modo, mi esperanza (así como un gran miedo, debo aceptarlo) se resguarda en la ciudad que me ha dado cobijo en los últimos tres años; una que admiro y de la cual he aprendido y disfrutado enormemente. Con todos sus bemoles, veo en la capital de nuestro país la apertura y el progresismo que podría, algún día (esperemos no muy lejano), sacarnos adelante. En la posibilidad de que esto suceda, desafortunadamente se nos cruza nuevamente en nuestro camino una disciplina que debería ser gloriosa y en cambio es casi siempre infame, la política. Junto con las elecciones para elegir al ejecutivo federal el próximo año, donde me gustaría utópicamente pensar que todo puede pasar y realísticamente prefiero sacarlas de mi mente, se decidirá también el futuro de la capital mexicana mínimamente por seis años, o quizá por mucho tiempo más. No pretendo hacer un análisis político ya que ni estoy calificada ni dispuesta. Lo que sí me gustaría es que los que formamos, de una u otra manera, parte de esta gran urbe, comencemos seriamente a analizar qué es lo que necesita esta metrópoli primero y nuestro país después, para alcanzar un futuro viable y alentador. ¿Qué se ha hecho bien? ¿Qué se ha hecho mal? ¿Qué no se ha hecho?

Claramente, yo puedo decirles que mi visión considera que no hay más alternativa que la izquierda, para todas y cada una de las regiones de nuestro país, creo que una buena porción de Latinoamérica nos lo ha demostrado, junto con nuestras múltiples derrotas ahora que nos encontramos pegados a la derecha. Pero qué significa esto en términos reales para encontrarnos en una ciudad y país que nos haga sentirnos seguros y prósperos. Qué componentes o políticas ayudarán a nuestra economía y viabilidad social. Varios expertos y políticos han comenzado a opinar (o a hacer campaña). Pues bien, regresando a mis temas en cuestión urbana existen muchos puntos a analizar: movilidad, desechos urbanos, acceso al agua, informalidad, servicios básicos, infraestructura, obra y espacios públicos, inequidad social, educación cívica y urbana, oportunidad e interconexión social, participación civil, sustentabilidad, turismo, apoyo a ciencia y tecnología, apoyo al sector cultural… En fin, hay mucho que hacer, sin dejar de reconocer que algunos caminos ya se han comenzado a trazar. Para lograrlo, nuestros próximos gobernantes no sólo necesitarán un conocimiento profundo de estos y muchos otros temas más, sino que también deberán estar rodeados de profesionistas capacitados y no de amistades, adeudos de campaña o intereses particulares. Sólo el compromiso público a corto, mediano y largo plazo deberá imperar.

El rumbo que debemos de seguir como sociedad-gobierno, en una de las ciudades más grandes y habitadas del mundo, es aquel que nos conduzca a más y mejores iniciativas de transporte público; recuperación de espacios verdes y públicos; acceso a vivienda digna (entre otras cosas como salud y educación); revitalización y cuidado de zonas rurales en la ciudad; reducción de emisiones de gases de efecto invernadero; recarga de mantos acuíferos; protección de suelo de conservación; recolección de aguas pluviales; mejor manejo y cuidado de nuestros recursos naturales; tratamiento de aguas; participación ciudadana en la política pública; erradicación del analfabetismo; oportunidades para las nuevas generaciones; etcétera. Cuando los gobiernos implementen las políticas públicas antes mencionadas de manera eficiente y completa, será cuando podamos empezar a ver el amanecer y un rayo de luz después de la tormenta. Pero eso no sucederá a menos de que nuestra exigencia y demanda sea dura, persistente e inamovible.

“Si el presente es de lucha, el futuro es nuestro.” – Ernesto ‘Che’ Guevara

lunes, 4 de julio de 2011

Mejor crear que copiar

Hace un par de días me topé con la noticia de que desarrolladores en China se encontraban en el proceso de construir una réplica exacta del pueblo austriaco Hallstatt en la provincia de Guangdong ubicada en la costa sur del país asiático. Obviamente la idea me pareció absurda y más aún al darme cuenta de las críticas e inclusive los posibles problemas legales a los que se enfrentarían por copiar desde tiendas hasta viviendas a la medida exacta. Sin embargo, apenas una semana más tarde, me encuentro con que en un pequeño poblado de Israel se pretende hacer lo mismo con el pretexto de que el lugar necesita ser ‘revitalizado’. El lugar se llama Yehud y se encuentra al este de Tel Aviv; inconforme con su identidad, su alcalde pretende transformarlo en el distrito Bella Lugano, y adaptarlo a la imagen de la ciudad de lengua italiana y nacionalidad suiza del mismo nombre. No puedo más que conjeturar, que si va a comenzarse este proyecto debe ser porque los recursos son suficientes y permisivos, pero sobre todo, porque no existe la visión política, arquitectónica ni urbana para pensar en un millón de maneras distintas y mejores de gastar el dinero para revitalizar un poblado o ciudad.

El alcalde Yossi Ben David afirma que su estímulo proviene de la “magia que irradian las ciudades europeas” que lo inspiran a crear el más grande y ambicioso proyecto urbano en Israel. Yehud, ciudad construida sobre las ruinas de un antiguo pueblo árabe, ha sido descuidada hasta convertirse en un vejestorio que acciones simplistas, como la de abrir malls, han sido claramente insuficientes para atraer población, comercio y vitalidad. Entonces ahora se ha decidido tomar acciones drásticas (aunque sin mucho fundamento), como el demoler su centro histórico, contenedor de una mezquita antigua. En su lugar se pretende construir altos edificios departamentales y tiendas cuya personalidad será regida por pórticos y columnas de diseño neoclásico. Las plazas serán cubiertas por árboles y fuentes (pieza arquitectónica favorita del alcalde), junto con otro tipo de elementos apropiados por su belleza y valor histórico. Y qué pasó con la cultura local, árabe o israelí. Deberá de suponerse que no es lo suficientemente digna para el fantasioso alcalde. Un ejemplo más será este lugar de nuestra obsesión con el espectáculo y la fantasía (i.e. Las Vegas), más que con la sustentabilidad ambiental y social.

Esto es lo que pasa cuando las ciudades las planean o construyen las inmobiliarias y los bienes raíces en lugar de profesionistas y urbanistas comprometidos con el desarrollo saludable de una ciudad. Por un lado es cierto que hay mucho que aprender de muchas ciudades europeas, pero el copiar su estilo no nos llevará a ningún lado cuando cada rincón del mundo tiene su personalidad e historia. Tomemos a un país como Dinamarca como el ejemplo supremo de sustentabilidad en el mundo. En Copenhague, su capital, casi un cuarto de su población usa la bicicleta para ir a trabajar; la ciudad está inundada de plazas públicas y parques; prácticamente toda la ciudad es amigable al peatón; y para el 2050 planea usar cero combustibles fósiles (gas, carbón, petróleo). Es verdad que no es una ciudad densamente poblada, pero no cabe duda que sus principios pueden y deben ser replicados alrededor del mundo (bajo un estricto análisis que se adecue a cada región). Pero no por esto vamos a cubrir al mundo entero de torres medievales, iglesias barrocas o arquitectura del siglo XVIII y XIX (fascinada a su vez con los estilos neoclásico, rococó y gótico), diseños característicos de la capital danesa, cuya mezcolanza es prueba de que cada época de la historia humana y cada región del mundo debe tener su espacio y personalidad.

Es indudable que los tiempos modernos requieren de gran creatividad e innovación para encaminarnos hacia un futuro viable. Si la nueva ciudad israelí se cimenta en una adoración visual muy probablemente fracasará en el intento de renovarse y recobrar la vitalidad perdida. Sin embargo, si su fundamento es la admiración por lo que se ha hecho correctamente en otras partes del mundo, (uso mixto en centros urbanos, ciudades que se acerquen al peatón y se alejen del coche, etcétera), entonces quizá podrá caminar hacia un futuro más prometedor. Es como lo ven los daneses, sacrifican una gran parte de sus salarios pagando impuestos para recibir a cambio un lugar limpio, saludable e increíble para vivir. Ojalá esta visión de las cosas fuera una lección para nosotros y nuestros políticos e implementadores de políticas públicas.

Choque de ideas

En múltiples artículos, ya sea de manera central o secundaria, he construido el argumento de lo negativo que resulta el uso excesivo del automóvil para nuestra salud personal y ambiental, particularmente en grandes urbes como lo es la capital de nuestro país. Sin embargo, me gustaría retomar el tema una vez más. El día de hoy, miércoles 29 de junio, se dio un debate apasionado en las páginas del New York Times, surgido por el artículo del urbanista norteamericano Sam Staley, ‘The Right to Travel’ (‘El derecho a viajar’). Su argumento nos orilla a dos conclusiones: que el señor está fuertemente subsidiado por compañías petroleras y/o automotrices, o que quiso establecer un record de comentarios en contra de él por gran parte de sus colegas y de su disciplina. Staley afirma que los urbanistas europeos, al desalentar el uso del automóvil, implementan políticas sin pensar en la gente, a la cual, afirma, le brinda una mayor satisfacción y movilidad el usar su automóvil personal, que lo que le brindaría cualquier otro medio de transporte. También asegura que el transporte público incrementa los tiempos de transporte y reduce la accesibilidad de las personas a trabajos y servicios. Por consiguiente, en su conclusión asevera que el gobierno norteamericano es más sensible y responsivo a las necesidades de su sociedad que los gobiernos europeos.

Tales declaraciones son impactantes al saber que, fuera de contadísimas excepciones, el transporte público en la mayoría de las ciudades estadounidenses es infame, costoso y casi inexistente. Paralelamente, aunque pensemos que en la Ciudad de México somos los únicos que sufrimos, en varias urbes de Estados Unidos (quizá la más notoria de ellas sea Los Ángeles), el tiempo promedio que pasa un individuo en su automóvil es de dos a cuatro horas. Por tanto, obviamente las declaraciones de los miembros del ríspido debate en el NY Times no tardaron en llegar. Se cuestionó si el autor del artículo habría alguna vez recorrido el centro histórico de alguna ciudad europea y se sostuvo que la disminución del uso del automóvil crea ciudades verdaderamente habitables y disfrutables tanto para residentes como para turistas. Otro de los argumentos respondía que ciudadanos de grandes urbes como Tokyo o Londrés sabían que al estar en un apuro la opción era el uso del transporte público que agiliza y no entorpece su movilidad. Otro ejemplo que se puso a relucir fue el de países como Dinamarca o Suiza, cuyos gobiernos promueven un desarrollo urbano compacto y el uso del transporte público porque hace sentido económico, social y ambiental (los habitantes de Zúrich VOTARON por el plan de restricción del automóvil, no se les impuso). La densidad de la mayoría de las ciudades europeas, junto con el esfuerzo que han puesto en proveer de transporte público eficiente y suficiente permite que sus habitantes tengan la opción y libertad de dejar sus automóviles en casa. Estas personas no se ven forzadas bajo un esquema socialista como quiso ejemplificarlo Staley, sino que realmente prefieren usar el transporte público (donde pueden leer o descansar mientras se transportan en lugar de estresarse varados en el tráfico) y tener la opción de caminar en lugares abiertos y seguros. De este modo, los coches se relegan al uso estrictamente necesario o para viajar en fin de semana, y las ciudades son realmente para los ciudadanos, no sólo para los automovilistas. Es la experiencia de los gobiernos y urbanistas europeos (junto con su genuina atención a las demandas y el bienestar de la gente) lo que permite que esta realidad sea posible.

Por el contrario, el subestimar los procesos de planeación urbana europeos y plantear que el uso del automóvil en Norteamérica es sinónimo de apertura y libertad es una acción claramente errada. De la única manera que podría argumentarse que Estados Unidos toma más en cuenta las necesidades de su gente que Europa, sería por el hecho de que las corporaciones norteamericanas son vistas como personas por la Suprema Corte, ya que las elecciones y campañas son regidas por los intereses de los barones del petróleo; sin su apoyo nadie sería jamás electo. De esta manera, Estados Unidos se ha creado y trazado alrededor del automóvil y los intereses de sus creadores y promotores. Estos son los intereses que realmente han evitado la creación de la infraestructura necesaria para la implementación de sistemas suficientes y eficientes de transporte público. Y lo peor de todo es que, muchas veces, el manejar en Estados Unidos significa esquivar baches, soportar los malos señalamientos, pasar horas en el tráfico, sufrir al buscar estacionamiento carísimo, gastar en gasolina y contaminar el medio ambiente, etcétera (así ni cómo sentirse en el ‘primer mundo’). Pero nadie quiere pagar impuestos para mejorar su realidad porque no vayan a decir que son comunistas y los pocos impuestos existentes se utilizan para subsidiar a los magnates de las compañías petroleras (porque es de socialistas usarlo en transporte público, ¡ni Dios lo quiera!). El urbanismo en este país entonces se reduce a seguir órdenes de compañías petroleras o automotrices y la supuesta libertad a pasar casi un quinto de tu vida en el automóvil (pero eso sí, privado y sin tener que convivir con nadie más). Para qué caminar o usar la bicicleta si pueden vivir permanentemente pegados a sus vehículos; ¡qué viva la obesidad y las enfermedades cardiovasculares!

A dónde se necesitará llegar para que en Estados Unidos y otros países, como el nuestro, se respalde la creación de infraestructura eficiente de transporte púbico para lograr despegarnos de nuestros automóviles (y no electoreramente asegurar que se eliminará la tenencia vehicular en estados tan problemáticos vehicularmente como el mexiquense). Cómo hacerle para darnos cuenta que será ésta una situación en la que todos ganemos. Al ritmo en el que vamos, en el que cada coche transporta generalmente una sola persona, la pregunta debiera ser cómo reducir o revertir tal realidad. Y la respuesta indudablemente es: invirtiendo en otros tipos de transporte, brindando otra opción; esto realmente nos daría libertad… Ya que estamos en el tema del automóvil, me gustaría comentar que hace unos días fui al cine a ver Cars 2, película animada para niños. Tengo que admitir que me impactó el fuerte mensaje de esta película en contra de las poderosísimas compañías petroleras, excelente mensaje y aprendizaje para futuras generaciones que rara vez proviene de la industria del cine y la televisión (particularmente la norteamericana). ¡Bravo!

Inundando nuestro futuro

Desafortunadamente, no es la primera vez que escribo acerca de este tema. Como tantos otros analistas, año con año tenemos que encontrarnos con la noticia de inundaciones y afectaciones en el estado de México. Es inevitable, como ciudadano independiente, no tomar este tipo de eventos en cuenta para determinar lo inviable que resulta sostener a gobiernos que por décadas han mostrado ineptitud y desinterés por remediar un mal previsible y por todos conocido, mientras miles de hogares del estado de México se inundan y con ello se afecta enormemente la vida y patrimonio de miles de mexiquenses de manera recurrente. A nivel local y federal se demuestra una vez más la nula voluntad política para evitar que un fenómeno natural resulte en el insalubre derramamiento de aguas negras sobre múltiples viviendas en esta zona del país. Sólo nos queda suponer que los políticos de este estado han tenido siempre otras preocupaciones y sus delirios de grandeza han evitado cualquier tipo de acción necesaria para prevenir los desastres que se han vuelto a dar en estos días. La repetida auto-exculpación de los políticos y funcionarios sólo puede provocarnos enojo e indignación, como en el caso del ex presidente de Ecatepec, ahora aspirante a gobernador, Eruviel Ávila, quien en sus repetidos mandatos no ha podido solucionar o aliviar tales problemáticas en dicho municipio.

Otro funcionario al que le gusta evadir responsabilidades es al secretario de Agua y Obra Pública del estado de México, David Korenfeld, quién no sólo culpa a la Conagua (que en efecto es responsable), sino también al Gobierno del Distrito Federal por no garantizar un buen trabajo de bombeo. Podría perfectamente argumentarse que se necesita trabajar de manera conjunta en el caso del DF y el estado de México, pero de ninguna manera puede culparse a un gobierno externo de los males propios. El que estas situaciones climatológicas se salgan del alcance de cualquier gobernante es inaceptable. En estos días, los municipios más afectados son los de Ecatepec (cuyo presidente electo para el mandato 2009-2012 se encuentra en campaña electoral) y Nezahualcóyotl, dejando a más de tres mil damnificados. Es de suponer que las recomendaciones que se han hecho desde hace más de diez años por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos para que se tomaran las medidas necesarias para evitar las periódicas inundaciones en varios municipios del estado de México no han sido suficientes ni para los organismos federales competentes, ni para los gobiernos del estado de México a todos los niveles. Varios funcionarios y gobernantes tienen la obligación de solucionar las problemáticas de infraestructura que permiten que estos desastres ocurran y crear estrategias para prevenirlos, en lugar de sólo tomar medidas insuficientes después de que los fenómenos atmosféricos tienen lugar.

Hace menos de tres meses, Felipe Calderón se dio el lujo de asegurar que nunca más habría inundaciones catastróficas gracias a la nueva planta de bombeo en Ixtapaluca que justo estaban inaugurando él, junto con el gobernador mexiquense, Enrique Peña Nieto y José Luis Luege Tamargo, director de la Comisión Nacional del Agua. Sin embargo, poco más de un mes después, los diques del canal de La Compañía reventaron e inundaron miles de viviendas, así como inhabilitaron la autopista México-Puebla; ahora, tres meses después, se repite el desastre en Neza y Ecatepec, donde en algunas casas el agua alcanzó metro y medio de altura. Podemos ver entonces, que estos no son realmente desastres naturales, sino políticos al no poder brindar seguridad a las comunidades que supuestamente se gobiernan. De este modo nos vemos forzados a hacer un triste recuento de los últimos años: en mayo del 2007, a causa de las lluvias de temporada, se produjeron fuertes encharcamientos y se inundaron cientos de viviendas en Ecatepec e Ixtapaluca por el desbordamiento del canal de aguas negras Guadalupe Victoria; en agosto del mismo año, el mismo fenómeno desbordó otros dos canales de aguas negras causando inundaciones y afectación de viviendas en Ecatepec, Naucalpan, Tlalnepantla y Atizapán; un año después, el canal Guadalupe Victoria se desbordó varias veces e inundó cientos de viviendas; en octubre del 2009 murieron tres personas por inundaciones de hasta dos metros en Ecatepec, uno de los varios municipios donde miles de viviendas fueron cubiertas por aguas negras de distintos canales; el año pasado se provocaron las peores inundaciones en diez años al norte de Nezahualcóyotl y al sur de Ecatepec, mismo año en el que Peña Nieto sostuvo que no habría obras que impidieran más inundaciones alrededor del río de Los Remedios y La Compañía (qué poco reconfortante puede ser en ocasiones el escuchar la verdad).

Desafortunadamente, la anterior no es ni cercanamente una lista exhaustiva de las catástrofes que han ocurrido en territorio mexiquense. Quizá, de manera parcial, quise estudiar los directamente relacionados con Ecatepec, municipio que se jacta Eruviel Ávila de haber gobernado. No soy del estado de México, pero de igual manera me duele el maltrato y el mal gobierno que se da en esa entidad. Me mortifica también el pensar en la abrumadora ventaja que lleva un candidato cuyo partido le ha hecho tanto daño a una región de México, así como el hecho de que su triunfo gubernamental pueda ser decisivo para el rumbo de nuestro país por varios años. Me considero apartidista y de ningún modo es este un intento de proselitismo político, aun cuando pueda tener ciertas ideas, visiones y preferencias políticas. Interesada y conocedora del estudio urbano, es en el rubro que puedo calificar al estado de México con un pésimo desempeño desde hace décadas y particularmente ahora, aunque como ciudadana pueda reprobar muchísimas otras acciones o falta de ellas en aquella entidad. Me preocupa, que así como miles de mexiquenses no pudieron rescatar lo más elemental de su patrimonio en días pasados, se vean el próximo fin de semana inhabilitados para rescatar su futuro, y con ello, probablemente el del resto de los mexicanos.

Quiero vivir afuera

Pocos mexicanos vivimos realmente en condiciones idóneas y saludables. Si nos preguntaran habría cientos de cosas que nos gustaría cambiar del lugar o las circunstancias en las que vivimos. Quizá tenemos ideas claras de cómo algunas situaciones podrían presentarse de manera diferente y mejor, y por otro lado hay también varios factores negativos que ignoramos de las condiciones en las que vivimos. Cuántos en la Ciudad de México y área conurbada no vivimos en lugares que nos gustaría fueran más apacibles y silenciosos, quizá menos transitados por automóviles, sin por ello sacrificar cercanía a centros de entretenimiento o servicios. Cuántos más espacios públicos serían necesarios también para alcanzar una buena calidad de vida, no sólo para los capitalinos, sino para el resto de los mexicanos. Y cuantos espacios públicos existentes realmente cumplen su cometido de proveer de espacios confortables y atractivos para usar y disfrutar.

Un académico y urbanista realizó un estudio de tres calles (o cuadras) de San Francisco, California, las tres muy similares en tamaño y composición. La diferencia más notable residía en sus flujos vehiculares, desde una con flujo muy ligero, hasta otra con tráfico pesado. Obviamente este hecho a su vez producía una notable diferencia en términos de contaminación, ruido, inseguridad, etcétera. La calidad de vida se notaba claramente disminuida por un centenar de razones en la calle con tránsito vehicular abundante. Pero la diferencia se hacía aparente también en cuestiones que uno no se imaginaría de primera intención. La gente que vive en una calle con tránsito pesado tiende a no conocer a sus vecinos ni formar relaciones cercanas con la gente que le rodea. Por el contrario, la gente que vive en calles con poco flujo vehicular suelen estar perfectamente familiarizados, no solamente con sus vecinos, sino también con sus alrededores; saben perfectamente las tiendas o establecimientos que existen en su calle, y por ende apropian toda la cuadra sintiéndola parte de su hogar.

Puede parecer un análisis simple a primera vista, pero las implicaciones de sus resultados son importantes. Debiera ser evidente que el lugar en donde vives te debe brindar confianza y lo ideal sería que te entusiasmara el recorrerlo, conocerlo y disfrutarlo, más allá de las cuatro paredes a las que llamas hogar. Lo ideal sería que tus hijos tuvieran un espacio para salir a jugar sin sentirse inseguros a causa de algunos locos que se encuentran detrás del volante, y tener esto no tendría por qué significar el tenerse que mudar a suburbios alejados de la ciudad y todos sus placeres y servicios. En este punto también cabe analizar el rol importantísimo que juegan los espacios públicos para que la infancia y juventud de futuras generaciones no tenga que centrarse en centros comerciales o de consumo. Claro que aparte de en general ser insuficiente, la historia de nuestro espacio público no siempre ha sido memorable y el esfuerzo por diseñar espacios aptos para la comunidad muchas veces ha sido inexistente.

Por un lado, debería siempre diseñarse y planearse espacios tomando en cuenta la experiencia y opinión de la gente que los va a ocupar; no cabe duda que los conocimientos de profesionales sólo pueden verse fortalecidos por las vivencias de la ciudadanía. En segunda instancia debe venir la preocupación por la creación de lugares estéticos en ojos de diseñadores que muy probablemente tengan distintos gustos y estándares que los del resto de la población. En primera instancia debe venir el confort y la implementación de elementos que inviten a ser usados, llámense asientos, áreas verdes, etcétera. La comunidad debe sentirse dueña y parte de sus espacios públicos y encontrar en ellos varios usos, así como actividades que atraigan a otros pobladores y vitalicen el área. Para esto debe buscarse una extensa lluvia de ideas de distintas mentes y lugares (i.e. amas de casa, niños, adultos, instituciones educativas y culturales, comerciantes…). También debe observarse lo que ha funcionado y fallado en otros espacios públicos, tanto cercanos como más allá de nuestras fronteras. Y sin necesidad de proyectos muy costosos, o que tengan una estricta fecha de inicio y final, quizá a los espacios públicos debe vérseles como sitios que deben estar en constante evolución y cambio; lugares en donde se hagan aditamentos paulatinos y a largo plazo dependiendo de las necesidades que se vayan generando o del mantenimiento que siempre se irá requiriendo (lo cual tampoco deberá significar lugares mal hechos o mal planeados).

En general, nos damos cuenta una vez más que debemos adecuarnos al hecho que mientras más nos alejemos de una sociedad auto-céntrica, viviremos en ciudades más saludables y placenteras. Los centros urbanos exitosos y progresistas con viabilidad a futuro, en todos los sentidos (económico, social, ambiental, etcétera), serán aquellos que encuentren la manera para que los peatones (los seres humanos) nos sintamos más cómodos. Deberán, para lograrlo, crear nodos de interacción social, económica y laboral expedita y eficiente, al mismo tiempo que limpia y equitativa. Imagínense que tanto más positivo sería que la mayor parte de nuestras vidas no se desarrollaran en el interior de una caja de cemento, llámese casa, oficina o centro comercial, y mucho menos en una caja de metal llamada coche, sino por el contrario, en el exterior, encontrando afuera esparcimiento, cultura, conexiones sociales, etcétera.

Separando, sembrando y composteando.

Desde un punto de vista arquitectónico, empezaron a desarrollarse y ponerse de moda, desde hace algunos años, proyectos de azoteas o techos verdes que generalmente resultaban costosos y complejos de desarrollar. Sin embargo, el sábado pasado, se llevó a cabo un evento público, por parte del Gobierno del Distrito Federal y otros entes privados, para promover a Efecto Verde, organización que promueve las azoteas verdes a partir de su producto de macetas hechas de plásticos reciclados y plantas que requieren poco mantenimiento (agua y cuidado). Cabe destacar que aunque en esta ocasión, en el monumento a la Revolución, se presentó un producto específico, también se comentaron alternativas sencillas a desarrollar por ciudadanos comunes y corrientes, las cuales resulta interesante e imperante recalcar.

En una ciudad como el Distrito Federal, resulta para muchos de nosotros difícil comprometer aunque sea un poco de nuestro preciado tiempo (ya que nos gusta gastarlo transportándonos de un lugar a otro) para cuidar nuestro entorno. Otros tantos, sentimos no tener el espacio adecuado o la habilidad necesaria para hacerlo. Sin embargo, en el actual panorama y situación ambiental a nivel local y global, parece que no nos quedará ningún otro remedio, esto si queremos que la raza humana siga siendo parte de este planeta por varias generaciones venideras. Acciones a cumplir como individuos hay millones: cuidar el agua, usar transporte público, minimizar nuestro consumo de energía, etcétera. Pero regresando al tema de lo verde, color que claramente nos falta en esta ciudad y país, qué puede hacerse.

Primero que nada, separar basura, ya es obligatorio por ley, no hay vuelta de hoja ni modo de frenarlo, es nuestra obligación ciudadana. Mínimamente debemos separar nuestros desechos en orgánicos e inorgánicos, pero podríamos ir más allá: aluminio, plástico, papel o cartón… ¿Y cuál sería el siguiente paso? Precisamente enverdecer nuestro entorno, de manera económica, sustentable y sencilla. Si tenemos el tiempo y espacio necesario, qué podría ser mejor que cultivar incluso algunos de nuestros alimentos favoritos, sabiendo de dónde vienen y que no contienen herbicidas dañinos para nuestra salud. Si no, siempre podremos recurrir a nuestras adoradas cactáceas u otras vegetaciones locales que requieren poco sustento pero que nos brindan un poco más del oxígeno al que estamos acostumbrados, ya sea en nuestro jardín, azotea, terraza o pasillo (quién se va a quejar de exceso de O2 en la Ciudad de México).

Algo que podría parecernos un poco más complicado, pero solamente por nuestra desidia y mala administración de tiempo, es el compostaje. Esta sería una actividad muy efectiva para agilizar y asegurar el crecimiento pleno y sano de nuestros sembradíos y una muy buena manera de aprovechar nuestros desechos orgánicos, que al descomponerse se convierten en una excelente forma de abono. Y la teoría de que las compostas siempre huelen mal es un mito, si se hacen de la manera correcta. Comparto un par de trucos: intentar descomponer un poco nuestra comida o desechos orgánicos agiliza el proceso; no exceder el agua o humedad en la composta evitará malos olores; agregar hojas secas ayudará a mantener un equilibrio de humedad ideal; lo recomendable es poner en nuestra composta capas de alrededor de diez centímetros de cada componente (residuos orgánicos, hojas muertas y tierra); el uso de lombrices podrá acortar significativamente el tiempo en que tu tierra esté lista (de seis a tres o hasta un mes). ¡Et voilá!

El compostaje, como todo, es algo que podemos efectuar a distintas escalas, dependiendo de nuestras posibilidades. Otra acción recomendable para tener vegetación en nuestro hogar es el diversificar. Hoy en día nos gusta todo expedito y en producción en masa, este es el caso de nuestra agricultura moderna, la cual erosiona suelos y causa múltiples daños ambientales. Por el contrario, existe un concepto milenario de nuestros pueblos indígenas muy sabio e interesante, el cual se recomienda aplicar también en nuestra agricultura a pequeña escala: la milpa. Este sistema de cultivo mesoamericano, combina generalmente la siembra de maíz, frijol y calabaza. Este acto refleja un profundo conocimiento técnico de nuestros antepasados con respecto a la tierra y su naturaleza, con el fin de cubrir las necesidades básicas de una familia campesina sin dañar la tierra o el medio ambiente. Así la milpa se convierte en un rico y complejo agro-ecosistema que protege la biodiversidad y evita efectiva y saludablemente las plagas. Sin tener que sembrar estos tres elementos forzosamente, lo recomendable es que tengamos plantas diversas; las hierbas aromáticas, por ejemplo, son buenas para alejarnos de las plagas y una opción recomendable como complemento en nuestro pequeño huerto o jardín.

Con estas ideas, y otras que se nos tienen que ir ocurriendo, podríamos contribuir con el reverdecer de nuestras urbes y mejorar nuestra calidad de vida. Las plantas son entes casi mágicos que no sólo filtran y nos protegen de contaminantes, sino también de cambios drásticos de temperatura, del ruido excesivo, etcétera. Aparte, un entorno verde siempre va a ser más atractivo, de eso no nos queda la menor duda. El mismo gobierno del Distrito Federal comienza a fomentar estas acciones reduciendo nuestro pago de impuesto predial al establecer azoteas verdes o forzándonos a separar basura. No nos quedemos atrás, siempre culpamos a nuestros gobiernos de falta de acción, pero afrontémoslo, gran parte del cambio debe estar también en nosotros. Al actuar estaremos también educando a futuras generaciones, lo que quizá no nos inculcaron suficientemente a nosotros, y con ello les permitiremos formar un futuro más prometedor y sustentable.

miércoles, 29 de junio de 2011

Viviend@ sustentable

Dicen que es mejor tarde que nunca, pero cuando se va muy atrás en la carrera uno debe apresurarse. Desde hace tiempo, la carrera la encabezaron algunos países europeos, nórdicos particularmente. Después, más a fuerza que con ganas, le siguió Estados Unidos y algunos países asiáticos, dejándonos a Latinoamérica, y muy particularmente a México, hasta el final del maratón por lograr una realidad más sustentable. Nos alegra, de cualquier modo, que en estos días se haya certificado el primer conjunto habitacional sustentable a nivel nacional en la capital de nuestro país. Este esfuerzo se hizo por parte del Instituto de Vivienda del Distrito Federal y Grupo GEO, a quien le daré el beneficio de la duda por estar respaldado por el Gobierno del Distrito Federal, ya que Casas GEO ha demostrado, varias veces en el pasado, irresponsabilidad social, ambiental, ética, de construcción, etcétera.

El conjunto de 33 edificios y 546 departamentos, se encuentra en la colonia Del Gas, en la delegación Azcapotzalco. Con esto, se afirma que se está apostando por una nueva y sustentable forma de construir. Entre las características básicas de este conjunto habitacional se encuentran el uso de calentadores solares, una planta de tratamiento de aguas residuales, depósitos para la captación de lluvia, excusados de bajo consumo de agua y celdas fotovoltaicas para el alumbrado de la calle aledaña. Se pretende, que al contribuir con el ahorro de energía y agua, estos aditamentos ayuden a los habitantes de esta colonia popular a reducir significativamente el pago de sus servicios. Sin duda, aquí podemos observar lo que se puede lograr con un poco de voluntad, no sólo política, sino también, y muy importantemente, de la Iniciativa Privada.

Es muy positivo, sin duda, que el dinero público se utilice para este tipo de proyectos. Sin embargo, existe otro elemento increíblemente importante para poder realmente impactar o generar un cambio en materia ambiental. El gobierno no podrá financiar absolutamente todos los proyectos de este tipo, lo que sí deberá hacer, es impulsarlos mediante leyes e incentivos. Aquí la iniciativa privada y el gremio de arquitectos e ingenieros tendrán que poner de su parte. Resulta imperante que se haga obligatorio el certificar en materia de sustentabilidad nuestras viviendas y edificios. Paralelamente, sin creer que se va a requerir de un esfuerzo económico estratosférico, nuestros diseños tienen que estar llenos de sabiduría e inteligencia; ventilación natural, iluminación natural, uso de materiales aislantes, uso de materiales sustentables, uso de la orientación de nuestras construcciones para aprovechar el sol y no sufrirlo, etcétera. Y a los empresarios tacaños deberá recordárseles que ahorrar muchas veces sale caro, y tendrá que salirles caro en su cuenta eléctrica y demás servicios, así como en el detrimento del planeta en el que viven.

Hagámoslo por beneficio propio, por consciencia, por responsabilidad hacia futuras generaciones. Patriótica y nacionalistamente, sentimientos que nos encanta demostrar, debemos acelerar nuestro paso en esta carrera, y sin olvidar que afortunadamente la carrera cada vez se pone más competitiva. En Nueva York se acaba de diseñar y proponer una colonia o barrio vertical y sustentable de 290 metros de altura. El proyecto incluye paneles solares o fotovoltaicos (que podrán llegar a exceder la demanda de energía del edificio para venderla), mini-turbinas de viento, uso mixto (residencial, comercial, recreacional, laboral y servicios), y un programa de coches eléctricos compartidos (en lugar de estacionamiento para promover también el transporte público). Algunas ideas podrán parecer futuristas, pero no cabe duda que la imaginación nos está quedando corta para la imperante necesidad de revirar nuestro destino en materia ambiental.

Revolucionando los cimientos del pensamiento

En ocasiones resulta imperante cuestionarnos acerca del beneficio y detrimento de todos los avances y el progreso que ha conseguido el ser humano, no con un afán oscurantista, ni negando los muchos éxitos y descubrimientos que hemos tenido como sociedad mundial. Sin embargo, en el actual acontecer, es difícil no darnos cuenta que hemos cometido muchísimos errores, y lo que es aún peor, nos sigue costando mucho trabajo el reconocerlos. Tomemos mi profesión como ejemplo, la arquitectura. En su larguísima historia se ha centrado en la edificación de majestuosidad y belleza de ciudades enteras con el afán de trascender eternamente. Actualmente, de manera más lenta que lo ideal, comenzamos a darnos cuenta que nuestra responsabilidad es grandísima como para reducirla al fin estético, por más magnánimo que éste sea. Tanto la arquitectura como el urbanismo juegan un rol trascendental y fundamental en nuestra lucha por llevar una vida sustentable e intentar frenar o revertir, en la medida de lo posible, el daño ambiental que le hemos hecho al planeta, y con ello, a nosotros mismos.

En los años setenta, surgió un grupo de arquitectos que se asentaron en Nuevo México, Estados Unidos, con ideas y proyectos radicales en su momento, e inclusive radicales hasta hace un par de años. Llamados ‘Guerreros de la basura’, al darse cuenta de que estábamos, como humanidad, convirtiendo a nuestro planeta en un lugar inhabitable, admitieron que su carrera no estaba orientada en el sentido correcto. Empezaron entonces a hacer construcciones, primero para ellos mismos, a base de basura: botellas de vidrio, botellas de plástico, latas, llantas, etcétera. Se dieron cuenta que las llantas rellenas de tierra son un elemento extremadamente duradero y aislante (bueno para uso en temperaturas extremas); comenzaron a tomar en cuenta elementos como la orientación para utilizar el sol de una manera ventajosa; crearon sistemas simples de captación de agua pluvial; crearon sembradíos en sus patios traseros… De este modo, no utilizaban ningún servicio externo, ni luz, ni agua, ni gas; ni cuando las temperaturas bajaban hasta a -35º centígrados.

Es cierto, sus construcciones no eran las más pulcras, quizá más bien eran un revoltijo de elementos y residuos que se hubieran ido a nuestros mares o basureros municipales. Y sí, quizá estas construcciones no sustentarían nuestro modus vivendis actual, pero ellos formaron una comunidad en la que, regresando a los elementos más esenciales de la subsistencia humana, se sentían libres y dirigentes de sus propios destinos. Y entonces se difundió la idea de estas comunidades libres de la red eléctrica, entre otras cosas, y varios clientes quisieron replicar este estilo de vida; parece que después de todo sí tenemos llenadero los seres humanos, y una vez que una sociedad tan consumista como la norteamericana lo ha tenido y probado todo, prefiere regresar a la sencillez de la vida como érase una vez. Pero el gusto no duró mucho tiempo. Para inicios de los noventa, le quitaron la licencia a Michael Reynolds, arquitecto líder en estos proyectos, por construir en zonas sin servicios básicos ni carreteras, por construir en tierras comunales (sin un sólo dueño en la escritura como se acostumbra en aquel país), y por construir vivienda experimental de la que no se podía tener certeza si cumplía los estándares de seguridad y salubridad norteamericanos.

Y así, por intentar construir una alternativa sustentable, por no construir vivienda como se ha construido en Estados Unidos desde mediados del siglo veinte, se le dijo a este arquitecto que estaba violando la ley. Desesperanzado, y tratando de seguir las reglas del juego, se contrataron decenas de ingenieros geólogos y demás expertos para poder terminar en siete años sus proyectos y desarrollos en los que se gastó decenas de miles de dólares más de lo estimado. De este modo sintió perder la habilidad para experimentar, para construir sueños, para evolucionar… Pero llegó el momento en el que reflexionó que en Nuevo México se destruyeron miles de acres experimentando y probando bombas atómicas; y entonces se dijo, si se experimenta con bombas, si se experimenta con automóviles y aviones, por qué va a estar prohibida en Nuevo México la construcción de vivienda experimental. Por tanto, se dio a la tarea, desde el 2004, de intentar modificar las estrictas reglas de construcción y planeación de su estado. Se confrontó con la amarga diplomacia y pérdida de tiempo que se da en la arena política para remediar asuntos urgentes. Se le dijo que las compañías de servicios (i.e. electricidad) se sentirían amenazadas por su propuesta, que no hablara del cambio climático porque los republicanos no creían en esta teoría, que su propuesta no tenía el lenguaje adecuado…

Pero mientras perdía la esperanza en su propio país perteneciente al ‘primer mundo’, se cruzaron varios desastres naturales que le dieron fuerza para continuar luchando. En el 2004 un terremoto y tsunami devastó la Isla de Andamán, India, dejando con vida únicamente a siete mil de sus 35 mil habitantes; en el 2005, Katrina demolió una ciudad del país más poderoso del mundo; en el 2006 el Huracán Rita golpeó el Golfo de México… En todas estas situaciones, el albergue y la vivienda se convirtieron en uno de los asuntos imperantes a solucionar después de la catástrofe. Y así, Michael y su equipo viajaron a la isla Hindú, a Nueva Orleans y a Matamoros, México, a implementar en un par de semanas lo que no les estaba permitido construir en su propio hogar, aliviando con ello las carencias de cientos de personas. La historia para Michael termina bien, después de tanta lucha, su trabajo se vio recompensado y reconocido, pudo volver a aplicar el examen para obtener su licencia de arquitecto y de construcción, y en el 2007 se pasó una ley en Nuevo México que avalaba la construcción de vivienda experimental como la que Michael Reynolds y su equipo habían construido años atrás. A pesar del aparato político moroso (el cual se congratula de pasar una ley después de tres años considerándolo poco tiempo), y a pesar de necesitar comprobar su teoría después de dolorosos desastres naturales, parece que empezamos a prepararnos de manera consciente para el futuro. Esperemos que el sueño americano y global deje de ser el de la posesión desmedida de bienes materiales, y se convierta en el de supervivencia global y humana.

Confluencia e intercambio

Me llamaron la atención dos noticias similares en los últimos días. Dos zonas se han visto afectadas por exceso de movimiento, por decirlo así. Los centros de Xochimilco y Coyoacán. Desde un punto de vista urbano, las concentraciones de gente, actividades y servicios son positivas por muchas razones, aun cuando bien sabemos que en sitios como el Distrito Federal, el exceso de esta gente y bullicio puede ser un gran dolor de cabeza. Lo que resulta aún más extraño, es que uno de los más grandes señalamientos se fundamentan en el hecho de que esta confluencia de gente produce inseguridad. Esto es extraño porque comúnmente, en cualquier lugar del mundo, la concurrencia de personas y diversas actividades nos permite sentirnos más seguros (a menos que uno sea muy despistado y descuidado, lo cual atrae a los llamados carterazos). Podemos en ocasiones preferir privacidad y tranquilidad en espacios aislados, pero debemos admitir que al incrementar el número de personas y actividades, los lugares se dinamizan y se vuelven más productivos. Lo que sí es cierto, es que esta condición requiere de un gran soporte de infraestructura y una adecuada planeación, la mayoría de veces inexistente en nuestras urbes mexicanas.

Quién no prefiere vivir en un lugar donde sin recorrer una larga distancia pueda encontrar un mercado, una escuela, un teatro, un parque, un museo, un cine, un centro comercial, oportunidades laborales, etcétera. Esto es lo que necesita, sin duda, el Distrito Federal, zonas en las que TODOS los capitalinos puedan vivir y al mismo tiempo encontrar servicios, trabajos, entretenimiento y demás, sin tener que pasar horas en el coche. Sin embargo, estas confluencias nos molestan cuando sentimos que dañan nuestro nivel de vida (i.e. un antro ruidoso al lado de un conjunto departamental). Esto obviamente no es lo ideal. Pero si lo repensamos, igual no queremos bares al ladito de nuestra casa, pero el tenerlos a una distancia relativamente cercana no es del todo malo, porque una zona que muere o carece de actividad después de las diez de la noche puede llegar a hacernos sentir también muy inseguros, y entonces las zonas residenciales se convierten en lugares donde uno no puede caminar de noche y sólo se puede transportar en automóvil.

Pero entonces, el asunto es que un lugar como Xochimilco se siente invadido, y hasta siente que peligra su patrimonio, por el exceso de ambulantes, taxis, microbuses, etcétera, que producen basura y dañan la estructura urbana. Algo muy similar le sucede a Coyoacán, quien retiró a artistas urbanos y colectivos artísticos por sentir que provocaban asaltos y con el objetivo de guardar cierto orden (en lugar de tumultos y caos). Entonces, cada delegación hace lo suyo y lanza iniciativas y planes para reorientar los destinos de sus áreas a gobernar. La demarcación Xochimilco remodela vialidades (repavimentación) y fachadas en su centro histórico, cambia drenajes, reemplaza luminarias. Así, Manuel Gonzalez y Raúl Flores, hacen su trabajo, y es un buen comienzo, pero quizá insuficiente o desorientado en algunos aspectos. El querer evitar las aglomeraciones de gente en una ciudad como la capital de nuestro país para no dañar nuestra estructura urbana es una visión simplista. Somos muchos y llenar centros tan bellos como los de Coyoacán o Xochimilco debe verse como una acción positiva en la que se intercambian pensamientos y servicios.

Lo apropiado es que la estructura urbana sea lo suficientemente fuerte y apropiada para su uso pleno, por un lado, y por el otro, como sociedad tenemos que ubicar que para poder disfrutar de nuestros espacios públicos y abiertos debemos ser lo suficientemente responsables para cuidarlos y respetarlos (i.e. jamás tirando basura, entre otras acciones). Se puede argumentar, como lo hizo Raúl Flores, que Coyoacán es una zona residencial donde deben cumplirse las demandas vecinales. Sin embargo, debe entenderse que Coyoacán es un patrimonio que no sólo pertenece a sus habitantes residenciales, muchos de los cuales también buscan vivir cerca de su centro por su vitalidad característica, y que mutilarla sería un desacierto. Habiendo dicho esto, se entiende que se necesite o pretenda establecer cierto orden, reubicar, planear, etcétera. Ubicar, por ejemplo, que los espacios residenciales se encuentren a un par de cuadras de antros y bares. Sin embargo, la convergencia de decenas de miles de personas en espacios llenos de historia y cultura siempre debe verse como algo positivo, algo a fomentar, encausar y hacer posible.

miércoles, 22 de junio de 2011

Los juegos del ‘libre mercado’

Una vez más se nos presentan situaciones para cuestionar a la ciencia y algunas de sus disciplinas o ramas maravillosas que podrían aliviar prácticamente todos los males del planeta. Sin embargo, los avances científicos suelen frecuentemente estar en las manos equivocadas, llámese trasnacionales rapaces o gobiernos incongruentes. Constantemente escuchamos debates alrededor del mundo acerca del uso de semillas genéticamente modificadas, los famosos transgénicos. En nuestro país se inició desde el 2007 la campaña Sin maíz no hay país, en contra del uso de transgénicos y en defensa de la soberanía alimentaria. En Europa se intenta frenar el uso de glifosato, herbicida usado para los monocultivos transgénicos y que ha demostrado graves afectaciones a la salud humana. En Perú se aprobó recientemente una moratoria de diez años para el ingreso de transgénicos. En Chile se frena la entrada de más transgénicos transnacionales pero se motivan los transgénicos nacionales bajo condiciones similares. Pero quizá, el ejemplo que más nos sorprenda es el de Bolivia, país que podría en breve legalizar el uso de transgénicos y la privatización de varias semillas o granos. Independientemente, el tema es que las promesas de la industria de los transgénicos, como la de eliminar la hambruna a nivel mundial, no se han cumplido, y la desigualdad y pobreza en zonas rurales más bien se ha incrementado alrededor del mundo.

Mientras la ONU admite tal realidad, los movimientos sociales, que en su historia tienen múltiples y diversas luchas, pero que hay que reconocerlo, las batallas se han incrementado en el periodo neoliberal de nuestra historia, declaran a Monsanto, propietario del noventa por ciento de las patentes y semillas transgénicas, enemigo de la humanidad. Tenemos a un gobierno, el de Bolivia, basado en el apoyo y respaldo a grupos campesinos, indígenas y movimientos sociales. Este país también encabeza el movimiento Defensa de la madre tierra, que naturalmente rechaza el uso y cultivo de transgénicos; más aparte, el uso de semillas genéticamente modificadas está en contra de la constitución boliviana. Es mucho lo que está en juego, como las 1400 variedades de patatas y de maíz que posee esta región. Por supuesto, el discurso es atractivo. El uso de transgénicos promete incrementar la riqueza y competitividad; con la manipulación genética de algunas semillas se promete ofrecer resistencia al cambio climático; se dice que la intención es garantizar el abastecimiento interno de alimentos; o ultimadamente, algunos legisladores simplemente afirman que de todos modos ya se consumen productos transgénicos importados. Sin embargo, así como en los años setenta, con agroquímicos se prometió que se erradicaría el hambre mundial con la eliminación de plagas, Bolivia pasó de tener ochenta tipos de plagas a quinientos en la actualidad, con todas las adversidades que aparte probaron producir estos tóxicos a la salud humana y ambiental.

No puede olvidarse tampoco, que al privatizar ciertas semillas los laboratorios transnacionales se convertirán en los dueños, amos y señores que podrán especular subiendo sus precios o cortando su distribución para lograr una mayor dependencia de los países en vías de desarrollo a sus tecnologías. ¿Parece esto una garantía para terminar con el hambre mundial, o más bien puro interés empresarial? ¿Pueden culparnos por ser desconfiados cuando genéticamente se manipulan estas semillas para que sean infértiles y los campesinos tengan que comprarlas año con año? ¿Y qué decir de los asesinatos de opositores a Monsanto? ¿Cómo no querer evitar la entrada de estas tecnologías a nuestros países cuando hemos visto las disputas por tierras y semillas que se han generado a raíz de ellas en países como la India o Brasil? No cabe duda que no puede más que exigirse completa transparencia en estos procesos, así como la difusión de información y consulta pública en temas que afectan de manera importante a comunidades agrícolas de países como Bolivia. Muchísimo está en juego: la pérdida de biodiversidad, la agricultura ecológica, la supervivencia de pequeños agricultores, y hasta la salud humana. Incluso científicos de renombre comienzan a cuestionar y a señalar las implicaciones que han dejado quince años de cultivos transgénicos.

Al modificar genéticamente alimentos y semillas (combinándolos con genes de insectos, peces o bacterias), para hacerlos resistentes a insecticidas, gérmenes e insectos, obviamente las cosechas se vuelven más productivas. Sin embargo, al utilizarse partes de genes de organismos altamente patógenos y con virus de alta toxicidad por su alta capacidad a combinarse, se cuestiona, si esto es lo que ha provocado las recientes epidemias de E.coli en Europa. Pero esto no es nada comparado con los problemas graves de salud que se han provocado en las comunidades aledañas a los cultivos, la mayoría de ellas en América; una vez más nos usan de conejillos de indias. Al cultivar transgénicos, se usa masivamente el herbicida glifosato, cuyos impactos a la salud humana ya son más que conocidos, por lo que se está frenando la entrada de cultivos transgénicos a Europa, los mismos que han existido en Latinoamérica por décadas. Algunos de los padecimientos asociados con el glifosato son: alteraciones endocrinas, mutaciones del ADN (cuyo producto pueden ser las malformaciones genéticas), cáncer, entre otros. Estos padecimientos se encontraron incluso al suministrar dosis bajas y ni remotamente comparables a los niveles de pesticidas encontrados en la comida y el medio ambiente cercano a los sembradíos transgénicos.

Lo más irritante es que, industrias como Monsanto, han tenido conocimiento de esto desde los años ochenta. Por el contrario, la población mundial se ha mantenido en las tinieblas al respecto, poniendo así en peligro la salud pública por intereses económicos y privados. Duele sentir que tenemos que luchar en contra de la ciencia (aunque en realidad sea de intereses mezquinos y usureros), pero así es. Particularmente en el tercer mundo, la entrada de transgénicos a nuestras fronteras nos impediría competir con nuestros ricos y diversos productos en el mercado internacional. En Chile tenemos el ejemplo en cuyas tierras Monsanto aumentó en un veinticinco por ciento su producción en cultivos transgénicos el año pasado. De este modo, estando presente desde hace más de diecisiete años en los campos del país sudamericano y siendo la séptima nación que más produce para la firma, a los chilenos no se les permite usar las semillas de un primer cultivo en una segunda producción. Así de ingrato es el ‘libre mercado’.

Viviendo en la barranca

En los últimos días, afortunadamente se le ha dado significativa cobertura al tema del riesgo de miles de viviendas ubicadas en barrancas en las periferias del Distrito Federal. Se afirma que el número sobrepasa las diez mil residencias. Esto es sumamente grave ya que con el hecho se pone en riesgo la vida, el bienestar y patrimonio de decenas de miles de personas. Aún más indigna el hecho de que al mismo tiempo podamos encontrar viviendas deshabitadas o inhabitables en diversos puntos del centro de la Ciudad de México. El argumento de alta demanda de vivienda en la capital del país es insuficiente, porque aunque bien sabemos que el número de habitantes de esta entidad es exagerado, también sabemos que muchos de los problemas que nos aquejan en esta metrópoli, se deben a la dispersión poblacional.

Los terrenos inestables de las barrancas donde se continúan construyendo viviendas no sólo representa un riesgo de seguridad para sus habitantes, sino también es signo de la tremenda desigualdad que se vive en la ciudad y país. Mientras en el DF existen puntos de convergencia de todas las culturas y estratos sociales (i.e. el Zócalo capitalino), la vivienda es un aspecto que continua desatinadamente segregado. Nuestra limitada cultura al respecto nos impide percibir como posibilidad el que personas con distintos ingresos o status económico puedan habitar en una misma cuadra, como se hace, por ejemplo, en Alemania. Este hecho, no cabe duda, sería la solución a muchísimos de nuestros problemas. Es absurdo que las personas que dan servicio a zonas como Santa Fe, Polanco, Lomas de Chapultepec o el Pedregal, tengan que recorrer dos horas para llegar a sus trabajos y lo mismo de regreso a sus casas. No creen que si esta condición cambiara tendríamos una sociedad más justa, más equitativa y hasta más segura, al darle a toda la población la posibilidad de tener una vida digna y saludable y así progresar y no sucumbir a los vicios de los que sufrimos hoy en día. ¿No es hasta discriminatorio este trazo de ciudad?

Pero hemos permitido que el trazo de nuestra ciudad lo dibujen intereses privados y desarrolladoras, así como nuestras mediocres instituciones gubernamentales que no han sabido poner un fin a esta situación. Para prueba, la máxima institución de vivienda en nuestro país, INFONAVIT, que aun con un componente gubernamental en ella, se ha dejado arrastrar por el sector empresarial para reproducir viviendas muchas veces infames y siempre relegadas a la periferia de la ciudad, recreando el mismo patrón que tanto lastima a nuestra sociedad. Y así, se le orilla a una buena parte de la población, por falta de recursos para vivir cerca de sus trabajos y actividades, a realizar asentamientos informales que los ayudan a sentirse con un poco de control y patrimonio. Otro gran culpable en esta situación específica (que también se repite en el resto de la república mexicana) es el Estado de México, cuyos pobladores por falta de oportunidades y servicios intentan acercarse a la Ciudad de México en donde muchas veces sí encuentran la solución a este vacío.

Y entonces se argumenta que alrededor del setenta por ciento de los inmuebles sólo se encuentran en zonas de riesgo medio (el resto, más de quince por ciento, en riesgo alto). Pues a eso debemos responder que ni el más mínimo riesgo es aceptable para ningún mexicano. Bien lo dice el artículo 4º constitucional: “…Toda persona tiene derecho a disfrutar de vivienda digna y decorosa…” Se propone que los funcionarios que permitan la instalación de viviendas irregulares en barrancas, o los que con engaños ‘regalan’ tierras en estas zonas, deberán ser encarcelados, se promueve que las penas sean de tres a siete años en prisión, en parte por sanción a delitos ambientales. Esto con el fin de evitar la invasión en barrancas, la generación de riesgos y la destrucción de territorio ecológico. Se quiere también dotar con marco jurídico a la ciudad para poder coordinarse con instancias federales, la iniciativa privada y la población para la conservación de estas áreas. Si se cumple, esto puede ser un comienzo, pero también debe entenderse que el problema debe arrancarse de raíz, y se deben de dar las condiciones para que nadie se vea forzado a vivir en estas condiciones. Nos sorprende cuando después o en vísperas de un desastre natural existen personas que se rehúsan a abandonar sus casas. Quizá es porque bien saben que el volver a construirse un patrimonio será prácticamente imposible y que al abandonar sus hogares dejan todo por lo que han trabajado toda su vida.

Poniendo en regla el transporte público

A mediados de semana, nos topamos con la noticia de que el jefe de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard, ha puesto en marcha el Programa de Verificación Permanente al Transporte Público. No cabe duda que dicha iniciativa ha sido necesaria desde hace muchísimo tiempo, sin embargo, no puede más que esperanzarnos la noticia ya que del correcto funcionamiento del Transporte Público en la capital del país, depende en gran parte la seguridad y el confort de sus habitantes. En lo personal, habiendo vivido en provincia y en Estados Unidos por algunos años, tengo que admitir que mi calificación del transporte público capitalino en general es buena. Podrá haberme en un inicio impactado la cantidad de gente que se aglomera en el metro, metrobús, micros, peseros y demás inventos de transporte urbano (pero en qué rincón del Distrito Federal y su zona conurbana no es impresionante la cantidad de gente que se asemeja casi a una plaga) y para nada apoyo la decadencia en la que se encuentran miles de microbuses y peseros. Sin embargo, comparando estos servicios de transporte con el escaso y a todas luces insuficiente sistema de transporte en el resto de la república mexicana, así como el costosísimo y aun así ineficiente transporte público de muchos rincones del supuesto ‘primer mundo’ (en el caso de Estados Unidos), uno termina por acostumbrarse y hasta agradecer el poder transportarse por tres pesos de un rincón a otro de esta enorme urbe.

Aun así, el esfuerzo necesario para mejorar nuestro sistema de transporte público, y con ello nuestro nivel de vida, es enorme. Y por ello, no podemos más que esperar y exigir de nuestras autoridades toda la voluntad política posible. En este programa se plantea la revisión de más de doscientos mil vehículos, en su mayoría taxis, más de la mitad de automóviles a revisar. Esto para eliminar la existencia de taxis piratas o irregulares (que en ocasiones presentan un importante riesgo en términos de seguridad pública). También serán verificados microbuses y vehículos provenientes del Estado de México, la entidad con mayor número de ingreso de vehículos diarios a la capital del país; esto para tener registro de quién circula en el Distrito Federal con frecuencia en autos que provienen de otras localidades y de los cuales no se tiene información. Se afirma que se trabajará con el apoyo de las jefaturas delegacionales para lograr el cometido que el programa promete. Sin embargo, los planes o puntos a seguir en este proyecto aún no son claros para el ciudadano que lo observa desde afuera de la esfera gubernamental.

Se dice que se ha puesto un gran esfuerzo y cuidado para crear un cuerpo profesional de alto nivel y con un salario de veintisiete mil pesos, meritorio después de muchas pruebas para obtener personal calificado. Los inspectores que se han añadido al programa y al Instituto de Verificación son cien para que sea plausible el revisar al vasto sector del transporte público que recorre nuestra capital. Entre los requerimientos a seguir por parte de los transportistas y concesionarios, aparte de obviamente llevar su documentación oficial (i.e. licencias y permisos) en regla, son el iluminar los interiores de las unidades y retirar los vidrios polarizados, entre otros requisitos de seguridad obligatorios en cada unidad (sería interesante conocer todos esos requisitos). Hasta el momento se dice haber revisado casi diecisiete mil taxis y más de mil autobuses, de los cuales alrededor del tres y el diez por ciento, respectivamente, se han llevado al corralón por faltas a los estándares requeridos. Las multas, se dice, serán de hasta treinta días de salario mínimo, y la meta es que para diciembre del 2011, se haya revisado todo el transporte público y la mayor parte de los Centros de Transferencia Modal (donde se conjuntan distintos tipos de transporte, mejor conocidos como paraderos).

Para esto, lógicamente tiene que automatizarse de algún modo el procedimiento, y sin duda es un plan ambicioso. Pero aunque para realmente lograr un cambio sustancial, como aspiró Ebrard, la aplicación efectiva y real de normas es fundamental (de eso no hay duda), uno también querría ver normas mucho más estrictas y un escrutinio mucho más cuidadoso cuando se trata de transporte público. Sabemos que se intenta instaurar poco a poco vehículos más sustentables y que producen menos emisiones, sin embargo, la lucha tiene que ir más allá. Yo me centraría principalmente en los microbuses y peseros. Estos son vehículos, que si bien son eficientes en el sentido de que recorren prácticamente cualquier punto de la ciudad, su estado es prácticamente insostenible, así como sus usos y costumbres. No es suficiente, por cuestiones de seguridad, que se iluminen o se retiren polarizados de las ventanas. Los micros y peseros sin duda nos llevan a muchos lados y funcionan como un suplemento a la red del metro y líneas del metrobús, sin embargo, son contaminantes, incómodos, pequeños, ruidosos, generalmente contienen fugas de gas que son perjudiciales para la salud de usuarios y choferes… y sus choferes, aquellos a los que junto con su maquinaría tememos por su frecuente falta de civilidad. Y por más que pueda resultar atractivo que nos dejen exactamente en la puerta de nuestro destino, deben existir regulaciones que agilicen y mejoren su servicio. Admitámoslo, caminar una cuadrita no nos hace ningún daño, ¡al contrario!

El efecto verde que necesitamos

Deambulando por twitter, gran herramienta si se usa correctamente, me topé con un proyecto denominado Efecto Verde. Interesada por todo lo que puede resultar sustentable investigué al respecto. Resulta que este proyecto se incentivó por un grupo de urbanistas (trabajando conjuntamente con otras disciplinas) bajo el objetivo de restaurar a la capital de nuestro país, entre otras ciudades, en una especie de rescate urbano. Este planteamiento obviamente me mantuvo interesada. La base de este plan son las azoteas verdes. Sabiendo como arquitecta que los llamados techos verdes son generalmente costosos, estructuralmente complicados (por ser muy pesados) y sólo una de muchísimas iniciativas necesarias para aumentar la sustentabilidad de un poblado o ciudad, comencé a mostrarme escéptica. Y bueno, la realidad de las cosas es que Efecto Verde no es solamente una iniciativa para mejorar nuestro entorno, sino también una especie de negocio. Así pasé por algunos minutos de investigación de la emoción a la duda y de regreso.

Poner la esperanza de una ciudad limpia, saludable y revitalizada en un solo proyecto es un poco utópico. Sin embargo, analizando a fondo, Efecto Verde sí puede prometer convertirse en uno de los muchos proyectos, negocios o profesiones que con su responsabilidad hacia el medio ambiente transformen nuestra realidad con una legítima y positiva actividad económica. Aunque a primera vista me pareció un poco simplista el pensar en llenar las azoteas y terrazas del Distrito Federal con algún tipo de vegetación para mejorar nuestra calidad de aire y de vida, la propuesta de Efecto Verde me demostró ser más multifacética de lo que en inicio pensé. Todo empieza con el importantísimo esfuerzo que representa la separación y reciclaje de basura en una entidad como la Ciudad de México, costumbre que es imperante que adquiramos todos los que vivimos aquí. De este modo, Efecto Verde se compromete a recolectar plásticos para la fabricación sustentable de macetas, así como desechos orgánicos y agua pluvial o tratada para la cosecha de futuros fragmentos modulares de techos verdes. Hasta el momento, muy interesante; no cabe duda de que uno de nuestros mayores dilemas se encuentra en nuestra enorme producción de basura y el uso poco productivo que a ella le damos, lo cual al cambiar vendrá como recompensa para futuras generaciones.

Otra de las importantes ideas de Efecto Verde es la reproducción de plantas que requieran poco mantenimiento. A esto debe sumársele el que sean locales para su mayor sustentabilidad. Esto comprobaría el genuino interés de formar parte de un ciclo saludable y verde, ya que la pretensión de utilizar plantas exóticas, que tengan que transportarse de lugares remotos o que requieran grandes cantidades de agua tampoco sería positivo. Aquí nos damos cuenta que entre más simple mejor; accesible para una gran parte de la población (se prometen productos de muy bajo precio), sin mucha complejidad para mantener, y hasta con sistema de captación de agua pluvial. Y si esta idea se presenta como viable o sencilla para una buena parte de la población, resulta obvio señalar que un sector que podría de manera importante adquirir este compromiso verde sería aquella que tiene el número más importante de recursos: la iniciativa privada, aun sin los incentivos fiscales que Efecto Verde plantea brindar para hacer su propuesta más atractiva. Las grandes corporaciones podrían pensarlo como una inversión para mejorar sus instalaciones y proveer espacio verde y semi-público para sus trabajadores, su bienestar y, por ende, su mejor desempeño. Y qué decir de la buena publicidad que daría el demostrar cierta responsabilidad ambiental que fuera ejemplo a replicar en otros rincones de la república.

Así se han congregado o aliado a Efecto Verde varias universidades, organizaciones civiles e incluso entes públicos y privados para ser parte de la mejora ambiental de una ciudad como la capital de nuestro país. No cabe duda, que de obtener suficiente popularidad, Efecto Verde podrá contribuir con la mejora de nuestra calidad de aire, la mejora de nuestra calidad de vida al proveer de más espacio verde (y esperemos que también público), al promover el reciclaje de agua pluvial y tratada, etcétera. Sin poner todas nuestras esperanzas en una sola propuesta, da gusto que este tipo de iniciativas nazcan en México, aunque sabemos que su éxito o fracaso dependerá mucho de nosotros mismos y el interés que le demos a proyectos como este.