martes, 12 de julio de 2011

Seamos realistas y hagamos lo imposible

“La única lucha que se pierde es la que se abandona.” – Ernesto ‘Che’ Guevara

Tengo que admitir que me he encontrado falta de inspiración y entusiasmo para escribir, como casi a diario lo hago, acerca de temas que me parecen relevantes; no cabe duda que la inspiración es necesaria para cualquier redactor y no sólo para los que escriben poemas sublimes o composiciones armónicas. Si bien intento siempre escribir de temas que me son familiares y de los cuales tengo conocimiento o aproximación a ellos por mi profesión, en esencia para mí tienen un profundo contenido social y hasta político. Puede no parecer así a simple vista, pero mi compromiso e ideal es el luchar desde mi trinchera por un mejor panorama para mi entorno, país y más allá, en todos los sentidos. Pero, debo decirlo, aunque siempre he sostenido que la esperanza y la lucha deben ser lo último que muera, ya que sin estos componentes todo pierde sentido, en estos momentos lo veo todo gris, oscuro, nublado, frío… esta realidad me duele de sobre manera. Algunos de ustedes podrán ya suponer que parte de mi ánimo se debe a los comicios que acaban de darse el fin de semana pasado en diferentes regiones de nuestra dolida nación, y no se equivocan. Sin embargo, no estoy segura de tener nada que decir o querer hacerlo; habiendo leído y escuchado un sinfín de opiniones en los días pasados, me encuentro sin energía o disposición para elaborar más al respecto.

Sin embargo, este show llamado vida debe continuar, y de este modo, mi esperanza (así como un gran miedo, debo aceptarlo) se resguarda en la ciudad que me ha dado cobijo en los últimos tres años; una que admiro y de la cual he aprendido y disfrutado enormemente. Con todos sus bemoles, veo en la capital de nuestro país la apertura y el progresismo que podría, algún día (esperemos no muy lejano), sacarnos adelante. En la posibilidad de que esto suceda, desafortunadamente se nos cruza nuevamente en nuestro camino una disciplina que debería ser gloriosa y en cambio es casi siempre infame, la política. Junto con las elecciones para elegir al ejecutivo federal el próximo año, donde me gustaría utópicamente pensar que todo puede pasar y realísticamente prefiero sacarlas de mi mente, se decidirá también el futuro de la capital mexicana mínimamente por seis años, o quizá por mucho tiempo más. No pretendo hacer un análisis político ya que ni estoy calificada ni dispuesta. Lo que sí me gustaría es que los que formamos, de una u otra manera, parte de esta gran urbe, comencemos seriamente a analizar qué es lo que necesita esta metrópoli primero y nuestro país después, para alcanzar un futuro viable y alentador. ¿Qué se ha hecho bien? ¿Qué se ha hecho mal? ¿Qué no se ha hecho?

Claramente, yo puedo decirles que mi visión considera que no hay más alternativa que la izquierda, para todas y cada una de las regiones de nuestro país, creo que una buena porción de Latinoamérica nos lo ha demostrado, junto con nuestras múltiples derrotas ahora que nos encontramos pegados a la derecha. Pero qué significa esto en términos reales para encontrarnos en una ciudad y país que nos haga sentirnos seguros y prósperos. Qué componentes o políticas ayudarán a nuestra economía y viabilidad social. Varios expertos y políticos han comenzado a opinar (o a hacer campaña). Pues bien, regresando a mis temas en cuestión urbana existen muchos puntos a analizar: movilidad, desechos urbanos, acceso al agua, informalidad, servicios básicos, infraestructura, obra y espacios públicos, inequidad social, educación cívica y urbana, oportunidad e interconexión social, participación civil, sustentabilidad, turismo, apoyo a ciencia y tecnología, apoyo al sector cultural… En fin, hay mucho que hacer, sin dejar de reconocer que algunos caminos ya se han comenzado a trazar. Para lograrlo, nuestros próximos gobernantes no sólo necesitarán un conocimiento profundo de estos y muchos otros temas más, sino que también deberán estar rodeados de profesionistas capacitados y no de amistades, adeudos de campaña o intereses particulares. Sólo el compromiso público a corto, mediano y largo plazo deberá imperar.

El rumbo que debemos de seguir como sociedad-gobierno, en una de las ciudades más grandes y habitadas del mundo, es aquel que nos conduzca a más y mejores iniciativas de transporte público; recuperación de espacios verdes y públicos; acceso a vivienda digna (entre otras cosas como salud y educación); revitalización y cuidado de zonas rurales en la ciudad; reducción de emisiones de gases de efecto invernadero; recarga de mantos acuíferos; protección de suelo de conservación; recolección de aguas pluviales; mejor manejo y cuidado de nuestros recursos naturales; tratamiento de aguas; participación ciudadana en la política pública; erradicación del analfabetismo; oportunidades para las nuevas generaciones; etcétera. Cuando los gobiernos implementen las políticas públicas antes mencionadas de manera eficiente y completa, será cuando podamos empezar a ver el amanecer y un rayo de luz después de la tormenta. Pero eso no sucederá a menos de que nuestra exigencia y demanda sea dura, persistente e inamovible.

“Si el presente es de lucha, el futuro es nuestro.” – Ernesto ‘Che’ Guevara

lunes, 4 de julio de 2011

Mejor crear que copiar

Hace un par de días me topé con la noticia de que desarrolladores en China se encontraban en el proceso de construir una réplica exacta del pueblo austriaco Hallstatt en la provincia de Guangdong ubicada en la costa sur del país asiático. Obviamente la idea me pareció absurda y más aún al darme cuenta de las críticas e inclusive los posibles problemas legales a los que se enfrentarían por copiar desde tiendas hasta viviendas a la medida exacta. Sin embargo, apenas una semana más tarde, me encuentro con que en un pequeño poblado de Israel se pretende hacer lo mismo con el pretexto de que el lugar necesita ser ‘revitalizado’. El lugar se llama Yehud y se encuentra al este de Tel Aviv; inconforme con su identidad, su alcalde pretende transformarlo en el distrito Bella Lugano, y adaptarlo a la imagen de la ciudad de lengua italiana y nacionalidad suiza del mismo nombre. No puedo más que conjeturar, que si va a comenzarse este proyecto debe ser porque los recursos son suficientes y permisivos, pero sobre todo, porque no existe la visión política, arquitectónica ni urbana para pensar en un millón de maneras distintas y mejores de gastar el dinero para revitalizar un poblado o ciudad.

El alcalde Yossi Ben David afirma que su estímulo proviene de la “magia que irradian las ciudades europeas” que lo inspiran a crear el más grande y ambicioso proyecto urbano en Israel. Yehud, ciudad construida sobre las ruinas de un antiguo pueblo árabe, ha sido descuidada hasta convertirse en un vejestorio que acciones simplistas, como la de abrir malls, han sido claramente insuficientes para atraer población, comercio y vitalidad. Entonces ahora se ha decidido tomar acciones drásticas (aunque sin mucho fundamento), como el demoler su centro histórico, contenedor de una mezquita antigua. En su lugar se pretende construir altos edificios departamentales y tiendas cuya personalidad será regida por pórticos y columnas de diseño neoclásico. Las plazas serán cubiertas por árboles y fuentes (pieza arquitectónica favorita del alcalde), junto con otro tipo de elementos apropiados por su belleza y valor histórico. Y qué pasó con la cultura local, árabe o israelí. Deberá de suponerse que no es lo suficientemente digna para el fantasioso alcalde. Un ejemplo más será este lugar de nuestra obsesión con el espectáculo y la fantasía (i.e. Las Vegas), más que con la sustentabilidad ambiental y social.

Esto es lo que pasa cuando las ciudades las planean o construyen las inmobiliarias y los bienes raíces en lugar de profesionistas y urbanistas comprometidos con el desarrollo saludable de una ciudad. Por un lado es cierto que hay mucho que aprender de muchas ciudades europeas, pero el copiar su estilo no nos llevará a ningún lado cuando cada rincón del mundo tiene su personalidad e historia. Tomemos a un país como Dinamarca como el ejemplo supremo de sustentabilidad en el mundo. En Copenhague, su capital, casi un cuarto de su población usa la bicicleta para ir a trabajar; la ciudad está inundada de plazas públicas y parques; prácticamente toda la ciudad es amigable al peatón; y para el 2050 planea usar cero combustibles fósiles (gas, carbón, petróleo). Es verdad que no es una ciudad densamente poblada, pero no cabe duda que sus principios pueden y deben ser replicados alrededor del mundo (bajo un estricto análisis que se adecue a cada región). Pero no por esto vamos a cubrir al mundo entero de torres medievales, iglesias barrocas o arquitectura del siglo XVIII y XIX (fascinada a su vez con los estilos neoclásico, rococó y gótico), diseños característicos de la capital danesa, cuya mezcolanza es prueba de que cada época de la historia humana y cada región del mundo debe tener su espacio y personalidad.

Es indudable que los tiempos modernos requieren de gran creatividad e innovación para encaminarnos hacia un futuro viable. Si la nueva ciudad israelí se cimenta en una adoración visual muy probablemente fracasará en el intento de renovarse y recobrar la vitalidad perdida. Sin embargo, si su fundamento es la admiración por lo que se ha hecho correctamente en otras partes del mundo, (uso mixto en centros urbanos, ciudades que se acerquen al peatón y se alejen del coche, etcétera), entonces quizá podrá caminar hacia un futuro más prometedor. Es como lo ven los daneses, sacrifican una gran parte de sus salarios pagando impuestos para recibir a cambio un lugar limpio, saludable e increíble para vivir. Ojalá esta visión de las cosas fuera una lección para nosotros y nuestros políticos e implementadores de políticas públicas.

Choque de ideas

En múltiples artículos, ya sea de manera central o secundaria, he construido el argumento de lo negativo que resulta el uso excesivo del automóvil para nuestra salud personal y ambiental, particularmente en grandes urbes como lo es la capital de nuestro país. Sin embargo, me gustaría retomar el tema una vez más. El día de hoy, miércoles 29 de junio, se dio un debate apasionado en las páginas del New York Times, surgido por el artículo del urbanista norteamericano Sam Staley, ‘The Right to Travel’ (‘El derecho a viajar’). Su argumento nos orilla a dos conclusiones: que el señor está fuertemente subsidiado por compañías petroleras y/o automotrices, o que quiso establecer un record de comentarios en contra de él por gran parte de sus colegas y de su disciplina. Staley afirma que los urbanistas europeos, al desalentar el uso del automóvil, implementan políticas sin pensar en la gente, a la cual, afirma, le brinda una mayor satisfacción y movilidad el usar su automóvil personal, que lo que le brindaría cualquier otro medio de transporte. También asegura que el transporte público incrementa los tiempos de transporte y reduce la accesibilidad de las personas a trabajos y servicios. Por consiguiente, en su conclusión asevera que el gobierno norteamericano es más sensible y responsivo a las necesidades de su sociedad que los gobiernos europeos.

Tales declaraciones son impactantes al saber que, fuera de contadísimas excepciones, el transporte público en la mayoría de las ciudades estadounidenses es infame, costoso y casi inexistente. Paralelamente, aunque pensemos que en la Ciudad de México somos los únicos que sufrimos, en varias urbes de Estados Unidos (quizá la más notoria de ellas sea Los Ángeles), el tiempo promedio que pasa un individuo en su automóvil es de dos a cuatro horas. Por tanto, obviamente las declaraciones de los miembros del ríspido debate en el NY Times no tardaron en llegar. Se cuestionó si el autor del artículo habría alguna vez recorrido el centro histórico de alguna ciudad europea y se sostuvo que la disminución del uso del automóvil crea ciudades verdaderamente habitables y disfrutables tanto para residentes como para turistas. Otro de los argumentos respondía que ciudadanos de grandes urbes como Tokyo o Londrés sabían que al estar en un apuro la opción era el uso del transporte público que agiliza y no entorpece su movilidad. Otro ejemplo que se puso a relucir fue el de países como Dinamarca o Suiza, cuyos gobiernos promueven un desarrollo urbano compacto y el uso del transporte público porque hace sentido económico, social y ambiental (los habitantes de Zúrich VOTARON por el plan de restricción del automóvil, no se les impuso). La densidad de la mayoría de las ciudades europeas, junto con el esfuerzo que han puesto en proveer de transporte público eficiente y suficiente permite que sus habitantes tengan la opción y libertad de dejar sus automóviles en casa. Estas personas no se ven forzadas bajo un esquema socialista como quiso ejemplificarlo Staley, sino que realmente prefieren usar el transporte público (donde pueden leer o descansar mientras se transportan en lugar de estresarse varados en el tráfico) y tener la opción de caminar en lugares abiertos y seguros. De este modo, los coches se relegan al uso estrictamente necesario o para viajar en fin de semana, y las ciudades son realmente para los ciudadanos, no sólo para los automovilistas. Es la experiencia de los gobiernos y urbanistas europeos (junto con su genuina atención a las demandas y el bienestar de la gente) lo que permite que esta realidad sea posible.

Por el contrario, el subestimar los procesos de planeación urbana europeos y plantear que el uso del automóvil en Norteamérica es sinónimo de apertura y libertad es una acción claramente errada. De la única manera que podría argumentarse que Estados Unidos toma más en cuenta las necesidades de su gente que Europa, sería por el hecho de que las corporaciones norteamericanas son vistas como personas por la Suprema Corte, ya que las elecciones y campañas son regidas por los intereses de los barones del petróleo; sin su apoyo nadie sería jamás electo. De esta manera, Estados Unidos se ha creado y trazado alrededor del automóvil y los intereses de sus creadores y promotores. Estos son los intereses que realmente han evitado la creación de la infraestructura necesaria para la implementación de sistemas suficientes y eficientes de transporte público. Y lo peor de todo es que, muchas veces, el manejar en Estados Unidos significa esquivar baches, soportar los malos señalamientos, pasar horas en el tráfico, sufrir al buscar estacionamiento carísimo, gastar en gasolina y contaminar el medio ambiente, etcétera (así ni cómo sentirse en el ‘primer mundo’). Pero nadie quiere pagar impuestos para mejorar su realidad porque no vayan a decir que son comunistas y los pocos impuestos existentes se utilizan para subsidiar a los magnates de las compañías petroleras (porque es de socialistas usarlo en transporte público, ¡ni Dios lo quiera!). El urbanismo en este país entonces se reduce a seguir órdenes de compañías petroleras o automotrices y la supuesta libertad a pasar casi un quinto de tu vida en el automóvil (pero eso sí, privado y sin tener que convivir con nadie más). Para qué caminar o usar la bicicleta si pueden vivir permanentemente pegados a sus vehículos; ¡qué viva la obesidad y las enfermedades cardiovasculares!

A dónde se necesitará llegar para que en Estados Unidos y otros países, como el nuestro, se respalde la creación de infraestructura eficiente de transporte púbico para lograr despegarnos de nuestros automóviles (y no electoreramente asegurar que se eliminará la tenencia vehicular en estados tan problemáticos vehicularmente como el mexiquense). Cómo hacerle para darnos cuenta que será ésta una situación en la que todos ganemos. Al ritmo en el que vamos, en el que cada coche transporta generalmente una sola persona, la pregunta debiera ser cómo reducir o revertir tal realidad. Y la respuesta indudablemente es: invirtiendo en otros tipos de transporte, brindando otra opción; esto realmente nos daría libertad… Ya que estamos en el tema del automóvil, me gustaría comentar que hace unos días fui al cine a ver Cars 2, película animada para niños. Tengo que admitir que me impactó el fuerte mensaje de esta película en contra de las poderosísimas compañías petroleras, excelente mensaje y aprendizaje para futuras generaciones que rara vez proviene de la industria del cine y la televisión (particularmente la norteamericana). ¡Bravo!

Inundando nuestro futuro

Desafortunadamente, no es la primera vez que escribo acerca de este tema. Como tantos otros analistas, año con año tenemos que encontrarnos con la noticia de inundaciones y afectaciones en el estado de México. Es inevitable, como ciudadano independiente, no tomar este tipo de eventos en cuenta para determinar lo inviable que resulta sostener a gobiernos que por décadas han mostrado ineptitud y desinterés por remediar un mal previsible y por todos conocido, mientras miles de hogares del estado de México se inundan y con ello se afecta enormemente la vida y patrimonio de miles de mexiquenses de manera recurrente. A nivel local y federal se demuestra una vez más la nula voluntad política para evitar que un fenómeno natural resulte en el insalubre derramamiento de aguas negras sobre múltiples viviendas en esta zona del país. Sólo nos queda suponer que los políticos de este estado han tenido siempre otras preocupaciones y sus delirios de grandeza han evitado cualquier tipo de acción necesaria para prevenir los desastres que se han vuelto a dar en estos días. La repetida auto-exculpación de los políticos y funcionarios sólo puede provocarnos enojo e indignación, como en el caso del ex presidente de Ecatepec, ahora aspirante a gobernador, Eruviel Ávila, quien en sus repetidos mandatos no ha podido solucionar o aliviar tales problemáticas en dicho municipio.

Otro funcionario al que le gusta evadir responsabilidades es al secretario de Agua y Obra Pública del estado de México, David Korenfeld, quién no sólo culpa a la Conagua (que en efecto es responsable), sino también al Gobierno del Distrito Federal por no garantizar un buen trabajo de bombeo. Podría perfectamente argumentarse que se necesita trabajar de manera conjunta en el caso del DF y el estado de México, pero de ninguna manera puede culparse a un gobierno externo de los males propios. El que estas situaciones climatológicas se salgan del alcance de cualquier gobernante es inaceptable. En estos días, los municipios más afectados son los de Ecatepec (cuyo presidente electo para el mandato 2009-2012 se encuentra en campaña electoral) y Nezahualcóyotl, dejando a más de tres mil damnificados. Es de suponer que las recomendaciones que se han hecho desde hace más de diez años por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos para que se tomaran las medidas necesarias para evitar las periódicas inundaciones en varios municipios del estado de México no han sido suficientes ni para los organismos federales competentes, ni para los gobiernos del estado de México a todos los niveles. Varios funcionarios y gobernantes tienen la obligación de solucionar las problemáticas de infraestructura que permiten que estos desastres ocurran y crear estrategias para prevenirlos, en lugar de sólo tomar medidas insuficientes después de que los fenómenos atmosféricos tienen lugar.

Hace menos de tres meses, Felipe Calderón se dio el lujo de asegurar que nunca más habría inundaciones catastróficas gracias a la nueva planta de bombeo en Ixtapaluca que justo estaban inaugurando él, junto con el gobernador mexiquense, Enrique Peña Nieto y José Luis Luege Tamargo, director de la Comisión Nacional del Agua. Sin embargo, poco más de un mes después, los diques del canal de La Compañía reventaron e inundaron miles de viviendas, así como inhabilitaron la autopista México-Puebla; ahora, tres meses después, se repite el desastre en Neza y Ecatepec, donde en algunas casas el agua alcanzó metro y medio de altura. Podemos ver entonces, que estos no son realmente desastres naturales, sino políticos al no poder brindar seguridad a las comunidades que supuestamente se gobiernan. De este modo nos vemos forzados a hacer un triste recuento de los últimos años: en mayo del 2007, a causa de las lluvias de temporada, se produjeron fuertes encharcamientos y se inundaron cientos de viviendas en Ecatepec e Ixtapaluca por el desbordamiento del canal de aguas negras Guadalupe Victoria; en agosto del mismo año, el mismo fenómeno desbordó otros dos canales de aguas negras causando inundaciones y afectación de viviendas en Ecatepec, Naucalpan, Tlalnepantla y Atizapán; un año después, el canal Guadalupe Victoria se desbordó varias veces e inundó cientos de viviendas; en octubre del 2009 murieron tres personas por inundaciones de hasta dos metros en Ecatepec, uno de los varios municipios donde miles de viviendas fueron cubiertas por aguas negras de distintos canales; el año pasado se provocaron las peores inundaciones en diez años al norte de Nezahualcóyotl y al sur de Ecatepec, mismo año en el que Peña Nieto sostuvo que no habría obras que impidieran más inundaciones alrededor del río de Los Remedios y La Compañía (qué poco reconfortante puede ser en ocasiones el escuchar la verdad).

Desafortunadamente, la anterior no es ni cercanamente una lista exhaustiva de las catástrofes que han ocurrido en territorio mexiquense. Quizá, de manera parcial, quise estudiar los directamente relacionados con Ecatepec, municipio que se jacta Eruviel Ávila de haber gobernado. No soy del estado de México, pero de igual manera me duele el maltrato y el mal gobierno que se da en esa entidad. Me mortifica también el pensar en la abrumadora ventaja que lleva un candidato cuyo partido le ha hecho tanto daño a una región de México, así como el hecho de que su triunfo gubernamental pueda ser decisivo para el rumbo de nuestro país por varios años. Me considero apartidista y de ningún modo es este un intento de proselitismo político, aun cuando pueda tener ciertas ideas, visiones y preferencias políticas. Interesada y conocedora del estudio urbano, es en el rubro que puedo calificar al estado de México con un pésimo desempeño desde hace décadas y particularmente ahora, aunque como ciudadana pueda reprobar muchísimas otras acciones o falta de ellas en aquella entidad. Me preocupa, que así como miles de mexiquenses no pudieron rescatar lo más elemental de su patrimonio en días pasados, se vean el próximo fin de semana inhabilitados para rescatar su futuro, y con ello, probablemente el del resto de los mexicanos.

Quiero vivir afuera

Pocos mexicanos vivimos realmente en condiciones idóneas y saludables. Si nos preguntaran habría cientos de cosas que nos gustaría cambiar del lugar o las circunstancias en las que vivimos. Quizá tenemos ideas claras de cómo algunas situaciones podrían presentarse de manera diferente y mejor, y por otro lado hay también varios factores negativos que ignoramos de las condiciones en las que vivimos. Cuántos en la Ciudad de México y área conurbada no vivimos en lugares que nos gustaría fueran más apacibles y silenciosos, quizá menos transitados por automóviles, sin por ello sacrificar cercanía a centros de entretenimiento o servicios. Cuántos más espacios públicos serían necesarios también para alcanzar una buena calidad de vida, no sólo para los capitalinos, sino para el resto de los mexicanos. Y cuantos espacios públicos existentes realmente cumplen su cometido de proveer de espacios confortables y atractivos para usar y disfrutar.

Un académico y urbanista realizó un estudio de tres calles (o cuadras) de San Francisco, California, las tres muy similares en tamaño y composición. La diferencia más notable residía en sus flujos vehiculares, desde una con flujo muy ligero, hasta otra con tráfico pesado. Obviamente este hecho a su vez producía una notable diferencia en términos de contaminación, ruido, inseguridad, etcétera. La calidad de vida se notaba claramente disminuida por un centenar de razones en la calle con tránsito vehicular abundante. Pero la diferencia se hacía aparente también en cuestiones que uno no se imaginaría de primera intención. La gente que vive en una calle con tránsito pesado tiende a no conocer a sus vecinos ni formar relaciones cercanas con la gente que le rodea. Por el contrario, la gente que vive en calles con poco flujo vehicular suelen estar perfectamente familiarizados, no solamente con sus vecinos, sino también con sus alrededores; saben perfectamente las tiendas o establecimientos que existen en su calle, y por ende apropian toda la cuadra sintiéndola parte de su hogar.

Puede parecer un análisis simple a primera vista, pero las implicaciones de sus resultados son importantes. Debiera ser evidente que el lugar en donde vives te debe brindar confianza y lo ideal sería que te entusiasmara el recorrerlo, conocerlo y disfrutarlo, más allá de las cuatro paredes a las que llamas hogar. Lo ideal sería que tus hijos tuvieran un espacio para salir a jugar sin sentirse inseguros a causa de algunos locos que se encuentran detrás del volante, y tener esto no tendría por qué significar el tenerse que mudar a suburbios alejados de la ciudad y todos sus placeres y servicios. En este punto también cabe analizar el rol importantísimo que juegan los espacios públicos para que la infancia y juventud de futuras generaciones no tenga que centrarse en centros comerciales o de consumo. Claro que aparte de en general ser insuficiente, la historia de nuestro espacio público no siempre ha sido memorable y el esfuerzo por diseñar espacios aptos para la comunidad muchas veces ha sido inexistente.

Por un lado, debería siempre diseñarse y planearse espacios tomando en cuenta la experiencia y opinión de la gente que los va a ocupar; no cabe duda que los conocimientos de profesionales sólo pueden verse fortalecidos por las vivencias de la ciudadanía. En segunda instancia debe venir la preocupación por la creación de lugares estéticos en ojos de diseñadores que muy probablemente tengan distintos gustos y estándares que los del resto de la población. En primera instancia debe venir el confort y la implementación de elementos que inviten a ser usados, llámense asientos, áreas verdes, etcétera. La comunidad debe sentirse dueña y parte de sus espacios públicos y encontrar en ellos varios usos, así como actividades que atraigan a otros pobladores y vitalicen el área. Para esto debe buscarse una extensa lluvia de ideas de distintas mentes y lugares (i.e. amas de casa, niños, adultos, instituciones educativas y culturales, comerciantes…). También debe observarse lo que ha funcionado y fallado en otros espacios públicos, tanto cercanos como más allá de nuestras fronteras. Y sin necesidad de proyectos muy costosos, o que tengan una estricta fecha de inicio y final, quizá a los espacios públicos debe vérseles como sitios que deben estar en constante evolución y cambio; lugares en donde se hagan aditamentos paulatinos y a largo plazo dependiendo de las necesidades que se vayan generando o del mantenimiento que siempre se irá requiriendo (lo cual tampoco deberá significar lugares mal hechos o mal planeados).

En general, nos damos cuenta una vez más que debemos adecuarnos al hecho que mientras más nos alejemos de una sociedad auto-céntrica, viviremos en ciudades más saludables y placenteras. Los centros urbanos exitosos y progresistas con viabilidad a futuro, en todos los sentidos (económico, social, ambiental, etcétera), serán aquellos que encuentren la manera para que los peatones (los seres humanos) nos sintamos más cómodos. Deberán, para lograrlo, crear nodos de interacción social, económica y laboral expedita y eficiente, al mismo tiempo que limpia y equitativa. Imagínense que tanto más positivo sería que la mayor parte de nuestras vidas no se desarrollaran en el interior de una caja de cemento, llámese casa, oficina o centro comercial, y mucho menos en una caja de metal llamada coche, sino por el contrario, en el exterior, encontrando afuera esparcimiento, cultura, conexiones sociales, etcétera.

Separando, sembrando y composteando.

Desde un punto de vista arquitectónico, empezaron a desarrollarse y ponerse de moda, desde hace algunos años, proyectos de azoteas o techos verdes que generalmente resultaban costosos y complejos de desarrollar. Sin embargo, el sábado pasado, se llevó a cabo un evento público, por parte del Gobierno del Distrito Federal y otros entes privados, para promover a Efecto Verde, organización que promueve las azoteas verdes a partir de su producto de macetas hechas de plásticos reciclados y plantas que requieren poco mantenimiento (agua y cuidado). Cabe destacar que aunque en esta ocasión, en el monumento a la Revolución, se presentó un producto específico, también se comentaron alternativas sencillas a desarrollar por ciudadanos comunes y corrientes, las cuales resulta interesante e imperante recalcar.

En una ciudad como el Distrito Federal, resulta para muchos de nosotros difícil comprometer aunque sea un poco de nuestro preciado tiempo (ya que nos gusta gastarlo transportándonos de un lugar a otro) para cuidar nuestro entorno. Otros tantos, sentimos no tener el espacio adecuado o la habilidad necesaria para hacerlo. Sin embargo, en el actual panorama y situación ambiental a nivel local y global, parece que no nos quedará ningún otro remedio, esto si queremos que la raza humana siga siendo parte de este planeta por varias generaciones venideras. Acciones a cumplir como individuos hay millones: cuidar el agua, usar transporte público, minimizar nuestro consumo de energía, etcétera. Pero regresando al tema de lo verde, color que claramente nos falta en esta ciudad y país, qué puede hacerse.

Primero que nada, separar basura, ya es obligatorio por ley, no hay vuelta de hoja ni modo de frenarlo, es nuestra obligación ciudadana. Mínimamente debemos separar nuestros desechos en orgánicos e inorgánicos, pero podríamos ir más allá: aluminio, plástico, papel o cartón… ¿Y cuál sería el siguiente paso? Precisamente enverdecer nuestro entorno, de manera económica, sustentable y sencilla. Si tenemos el tiempo y espacio necesario, qué podría ser mejor que cultivar incluso algunos de nuestros alimentos favoritos, sabiendo de dónde vienen y que no contienen herbicidas dañinos para nuestra salud. Si no, siempre podremos recurrir a nuestras adoradas cactáceas u otras vegetaciones locales que requieren poco sustento pero que nos brindan un poco más del oxígeno al que estamos acostumbrados, ya sea en nuestro jardín, azotea, terraza o pasillo (quién se va a quejar de exceso de O2 en la Ciudad de México).

Algo que podría parecernos un poco más complicado, pero solamente por nuestra desidia y mala administración de tiempo, es el compostaje. Esta sería una actividad muy efectiva para agilizar y asegurar el crecimiento pleno y sano de nuestros sembradíos y una muy buena manera de aprovechar nuestros desechos orgánicos, que al descomponerse se convierten en una excelente forma de abono. Y la teoría de que las compostas siempre huelen mal es un mito, si se hacen de la manera correcta. Comparto un par de trucos: intentar descomponer un poco nuestra comida o desechos orgánicos agiliza el proceso; no exceder el agua o humedad en la composta evitará malos olores; agregar hojas secas ayudará a mantener un equilibrio de humedad ideal; lo recomendable es poner en nuestra composta capas de alrededor de diez centímetros de cada componente (residuos orgánicos, hojas muertas y tierra); el uso de lombrices podrá acortar significativamente el tiempo en que tu tierra esté lista (de seis a tres o hasta un mes). ¡Et voilá!

El compostaje, como todo, es algo que podemos efectuar a distintas escalas, dependiendo de nuestras posibilidades. Otra acción recomendable para tener vegetación en nuestro hogar es el diversificar. Hoy en día nos gusta todo expedito y en producción en masa, este es el caso de nuestra agricultura moderna, la cual erosiona suelos y causa múltiples daños ambientales. Por el contrario, existe un concepto milenario de nuestros pueblos indígenas muy sabio e interesante, el cual se recomienda aplicar también en nuestra agricultura a pequeña escala: la milpa. Este sistema de cultivo mesoamericano, combina generalmente la siembra de maíz, frijol y calabaza. Este acto refleja un profundo conocimiento técnico de nuestros antepasados con respecto a la tierra y su naturaleza, con el fin de cubrir las necesidades básicas de una familia campesina sin dañar la tierra o el medio ambiente. Así la milpa se convierte en un rico y complejo agro-ecosistema que protege la biodiversidad y evita efectiva y saludablemente las plagas. Sin tener que sembrar estos tres elementos forzosamente, lo recomendable es que tengamos plantas diversas; las hierbas aromáticas, por ejemplo, son buenas para alejarnos de las plagas y una opción recomendable como complemento en nuestro pequeño huerto o jardín.

Con estas ideas, y otras que se nos tienen que ir ocurriendo, podríamos contribuir con el reverdecer de nuestras urbes y mejorar nuestra calidad de vida. Las plantas son entes casi mágicos que no sólo filtran y nos protegen de contaminantes, sino también de cambios drásticos de temperatura, del ruido excesivo, etcétera. Aparte, un entorno verde siempre va a ser más atractivo, de eso no nos queda la menor duda. El mismo gobierno del Distrito Federal comienza a fomentar estas acciones reduciendo nuestro pago de impuesto predial al establecer azoteas verdes o forzándonos a separar basura. No nos quedemos atrás, siempre culpamos a nuestros gobiernos de falta de acción, pero afrontémoslo, gran parte del cambio debe estar también en nosotros. Al actuar estaremos también educando a futuras generaciones, lo que quizá no nos inculcaron suficientemente a nosotros, y con ello les permitiremos formar un futuro más prometedor y sustentable.