lunes, 29 de marzo de 2010

Se necesitan “muchos huevos”

Son 18 millones de litros de gasolina y 4.5 de diesel los que se utilizan diariamente en la Ciudad de México cuando muchos capitalinos tienen que cruzar la ciudad de un extremo a otro en medio de un tráfico lento y colosal; 3.5 millones de vehículos entre automóviles, autobuses, camiones, camionetas y motocicletas se amontonan en vialidades saturadas y muchas veces insuficientes. El metro y muchos otros transportes públicos se usan ampliamente, hasta el punto del rebosamiento en horas pico, sin embargo, la superficie de esta urbe con todas sus venas se ve permanentemente atiborrada. Ante este panorama, la posibilidad de llegar a un destino en el menor tiempo posible se convierte en una lucha personal de cada automovilista; las buenas costumbres y los buenos modales se olvidan en casa para enfrentar con ferocidad la tarea que se les avecina día con día. Las mentadas de madre, los claxonazos ininterrumpidos, los cruces de la muerte, los rebases gandayas, los microbuseros abusivos, los automovilistas daltónicos que en todo amarillo ven verde y en todo rojo amarillo, constituyen algunas de las muchas razones por las cuales se necesitan “muchos huevos” para manejar y por ende vivir en la Ciudad de México.



Aparte del crecimiento expansivo en términos demográficos de esta ciudad en las últimas décadas, el Distrito Federal presenta muchos otros patrones urbanísticos altamente dañinos. Por un lado existen personas que han elegido alejarse en términos de vivienda del centro de la ciudad. Algunos podrían decir que esto se debe al patrón suburbano presentado en los años sesentas en Estados Unidos en busca de un lugar más tranquilo y saludable para vivir. Pero en el caso de México sabemos bien que los que deciden son pocos y muchos más los que se encuentran arrinconados en ciertas situaciones. En México, las periferias han sido general e históricamente cinturones de pobreza o sitios donde a la clase baja y media baja se les permite vivir; y si no forzosamente en la periferia, al menos sí suficientemente alejados de las zonas pudientes de la ciudad. Es bien sabido que no cualquiera puede vivir en Santa Fe o en Polanco o en la Condesa, sin embargo, mucha gente de bajos recursos trabaja en este tipo de zonas. Dicha estratificación es una de las más grandes causas por la cual la ciudad ha tenido que dispersarse, resultando esto en más viajes, más tráfico y más contaminación.

Otra gran problemática de la ciudad, siguiendo nuevamente el mal ejemplo de los gringos, es el número de autos particulares en esta entidad. En términos de predominio de transporte, los automóviles privados constituyen casi el 72 por ciento de los vehículos de esta capital. Sería necesario hacer conciencia del perjuicio que esta conducta causa al medio ambiente y a la salud tanto física como mental de los habitantes de la capital y su zona conurbada. El transporte público es una gran e importante respuesta y solución a dicho problema que los ciudadanos debemos contemplar como opción preferible a pasar horas estresantes en el tráfico. La infraestructura de transporte colectivo en el DF es importante y debe ser reconocida como tal, sin embargo, darse abasto en esta ciudad resulta cada vez más claramente imposible.

En la Ciudad de México se desarrolla casi un tercio de la actividad económica del país, y considerando a la zona metropolitana en su conjunto, en el Distrito Federal se asienta cerca del veinte por ciento de la población nacional. Dicha realidad resulta en un metabolismo diario de la ciudad, no sustentable. A esto debe aunarse que nos encontramos en un espacio nada propicio para este exceso ya que estamos rodeados al Sur y al Oeste por una alta cadena montañosa que actúa como barrera natural que impide la libre circulación de viento para dispersar contaminantes. Esto, junto con otros considerables factores, resulta en un ambiente muy poco saludable y sustentable.

Para la viabilidad social de esta ciudad resulta imperante un replanteamiento a fondo de su operación y funcionamiento. Se debe forzosamente reducir su ritmo de crecimiento de una manera importante con el desarrollo alternativo de otras ciudades y regiones del país. Se debe también, redensificar a las delegaciones centrales de una manera integra, con distintos estratos sociales y económicos y diferentes actividades en una misma zona; la mezcla de uso de suelo es un factor trascendental en términos de salud urbana, reducción de desplazamientos y contaminación atmosférica. Conviene del mismo modo, hacer uso eficiente de las infraestructuras ya creadas, en lugar de extendernos en términos de construcción. Existen muchos aspectos en los cuales nuestras autoridades capitalinas pueden continuar mejorando la infraestructura vial y de transporte como corredores estratégicos de transporte público, distribuidores viales, segundos pisos, ciclopistas, evaluación de nuevas tecnologías, implementar regulaciones adecuadas, etc., pero ellos no son los únicos responsables de nuestro caos.

La educación vial de cada ciudadano es también esencial para mejorar nuestra relación y convivencia. El respeto al peatón, el derecho de paso, el respeto a las regulaciones viales, la conciencia ambiental, etc., son costumbres que deberían estar arraigadas en cada ciudadano de esta urbe tan progresista y vanguardista. Reconociendo su magnitud e imponencia, la Ciudad de México no debería ser vista como una en la cual se necesitan “muchos huevos” para transitar por ella. Este conflicto, junto con muchos otros, debe ser aminorado con el propósito de poder disfrutar al máximo una ciudad tan magnífica como ésta.