miércoles, 29 de junio de 2011

Viviend@ sustentable

Dicen que es mejor tarde que nunca, pero cuando se va muy atrás en la carrera uno debe apresurarse. Desde hace tiempo, la carrera la encabezaron algunos países europeos, nórdicos particularmente. Después, más a fuerza que con ganas, le siguió Estados Unidos y algunos países asiáticos, dejándonos a Latinoamérica, y muy particularmente a México, hasta el final del maratón por lograr una realidad más sustentable. Nos alegra, de cualquier modo, que en estos días se haya certificado el primer conjunto habitacional sustentable a nivel nacional en la capital de nuestro país. Este esfuerzo se hizo por parte del Instituto de Vivienda del Distrito Federal y Grupo GEO, a quien le daré el beneficio de la duda por estar respaldado por el Gobierno del Distrito Federal, ya que Casas GEO ha demostrado, varias veces en el pasado, irresponsabilidad social, ambiental, ética, de construcción, etcétera.

El conjunto de 33 edificios y 546 departamentos, se encuentra en la colonia Del Gas, en la delegación Azcapotzalco. Con esto, se afirma que se está apostando por una nueva y sustentable forma de construir. Entre las características básicas de este conjunto habitacional se encuentran el uso de calentadores solares, una planta de tratamiento de aguas residuales, depósitos para la captación de lluvia, excusados de bajo consumo de agua y celdas fotovoltaicas para el alumbrado de la calle aledaña. Se pretende, que al contribuir con el ahorro de energía y agua, estos aditamentos ayuden a los habitantes de esta colonia popular a reducir significativamente el pago de sus servicios. Sin duda, aquí podemos observar lo que se puede lograr con un poco de voluntad, no sólo política, sino también, y muy importantemente, de la Iniciativa Privada.

Es muy positivo, sin duda, que el dinero público se utilice para este tipo de proyectos. Sin embargo, existe otro elemento increíblemente importante para poder realmente impactar o generar un cambio en materia ambiental. El gobierno no podrá financiar absolutamente todos los proyectos de este tipo, lo que sí deberá hacer, es impulsarlos mediante leyes e incentivos. Aquí la iniciativa privada y el gremio de arquitectos e ingenieros tendrán que poner de su parte. Resulta imperante que se haga obligatorio el certificar en materia de sustentabilidad nuestras viviendas y edificios. Paralelamente, sin creer que se va a requerir de un esfuerzo económico estratosférico, nuestros diseños tienen que estar llenos de sabiduría e inteligencia; ventilación natural, iluminación natural, uso de materiales aislantes, uso de materiales sustentables, uso de la orientación de nuestras construcciones para aprovechar el sol y no sufrirlo, etcétera. Y a los empresarios tacaños deberá recordárseles que ahorrar muchas veces sale caro, y tendrá que salirles caro en su cuenta eléctrica y demás servicios, así como en el detrimento del planeta en el que viven.

Hagámoslo por beneficio propio, por consciencia, por responsabilidad hacia futuras generaciones. Patriótica y nacionalistamente, sentimientos que nos encanta demostrar, debemos acelerar nuestro paso en esta carrera, y sin olvidar que afortunadamente la carrera cada vez se pone más competitiva. En Nueva York se acaba de diseñar y proponer una colonia o barrio vertical y sustentable de 290 metros de altura. El proyecto incluye paneles solares o fotovoltaicos (que podrán llegar a exceder la demanda de energía del edificio para venderla), mini-turbinas de viento, uso mixto (residencial, comercial, recreacional, laboral y servicios), y un programa de coches eléctricos compartidos (en lugar de estacionamiento para promover también el transporte público). Algunas ideas podrán parecer futuristas, pero no cabe duda que la imaginación nos está quedando corta para la imperante necesidad de revirar nuestro destino en materia ambiental.

Revolucionando los cimientos del pensamiento

En ocasiones resulta imperante cuestionarnos acerca del beneficio y detrimento de todos los avances y el progreso que ha conseguido el ser humano, no con un afán oscurantista, ni negando los muchos éxitos y descubrimientos que hemos tenido como sociedad mundial. Sin embargo, en el actual acontecer, es difícil no darnos cuenta que hemos cometido muchísimos errores, y lo que es aún peor, nos sigue costando mucho trabajo el reconocerlos. Tomemos mi profesión como ejemplo, la arquitectura. En su larguísima historia se ha centrado en la edificación de majestuosidad y belleza de ciudades enteras con el afán de trascender eternamente. Actualmente, de manera más lenta que lo ideal, comenzamos a darnos cuenta que nuestra responsabilidad es grandísima como para reducirla al fin estético, por más magnánimo que éste sea. Tanto la arquitectura como el urbanismo juegan un rol trascendental y fundamental en nuestra lucha por llevar una vida sustentable e intentar frenar o revertir, en la medida de lo posible, el daño ambiental que le hemos hecho al planeta, y con ello, a nosotros mismos.

En los años setenta, surgió un grupo de arquitectos que se asentaron en Nuevo México, Estados Unidos, con ideas y proyectos radicales en su momento, e inclusive radicales hasta hace un par de años. Llamados ‘Guerreros de la basura’, al darse cuenta de que estábamos, como humanidad, convirtiendo a nuestro planeta en un lugar inhabitable, admitieron que su carrera no estaba orientada en el sentido correcto. Empezaron entonces a hacer construcciones, primero para ellos mismos, a base de basura: botellas de vidrio, botellas de plástico, latas, llantas, etcétera. Se dieron cuenta que las llantas rellenas de tierra son un elemento extremadamente duradero y aislante (bueno para uso en temperaturas extremas); comenzaron a tomar en cuenta elementos como la orientación para utilizar el sol de una manera ventajosa; crearon sistemas simples de captación de agua pluvial; crearon sembradíos en sus patios traseros… De este modo, no utilizaban ningún servicio externo, ni luz, ni agua, ni gas; ni cuando las temperaturas bajaban hasta a -35º centígrados.

Es cierto, sus construcciones no eran las más pulcras, quizá más bien eran un revoltijo de elementos y residuos que se hubieran ido a nuestros mares o basureros municipales. Y sí, quizá estas construcciones no sustentarían nuestro modus vivendis actual, pero ellos formaron una comunidad en la que, regresando a los elementos más esenciales de la subsistencia humana, se sentían libres y dirigentes de sus propios destinos. Y entonces se difundió la idea de estas comunidades libres de la red eléctrica, entre otras cosas, y varios clientes quisieron replicar este estilo de vida; parece que después de todo sí tenemos llenadero los seres humanos, y una vez que una sociedad tan consumista como la norteamericana lo ha tenido y probado todo, prefiere regresar a la sencillez de la vida como érase una vez. Pero el gusto no duró mucho tiempo. Para inicios de los noventa, le quitaron la licencia a Michael Reynolds, arquitecto líder en estos proyectos, por construir en zonas sin servicios básicos ni carreteras, por construir en tierras comunales (sin un sólo dueño en la escritura como se acostumbra en aquel país), y por construir vivienda experimental de la que no se podía tener certeza si cumplía los estándares de seguridad y salubridad norteamericanos.

Y así, por intentar construir una alternativa sustentable, por no construir vivienda como se ha construido en Estados Unidos desde mediados del siglo veinte, se le dijo a este arquitecto que estaba violando la ley. Desesperanzado, y tratando de seguir las reglas del juego, se contrataron decenas de ingenieros geólogos y demás expertos para poder terminar en siete años sus proyectos y desarrollos en los que se gastó decenas de miles de dólares más de lo estimado. De este modo sintió perder la habilidad para experimentar, para construir sueños, para evolucionar… Pero llegó el momento en el que reflexionó que en Nuevo México se destruyeron miles de acres experimentando y probando bombas atómicas; y entonces se dijo, si se experimenta con bombas, si se experimenta con automóviles y aviones, por qué va a estar prohibida en Nuevo México la construcción de vivienda experimental. Por tanto, se dio a la tarea, desde el 2004, de intentar modificar las estrictas reglas de construcción y planeación de su estado. Se confrontó con la amarga diplomacia y pérdida de tiempo que se da en la arena política para remediar asuntos urgentes. Se le dijo que las compañías de servicios (i.e. electricidad) se sentirían amenazadas por su propuesta, que no hablara del cambio climático porque los republicanos no creían en esta teoría, que su propuesta no tenía el lenguaje adecuado…

Pero mientras perdía la esperanza en su propio país perteneciente al ‘primer mundo’, se cruzaron varios desastres naturales que le dieron fuerza para continuar luchando. En el 2004 un terremoto y tsunami devastó la Isla de Andamán, India, dejando con vida únicamente a siete mil de sus 35 mil habitantes; en el 2005, Katrina demolió una ciudad del país más poderoso del mundo; en el 2006 el Huracán Rita golpeó el Golfo de México… En todas estas situaciones, el albergue y la vivienda se convirtieron en uno de los asuntos imperantes a solucionar después de la catástrofe. Y así, Michael y su equipo viajaron a la isla Hindú, a Nueva Orleans y a Matamoros, México, a implementar en un par de semanas lo que no les estaba permitido construir en su propio hogar, aliviando con ello las carencias de cientos de personas. La historia para Michael termina bien, después de tanta lucha, su trabajo se vio recompensado y reconocido, pudo volver a aplicar el examen para obtener su licencia de arquitecto y de construcción, y en el 2007 se pasó una ley en Nuevo México que avalaba la construcción de vivienda experimental como la que Michael Reynolds y su equipo habían construido años atrás. A pesar del aparato político moroso (el cual se congratula de pasar una ley después de tres años considerándolo poco tiempo), y a pesar de necesitar comprobar su teoría después de dolorosos desastres naturales, parece que empezamos a prepararnos de manera consciente para el futuro. Esperemos que el sueño americano y global deje de ser el de la posesión desmedida de bienes materiales, y se convierta en el de supervivencia global y humana.

Confluencia e intercambio

Me llamaron la atención dos noticias similares en los últimos días. Dos zonas se han visto afectadas por exceso de movimiento, por decirlo así. Los centros de Xochimilco y Coyoacán. Desde un punto de vista urbano, las concentraciones de gente, actividades y servicios son positivas por muchas razones, aun cuando bien sabemos que en sitios como el Distrito Federal, el exceso de esta gente y bullicio puede ser un gran dolor de cabeza. Lo que resulta aún más extraño, es que uno de los más grandes señalamientos se fundamentan en el hecho de que esta confluencia de gente produce inseguridad. Esto es extraño porque comúnmente, en cualquier lugar del mundo, la concurrencia de personas y diversas actividades nos permite sentirnos más seguros (a menos que uno sea muy despistado y descuidado, lo cual atrae a los llamados carterazos). Podemos en ocasiones preferir privacidad y tranquilidad en espacios aislados, pero debemos admitir que al incrementar el número de personas y actividades, los lugares se dinamizan y se vuelven más productivos. Lo que sí es cierto, es que esta condición requiere de un gran soporte de infraestructura y una adecuada planeación, la mayoría de veces inexistente en nuestras urbes mexicanas.

Quién no prefiere vivir en un lugar donde sin recorrer una larga distancia pueda encontrar un mercado, una escuela, un teatro, un parque, un museo, un cine, un centro comercial, oportunidades laborales, etcétera. Esto es lo que necesita, sin duda, el Distrito Federal, zonas en las que TODOS los capitalinos puedan vivir y al mismo tiempo encontrar servicios, trabajos, entretenimiento y demás, sin tener que pasar horas en el coche. Sin embargo, estas confluencias nos molestan cuando sentimos que dañan nuestro nivel de vida (i.e. un antro ruidoso al lado de un conjunto departamental). Esto obviamente no es lo ideal. Pero si lo repensamos, igual no queremos bares al ladito de nuestra casa, pero el tenerlos a una distancia relativamente cercana no es del todo malo, porque una zona que muere o carece de actividad después de las diez de la noche puede llegar a hacernos sentir también muy inseguros, y entonces las zonas residenciales se convierten en lugares donde uno no puede caminar de noche y sólo se puede transportar en automóvil.

Pero entonces, el asunto es que un lugar como Xochimilco se siente invadido, y hasta siente que peligra su patrimonio, por el exceso de ambulantes, taxis, microbuses, etcétera, que producen basura y dañan la estructura urbana. Algo muy similar le sucede a Coyoacán, quien retiró a artistas urbanos y colectivos artísticos por sentir que provocaban asaltos y con el objetivo de guardar cierto orden (en lugar de tumultos y caos). Entonces, cada delegación hace lo suyo y lanza iniciativas y planes para reorientar los destinos de sus áreas a gobernar. La demarcación Xochimilco remodela vialidades (repavimentación) y fachadas en su centro histórico, cambia drenajes, reemplaza luminarias. Así, Manuel Gonzalez y Raúl Flores, hacen su trabajo, y es un buen comienzo, pero quizá insuficiente o desorientado en algunos aspectos. El querer evitar las aglomeraciones de gente en una ciudad como la capital de nuestro país para no dañar nuestra estructura urbana es una visión simplista. Somos muchos y llenar centros tan bellos como los de Coyoacán o Xochimilco debe verse como una acción positiva en la que se intercambian pensamientos y servicios.

Lo apropiado es que la estructura urbana sea lo suficientemente fuerte y apropiada para su uso pleno, por un lado, y por el otro, como sociedad tenemos que ubicar que para poder disfrutar de nuestros espacios públicos y abiertos debemos ser lo suficientemente responsables para cuidarlos y respetarlos (i.e. jamás tirando basura, entre otras acciones). Se puede argumentar, como lo hizo Raúl Flores, que Coyoacán es una zona residencial donde deben cumplirse las demandas vecinales. Sin embargo, debe entenderse que Coyoacán es un patrimonio que no sólo pertenece a sus habitantes residenciales, muchos de los cuales también buscan vivir cerca de su centro por su vitalidad característica, y que mutilarla sería un desacierto. Habiendo dicho esto, se entiende que se necesite o pretenda establecer cierto orden, reubicar, planear, etcétera. Ubicar, por ejemplo, que los espacios residenciales se encuentren a un par de cuadras de antros y bares. Sin embargo, la convergencia de decenas de miles de personas en espacios llenos de historia y cultura siempre debe verse como algo positivo, algo a fomentar, encausar y hacer posible.

miércoles, 22 de junio de 2011

Los juegos del ‘libre mercado’

Una vez más se nos presentan situaciones para cuestionar a la ciencia y algunas de sus disciplinas o ramas maravillosas que podrían aliviar prácticamente todos los males del planeta. Sin embargo, los avances científicos suelen frecuentemente estar en las manos equivocadas, llámese trasnacionales rapaces o gobiernos incongruentes. Constantemente escuchamos debates alrededor del mundo acerca del uso de semillas genéticamente modificadas, los famosos transgénicos. En nuestro país se inició desde el 2007 la campaña Sin maíz no hay país, en contra del uso de transgénicos y en defensa de la soberanía alimentaria. En Europa se intenta frenar el uso de glifosato, herbicida usado para los monocultivos transgénicos y que ha demostrado graves afectaciones a la salud humana. En Perú se aprobó recientemente una moratoria de diez años para el ingreso de transgénicos. En Chile se frena la entrada de más transgénicos transnacionales pero se motivan los transgénicos nacionales bajo condiciones similares. Pero quizá, el ejemplo que más nos sorprenda es el de Bolivia, país que podría en breve legalizar el uso de transgénicos y la privatización de varias semillas o granos. Independientemente, el tema es que las promesas de la industria de los transgénicos, como la de eliminar la hambruna a nivel mundial, no se han cumplido, y la desigualdad y pobreza en zonas rurales más bien se ha incrementado alrededor del mundo.

Mientras la ONU admite tal realidad, los movimientos sociales, que en su historia tienen múltiples y diversas luchas, pero que hay que reconocerlo, las batallas se han incrementado en el periodo neoliberal de nuestra historia, declaran a Monsanto, propietario del noventa por ciento de las patentes y semillas transgénicas, enemigo de la humanidad. Tenemos a un gobierno, el de Bolivia, basado en el apoyo y respaldo a grupos campesinos, indígenas y movimientos sociales. Este país también encabeza el movimiento Defensa de la madre tierra, que naturalmente rechaza el uso y cultivo de transgénicos; más aparte, el uso de semillas genéticamente modificadas está en contra de la constitución boliviana. Es mucho lo que está en juego, como las 1400 variedades de patatas y de maíz que posee esta región. Por supuesto, el discurso es atractivo. El uso de transgénicos promete incrementar la riqueza y competitividad; con la manipulación genética de algunas semillas se promete ofrecer resistencia al cambio climático; se dice que la intención es garantizar el abastecimiento interno de alimentos; o ultimadamente, algunos legisladores simplemente afirman que de todos modos ya se consumen productos transgénicos importados. Sin embargo, así como en los años setenta, con agroquímicos se prometió que se erradicaría el hambre mundial con la eliminación de plagas, Bolivia pasó de tener ochenta tipos de plagas a quinientos en la actualidad, con todas las adversidades que aparte probaron producir estos tóxicos a la salud humana y ambiental.

No puede olvidarse tampoco, que al privatizar ciertas semillas los laboratorios transnacionales se convertirán en los dueños, amos y señores que podrán especular subiendo sus precios o cortando su distribución para lograr una mayor dependencia de los países en vías de desarrollo a sus tecnologías. ¿Parece esto una garantía para terminar con el hambre mundial, o más bien puro interés empresarial? ¿Pueden culparnos por ser desconfiados cuando genéticamente se manipulan estas semillas para que sean infértiles y los campesinos tengan que comprarlas año con año? ¿Y qué decir de los asesinatos de opositores a Monsanto? ¿Cómo no querer evitar la entrada de estas tecnologías a nuestros países cuando hemos visto las disputas por tierras y semillas que se han generado a raíz de ellas en países como la India o Brasil? No cabe duda que no puede más que exigirse completa transparencia en estos procesos, así como la difusión de información y consulta pública en temas que afectan de manera importante a comunidades agrícolas de países como Bolivia. Muchísimo está en juego: la pérdida de biodiversidad, la agricultura ecológica, la supervivencia de pequeños agricultores, y hasta la salud humana. Incluso científicos de renombre comienzan a cuestionar y a señalar las implicaciones que han dejado quince años de cultivos transgénicos.

Al modificar genéticamente alimentos y semillas (combinándolos con genes de insectos, peces o bacterias), para hacerlos resistentes a insecticidas, gérmenes e insectos, obviamente las cosechas se vuelven más productivas. Sin embargo, al utilizarse partes de genes de organismos altamente patógenos y con virus de alta toxicidad por su alta capacidad a combinarse, se cuestiona, si esto es lo que ha provocado las recientes epidemias de E.coli en Europa. Pero esto no es nada comparado con los problemas graves de salud que se han provocado en las comunidades aledañas a los cultivos, la mayoría de ellas en América; una vez más nos usan de conejillos de indias. Al cultivar transgénicos, se usa masivamente el herbicida glifosato, cuyos impactos a la salud humana ya son más que conocidos, por lo que se está frenando la entrada de cultivos transgénicos a Europa, los mismos que han existido en Latinoamérica por décadas. Algunos de los padecimientos asociados con el glifosato son: alteraciones endocrinas, mutaciones del ADN (cuyo producto pueden ser las malformaciones genéticas), cáncer, entre otros. Estos padecimientos se encontraron incluso al suministrar dosis bajas y ni remotamente comparables a los niveles de pesticidas encontrados en la comida y el medio ambiente cercano a los sembradíos transgénicos.

Lo más irritante es que, industrias como Monsanto, han tenido conocimiento de esto desde los años ochenta. Por el contrario, la población mundial se ha mantenido en las tinieblas al respecto, poniendo así en peligro la salud pública por intereses económicos y privados. Duele sentir que tenemos que luchar en contra de la ciencia (aunque en realidad sea de intereses mezquinos y usureros), pero así es. Particularmente en el tercer mundo, la entrada de transgénicos a nuestras fronteras nos impediría competir con nuestros ricos y diversos productos en el mercado internacional. En Chile tenemos el ejemplo en cuyas tierras Monsanto aumentó en un veinticinco por ciento su producción en cultivos transgénicos el año pasado. De este modo, estando presente desde hace más de diecisiete años en los campos del país sudamericano y siendo la séptima nación que más produce para la firma, a los chilenos no se les permite usar las semillas de un primer cultivo en una segunda producción. Así de ingrato es el ‘libre mercado’.

Viviendo en la barranca

En los últimos días, afortunadamente se le ha dado significativa cobertura al tema del riesgo de miles de viviendas ubicadas en barrancas en las periferias del Distrito Federal. Se afirma que el número sobrepasa las diez mil residencias. Esto es sumamente grave ya que con el hecho se pone en riesgo la vida, el bienestar y patrimonio de decenas de miles de personas. Aún más indigna el hecho de que al mismo tiempo podamos encontrar viviendas deshabitadas o inhabitables en diversos puntos del centro de la Ciudad de México. El argumento de alta demanda de vivienda en la capital del país es insuficiente, porque aunque bien sabemos que el número de habitantes de esta entidad es exagerado, también sabemos que muchos de los problemas que nos aquejan en esta metrópoli, se deben a la dispersión poblacional.

Los terrenos inestables de las barrancas donde se continúan construyendo viviendas no sólo representa un riesgo de seguridad para sus habitantes, sino también es signo de la tremenda desigualdad que se vive en la ciudad y país. Mientras en el DF existen puntos de convergencia de todas las culturas y estratos sociales (i.e. el Zócalo capitalino), la vivienda es un aspecto que continua desatinadamente segregado. Nuestra limitada cultura al respecto nos impide percibir como posibilidad el que personas con distintos ingresos o status económico puedan habitar en una misma cuadra, como se hace, por ejemplo, en Alemania. Este hecho, no cabe duda, sería la solución a muchísimos de nuestros problemas. Es absurdo que las personas que dan servicio a zonas como Santa Fe, Polanco, Lomas de Chapultepec o el Pedregal, tengan que recorrer dos horas para llegar a sus trabajos y lo mismo de regreso a sus casas. No creen que si esta condición cambiara tendríamos una sociedad más justa, más equitativa y hasta más segura, al darle a toda la población la posibilidad de tener una vida digna y saludable y así progresar y no sucumbir a los vicios de los que sufrimos hoy en día. ¿No es hasta discriminatorio este trazo de ciudad?

Pero hemos permitido que el trazo de nuestra ciudad lo dibujen intereses privados y desarrolladoras, así como nuestras mediocres instituciones gubernamentales que no han sabido poner un fin a esta situación. Para prueba, la máxima institución de vivienda en nuestro país, INFONAVIT, que aun con un componente gubernamental en ella, se ha dejado arrastrar por el sector empresarial para reproducir viviendas muchas veces infames y siempre relegadas a la periferia de la ciudad, recreando el mismo patrón que tanto lastima a nuestra sociedad. Y así, se le orilla a una buena parte de la población, por falta de recursos para vivir cerca de sus trabajos y actividades, a realizar asentamientos informales que los ayudan a sentirse con un poco de control y patrimonio. Otro gran culpable en esta situación específica (que también se repite en el resto de la república mexicana) es el Estado de México, cuyos pobladores por falta de oportunidades y servicios intentan acercarse a la Ciudad de México en donde muchas veces sí encuentran la solución a este vacío.

Y entonces se argumenta que alrededor del setenta por ciento de los inmuebles sólo se encuentran en zonas de riesgo medio (el resto, más de quince por ciento, en riesgo alto). Pues a eso debemos responder que ni el más mínimo riesgo es aceptable para ningún mexicano. Bien lo dice el artículo 4º constitucional: “…Toda persona tiene derecho a disfrutar de vivienda digna y decorosa…” Se propone que los funcionarios que permitan la instalación de viviendas irregulares en barrancas, o los que con engaños ‘regalan’ tierras en estas zonas, deberán ser encarcelados, se promueve que las penas sean de tres a siete años en prisión, en parte por sanción a delitos ambientales. Esto con el fin de evitar la invasión en barrancas, la generación de riesgos y la destrucción de territorio ecológico. Se quiere también dotar con marco jurídico a la ciudad para poder coordinarse con instancias federales, la iniciativa privada y la población para la conservación de estas áreas. Si se cumple, esto puede ser un comienzo, pero también debe entenderse que el problema debe arrancarse de raíz, y se deben de dar las condiciones para que nadie se vea forzado a vivir en estas condiciones. Nos sorprende cuando después o en vísperas de un desastre natural existen personas que se rehúsan a abandonar sus casas. Quizá es porque bien saben que el volver a construirse un patrimonio será prácticamente imposible y que al abandonar sus hogares dejan todo por lo que han trabajado toda su vida.

Poniendo en regla el transporte público

A mediados de semana, nos topamos con la noticia de que el jefe de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard, ha puesto en marcha el Programa de Verificación Permanente al Transporte Público. No cabe duda que dicha iniciativa ha sido necesaria desde hace muchísimo tiempo, sin embargo, no puede más que esperanzarnos la noticia ya que del correcto funcionamiento del Transporte Público en la capital del país, depende en gran parte la seguridad y el confort de sus habitantes. En lo personal, habiendo vivido en provincia y en Estados Unidos por algunos años, tengo que admitir que mi calificación del transporte público capitalino en general es buena. Podrá haberme en un inicio impactado la cantidad de gente que se aglomera en el metro, metrobús, micros, peseros y demás inventos de transporte urbano (pero en qué rincón del Distrito Federal y su zona conurbana no es impresionante la cantidad de gente que se asemeja casi a una plaga) y para nada apoyo la decadencia en la que se encuentran miles de microbuses y peseros. Sin embargo, comparando estos servicios de transporte con el escaso y a todas luces insuficiente sistema de transporte en el resto de la república mexicana, así como el costosísimo y aun así ineficiente transporte público de muchos rincones del supuesto ‘primer mundo’ (en el caso de Estados Unidos), uno termina por acostumbrarse y hasta agradecer el poder transportarse por tres pesos de un rincón a otro de esta enorme urbe.

Aun así, el esfuerzo necesario para mejorar nuestro sistema de transporte público, y con ello nuestro nivel de vida, es enorme. Y por ello, no podemos más que esperar y exigir de nuestras autoridades toda la voluntad política posible. En este programa se plantea la revisión de más de doscientos mil vehículos, en su mayoría taxis, más de la mitad de automóviles a revisar. Esto para eliminar la existencia de taxis piratas o irregulares (que en ocasiones presentan un importante riesgo en términos de seguridad pública). También serán verificados microbuses y vehículos provenientes del Estado de México, la entidad con mayor número de ingreso de vehículos diarios a la capital del país; esto para tener registro de quién circula en el Distrito Federal con frecuencia en autos que provienen de otras localidades y de los cuales no se tiene información. Se afirma que se trabajará con el apoyo de las jefaturas delegacionales para lograr el cometido que el programa promete. Sin embargo, los planes o puntos a seguir en este proyecto aún no son claros para el ciudadano que lo observa desde afuera de la esfera gubernamental.

Se dice que se ha puesto un gran esfuerzo y cuidado para crear un cuerpo profesional de alto nivel y con un salario de veintisiete mil pesos, meritorio después de muchas pruebas para obtener personal calificado. Los inspectores que se han añadido al programa y al Instituto de Verificación son cien para que sea plausible el revisar al vasto sector del transporte público que recorre nuestra capital. Entre los requerimientos a seguir por parte de los transportistas y concesionarios, aparte de obviamente llevar su documentación oficial (i.e. licencias y permisos) en regla, son el iluminar los interiores de las unidades y retirar los vidrios polarizados, entre otros requisitos de seguridad obligatorios en cada unidad (sería interesante conocer todos esos requisitos). Hasta el momento se dice haber revisado casi diecisiete mil taxis y más de mil autobuses, de los cuales alrededor del tres y el diez por ciento, respectivamente, se han llevado al corralón por faltas a los estándares requeridos. Las multas, se dice, serán de hasta treinta días de salario mínimo, y la meta es que para diciembre del 2011, se haya revisado todo el transporte público y la mayor parte de los Centros de Transferencia Modal (donde se conjuntan distintos tipos de transporte, mejor conocidos como paraderos).

Para esto, lógicamente tiene que automatizarse de algún modo el procedimiento, y sin duda es un plan ambicioso. Pero aunque para realmente lograr un cambio sustancial, como aspiró Ebrard, la aplicación efectiva y real de normas es fundamental (de eso no hay duda), uno también querría ver normas mucho más estrictas y un escrutinio mucho más cuidadoso cuando se trata de transporte público. Sabemos que se intenta instaurar poco a poco vehículos más sustentables y que producen menos emisiones, sin embargo, la lucha tiene que ir más allá. Yo me centraría principalmente en los microbuses y peseros. Estos son vehículos, que si bien son eficientes en el sentido de que recorren prácticamente cualquier punto de la ciudad, su estado es prácticamente insostenible, así como sus usos y costumbres. No es suficiente, por cuestiones de seguridad, que se iluminen o se retiren polarizados de las ventanas. Los micros y peseros sin duda nos llevan a muchos lados y funcionan como un suplemento a la red del metro y líneas del metrobús, sin embargo, son contaminantes, incómodos, pequeños, ruidosos, generalmente contienen fugas de gas que son perjudiciales para la salud de usuarios y choferes… y sus choferes, aquellos a los que junto con su maquinaría tememos por su frecuente falta de civilidad. Y por más que pueda resultar atractivo que nos dejen exactamente en la puerta de nuestro destino, deben existir regulaciones que agilicen y mejoren su servicio. Admitámoslo, caminar una cuadrita no nos hace ningún daño, ¡al contrario!

El efecto verde que necesitamos

Deambulando por twitter, gran herramienta si se usa correctamente, me topé con un proyecto denominado Efecto Verde. Interesada por todo lo que puede resultar sustentable investigué al respecto. Resulta que este proyecto se incentivó por un grupo de urbanistas (trabajando conjuntamente con otras disciplinas) bajo el objetivo de restaurar a la capital de nuestro país, entre otras ciudades, en una especie de rescate urbano. Este planteamiento obviamente me mantuvo interesada. La base de este plan son las azoteas verdes. Sabiendo como arquitecta que los llamados techos verdes son generalmente costosos, estructuralmente complicados (por ser muy pesados) y sólo una de muchísimas iniciativas necesarias para aumentar la sustentabilidad de un poblado o ciudad, comencé a mostrarme escéptica. Y bueno, la realidad de las cosas es que Efecto Verde no es solamente una iniciativa para mejorar nuestro entorno, sino también una especie de negocio. Así pasé por algunos minutos de investigación de la emoción a la duda y de regreso.

Poner la esperanza de una ciudad limpia, saludable y revitalizada en un solo proyecto es un poco utópico. Sin embargo, analizando a fondo, Efecto Verde sí puede prometer convertirse en uno de los muchos proyectos, negocios o profesiones que con su responsabilidad hacia el medio ambiente transformen nuestra realidad con una legítima y positiva actividad económica. Aunque a primera vista me pareció un poco simplista el pensar en llenar las azoteas y terrazas del Distrito Federal con algún tipo de vegetación para mejorar nuestra calidad de aire y de vida, la propuesta de Efecto Verde me demostró ser más multifacética de lo que en inicio pensé. Todo empieza con el importantísimo esfuerzo que representa la separación y reciclaje de basura en una entidad como la Ciudad de México, costumbre que es imperante que adquiramos todos los que vivimos aquí. De este modo, Efecto Verde se compromete a recolectar plásticos para la fabricación sustentable de macetas, así como desechos orgánicos y agua pluvial o tratada para la cosecha de futuros fragmentos modulares de techos verdes. Hasta el momento, muy interesante; no cabe duda de que uno de nuestros mayores dilemas se encuentra en nuestra enorme producción de basura y el uso poco productivo que a ella le damos, lo cual al cambiar vendrá como recompensa para futuras generaciones.

Otra de las importantes ideas de Efecto Verde es la reproducción de plantas que requieran poco mantenimiento. A esto debe sumársele el que sean locales para su mayor sustentabilidad. Esto comprobaría el genuino interés de formar parte de un ciclo saludable y verde, ya que la pretensión de utilizar plantas exóticas, que tengan que transportarse de lugares remotos o que requieran grandes cantidades de agua tampoco sería positivo. Aquí nos damos cuenta que entre más simple mejor; accesible para una gran parte de la población (se prometen productos de muy bajo precio), sin mucha complejidad para mantener, y hasta con sistema de captación de agua pluvial. Y si esta idea se presenta como viable o sencilla para una buena parte de la población, resulta obvio señalar que un sector que podría de manera importante adquirir este compromiso verde sería aquella que tiene el número más importante de recursos: la iniciativa privada, aun sin los incentivos fiscales que Efecto Verde plantea brindar para hacer su propuesta más atractiva. Las grandes corporaciones podrían pensarlo como una inversión para mejorar sus instalaciones y proveer espacio verde y semi-público para sus trabajadores, su bienestar y, por ende, su mejor desempeño. Y qué decir de la buena publicidad que daría el demostrar cierta responsabilidad ambiental que fuera ejemplo a replicar en otros rincones de la república.

Así se han congregado o aliado a Efecto Verde varias universidades, organizaciones civiles e incluso entes públicos y privados para ser parte de la mejora ambiental de una ciudad como la capital de nuestro país. No cabe duda, que de obtener suficiente popularidad, Efecto Verde podrá contribuir con la mejora de nuestra calidad de aire, la mejora de nuestra calidad de vida al proveer de más espacio verde (y esperemos que también público), al promover el reciclaje de agua pluvial y tratada, etcétera. Sin poner todas nuestras esperanzas en una sola propuesta, da gusto que este tipo de iniciativas nazcan en México, aunque sabemos que su éxito o fracaso dependerá mucho de nosotros mismos y el interés que le demos a proyectos como este.

lunes, 13 de junio de 2011

Lanzando flores en medio de la noche

“Es una vergüenza el nada hacer cuando la guerra de todo se apodera.” – subcomandante Marcos

El sábado pasado salieron unidos por el dolor cerca de mil personas de Cuernavaca, Morelos primero y después de la capital del país con destino final a Ciudad Juárez, una de las ciudades más dolidas de nuestra nación. Con el canto de un caracol, trece autobuses y varios vehículos particulares dieron la vuelta a la glorieta del Ángel de la Independencia mientras intentábamos despedirlos con la mayor vitalidad posible el número insuficiente de personas que nos reunimos ese día. Conmovidos nos quedamos con las siempre poéticas palabras de Javier Sicilia y demás compañeros que se unen al sufrimiento de otros padres, de otras madres, de otros hijos, de otros mexicanos. Nos quedamos bajo la promesa de no permitir que la apatía nos borre el rostro y la identidad, nos quedamos bajo el compromiso de construir paz, nos quedamos en la noche que se nos ha impuesto pero sabiendo que más arriesgamos quedándonos callados.

Y así, la Caravana del Consuelo, como se ha autodenominado, y que sin duda es parte de lo que ha provisto, pasó primero por los estados de Michoacán y San Luis Potosí. El lunes 6 de junio, llegó a mi abatido estado natal, Zacatecas; aquel que ha sufrido impresionantemente, aquel que se ha transformado, como tantos otros, en un espacio irreconocible y hostil. Y así, su tierra colorada, y así su:

… típica montaña

que, fingiendo un corcel que se encabrita,

al dorso lleva una capilla, alzada

al Patrocinio de la Virgen.

Altas

y bajas del terreno, que son siempre

una broma pesada.

Y una Catedral, y una campana

mayor que cuando suena, simultánea

con el primer clarín del primer gallo,

en las avemarías…

como habría de componer y declamar el poeta zacatecano Ramón López Velarde, así, todas estas bellezas han quedado en el olvido y han sido remplazadas por la sangre que nos inunda y nos lacera.

Ante esta realidad que me es personal pero que sé perfectamente no es exclusiva de ninguna ciudad o estado del país, se nos presenta la prueba irrefutable de la incapacidad de Felipe Calderón, junto con tantos otros gobernantes, para garantizar paz y legalidad. Día con día nos dan razones para entender de una vez por todas que son incapaces de gobernar. Precisamente en Zacatecas, se condenó el allanamiento de las instalaciones del Centro de Derechos Humanos Paso del Norte por la Policía Federal en Ciudad Juárez el domingo pasado. Qué se pretende con estos delitos institucionales. ¿Qué quiere borrarse o eliminarse? Por más que roben expedientes el dolor y la injusticia jamás desaparecerán de la realidad y de sus conciencias. Será que quieren que perdamos la razón y actuemos con violencia para que después puedan condenar nuestra causa. Sicilia ayer afirmó que eso no sucederá, aseguró que desde su movimiento no se contribuirá a incrementar la espiral de violencia, “que sus juegos de guerra nos lastiman y nos indignan, pero que vamos a desobedecer todo mandato de guerra e inhumanidad”.

Esperanzadoramente, se reunieron más de mil personas en la Plaza de Armas de mi ciudad alrededor de las tres de la tarde en este inicio de semana. Se escucharon denuncias ciudadanas que nadie más, en especial nuestras autoridades, quieren escuchar. Al llegar a Durango, la gente salió a las calles de noche a recibir la Caravana, hecho inédito por la inseguridad desde hace varios meses. También se mostró una exposición de zapatos de muchos de los muertos de esa ciudad y estado, imaginen el significado de tal acto y la conmoción que ha de causar el presenciarlo. Cómo no quebrarse en llanto, ya no digamos al escuchar, sino simplemente al leer la denuncia de un padre cuya hija fue asesinada hace ocho años y cuyo caso no ha sido esclarecido y nos dice: “Se fue mi golondrina, no sé por dónde, por eso no puedo despedirme”. Qué más necesitarán nuestras autoridades para conmoverse, para actuar, para rectificar. Qué más necesitas tú, mexicano, para despertar, para evitar que secuestren a tu patria, para que mañana la víctima no seas tú.

Por eso, junto con la comunidad zapatista, no puede más que reconocerse el caminar y esfuerzo de la Caravana que encabeza el poeta Javier Sicilia; no puede más que admirarse su compromiso para asegurar que no se repitan más desgracias y termine de una vez por todas esta tragedia sostenida principalmente por la impunidad y desvergüenza de nuestros gobernantes y políticos. Causas hay muchas, hace dos años murieron 49 pequeños cuyo pecado fue el de nacer en un país reinado por el nepotismo, la irresponsabilidad y la corrupción. Así, la desgracia ha llegado prácticamente a todos nuestros hogares, sin que la esperáramos ni la mereciéramos. Como declaró Marcos en su última carta: “La muerte de una niña, de un niño, siempre es desproporcionada. Llega atropellando y destruyendo todo lo cercano. Pero cuando esa muerte es sembrada y cultivada por la negligencia y la irresponsabilidad de gobiernos que han convertido la ineptitud en negocio, algo muy profundo se sacude en el corazón colectivo que abajo hace andar la pesada rueda de la historia.” Y como se dijo también el pasado lunes en la ceremonia Un minuto por no más sangre, encabezada por caricaturistas y académicos mexicanos, ya son 40 mil ejecuciones, casi 19 mil levantones, más de 5 mil desaparecidos y 200 secuestros masivos de migrantes. La seguridad debe ser una garantía, no un pretexto para generar más violencia, y mucho menos la violación de los derechos humanos y universales de nuestros conciudadanos.

“Nos han matado muchas veces pero aquí estamos resucitando al país.” – Lydia Cacho

lunes, 6 de junio de 2011

Juego de niños

Puede parecer juego de niños, sin embargo, incansablemente, la mayoría de los seres humanos que habitamos este planeta, admitimos que los niños son el futuro de la humanidad y que lo mejor es brindarles las mejores herramientas y la mejor educación posible para evitar o enmendar los múltiples errores que nos aquejan hoy en día. Por lo mismo, se me hizo interesante el estudiar los planteamientos del libro Asphalt to Ecosystems: Design Ideas for Schoolyard Transformation (Del asfalto al ecosistema: Ideas de diseño para la transformación de un patio escolar), de una planeadora ambiental (más que paisajista), Sharon Danks, que en Berkeley y San Francisco, California, así como en el resto del área de la bahía, se ha dedicado a diseñar, innovar y desarrollar espacios de juego y esparcimiento para niños en escuelas y demás patios o parques infantiles. Obviamente las posibilidades de inversión para optimizar estos espacios y convertirlos en zonas saludables de entretenimiento y aprendizaje cambian de país a país y de una comunidad a otra. Sin embargo, no cabe duda que con el mismo presupuesto, nuestra inventiva debería producir más frutos que zonas abiertas de concreto con una portería o un aro de basquetbol.

Para nadie es una novedad que los tiempos y costumbres han cambiado, que nuestros padres o abuelos tenían juegos a todas luces más creativos que los nuestros y que estos no los orillaban a pasar el noventa por ciento de su tiempo adentro de la casa enfrente a alguna pantalla, llámese televisión, computadora o videojuego. El fomentar en escuelas y actividades infantiles los deportes es sin duda un buen comienzo, sin embargo, este esfuerzo es también insuficiente y limitado. De las primeras cosas que se nos podrían ocurrir, es cambiar el frecuente aspecto gris de nuestras canchas deportivas y ponerles un poco de color y naturaleza. Imaginen árboles, plantas, flores, pasto o hasta un laguito y el sin número de juegos que con estos elementos podrían inventar niños de cinco años. Imaginen la cantidad de fauna (i.e. mariposas o pájaros) que serían atraídos por un poco de vegetación y que terminarían de crear un espacio de exploración, aventura, entretenimiento y aprendizaje. Imaginen también, un laboratorio natural de experimentos y demostraciones de cómo funcionan distintos ecosistemas, y sólo a unos cuantos pasos del salón de clase (sin necesidad de gasto o podas excesivas, sino lo más natural y boscoso posible). Es importante reconocer que en una cultura en la que ya no se camina a ningún lado, los patios escolares son muchas veces la única oportunidad que los niños tienen para relacionarse con un entorno exterior que puede ser increíblemente emocionante o extremadamente rutinario.

Por qué no entonces involucrar a los mismos niños o padres de familia; no me cabe duda que los alumnos presentarían las ideas más creativas para mejorar de una manera sencilla y económica su escuela (y los padres tendrán que alejarse del miedo a que sus niños se ensucien o realicen actividades “peligrosas” = no sedentarias). Por qué no incluir también en el programa escolar un poco de agricultura o reciclaje; actividades que formen a futuros ciudadanos conscientes, sensibles e interesados en su medio ambiente. Por el momento esto sería algo que virtualmente cualquier institución educativa con un poco de iniciativa y determinación podría hacer (con vegetación y materiales locales y económicos) y que marcaría una gran diferencia en la educación y formación de futuras generaciones. Cada vez más, en países europeos y desarrollados, se integran, por ejemplo, pequeñas granjas en escuelas, aunque nos pueda parecer anticuado y fútil si queremos que nuestros hijos sean ejecutivos siempre trajeados. Y en la medida de lo posible, por qué no incentivar a que en donde exista el presupuesto y los recursos, se instalen también sistemas de energía renovable (i.e. paneles solares o tratamientos de aguas residuales), con lo que los alumnos puedan ver y experimentar de primera mano las tecnologías necesarias para nuestro presente y futuro desarrollo sostenible. No cabe duda que acciones como estas fomentarán el aprendizaje empírico, en lugar de únicamente teórico, la reconexión que tanto nos urge con nuestra naturaleza y hasta diversión.

No se puede más que fomentar que la juventud vuelva a llenarse de curiosidad y de asombro que la lleve a la necesidad de explorar y encontrar por si misma el camino al conocimiento de una manera compleja y no simplista con respuestas a medias brindadas con el sólo presionar de un botón. Aun para los amantes de lo urbano, no cabe duda que nos urge un retorno a lo rural; a la agricultura local, a no ignorar de dónde provienen nuestros alimentos, a los paisajes verdes y sustentables, y a la creación de ambientes o ecosistemas que nos brinden un poco de paz, salud y tranquilidad. Y qué mejor lugar para empezar que los lugares donde se forman los nuevos habitantes de este mundo. Así, con ayuda profesional, la creatividad de una comunidad escolar, sus capacidades y recursos, se pueden crear patios escolares ecológicos que respondan a las características y necesidades de cada locación. Esto pondría un excelente ejemplo de desarrollo, planeación y neo-urbanismo rural que podría ser replicable a más grande escala y ambición, generando así un mejor y más saludable estilo de vida para todos.

miércoles, 1 de junio de 2011

De la pesadilla a la fantasía

Últimamente se han lanzado múltiples iniciativas, bosquejos, diseños, propuestas, o como quieran llamarles (algunos afirman que son prácticamente alucinaciones imposibles de concretar), para replantear el trazo urbano de una ciudad bastante popular, o infame, según el lente con que se le juzgue; hablamos de la ciudad de Los Ángeles. En general se presentan renders (imágenes o representaciones), por parte de despachos arquitectónicos o desarrolladoras que proponen una variedad de estrategias: uso mixto, vivienda social, parques, transporte público, espacios para el peatón y el uso de bicicletas, rascacielos excelsos que contengan restaurantes, departamentos, tiendas, y oficinas, entre varias otras amenidades. Los proyectos formulados siempre intentan ser atractivos y en algunas ocasiones incluso ingeniosos al representar una lluvia de ideas que como ejercicio inicial resulta sin duda positivo. Sin embargo, sí llegan varios a representar sueños costosos para revitalizar zonas reducidas de la ciudad en lugar de genuinamente modificar algunas de las más enraizadas y malas costumbres urbanas de los angelinos.

L.A., como gusta llamarse de manera abreviada, es reconocidamente una urbe suburbana, una metrópoli sin centro o downtown, a la que le encanta extenderse, cuyos residentes en su mayoría no pueden vivir sin automóvil, y por tanto, cuyos problemas viales y ambientales suelen ser incluso más complejos que los de la capital de nuestro país, aunque nos resulte imposible el concebirlo. Para entender su extensión, podría ayudar el visualizar que la población de Los Ángeles en sí, es ligeramente mayor a los 4 millones de habitantes, comparada por ejemplo con los casi 9 millones de la Ciudad de México. Sin embargo, con área conurbana, la extensión de ambas ciudades es prácticamente la misma, alrededor de 21 millones. Así se creó entonces el sub-urbanismo en su máxima expresión; así se repitió obsesivamente un paisaje monocromático, homogéneos y falto de personalidad para la emergente clase media trabajadora norteamericana. No se puede dejar de admitir que la diversidad existe en Los Ángeles, personas viven ahí de múltiples nacionalidades, culturas e ideologías, sin embargo, es la falta de convivencia urbana la que en ocasiones hace monótona la experiencia de L.A., como en tantas otras ciudades norteamericanas centradas en el uso del automóvil (finalmente no hay mucha oportunidad de interacción sentado gran parte del día en tu coche cruzando múltiples freeways).

La monotonía puede terminar cuando uno está dispuesto a realmente experimentar las grandes contradicciones de una ciudad como Los Ángeles, y salir de su área de confort, ya sea como turista o habitante. Hacer esto es poco usual, la ciudad no se presta a que sus transeúntes lo hagan. Esto ha provocado históricamente disturbios y movimientos sociales a raíz de prácticas discriminatorias no hace más de veinte años; así Los Ángeles se ha desenmascarado como la desintegrada ciudad que siempre ha sido. La falta de estabilidad e incluso de identidad, se explican fácilmente al entender que es una ciudad que nunca ha dejado de crecer exponencialmente, hecho que ni siquiera el supuesto primer mundo ha podido controlar o proyectar congruentemente.

Hasta cierto punto, aunque es ampliamente reconocido que el transporte público de Los Ángeles es poco popular y eficiente, que poca gente trabaja y vive en la misma zona, y que esta ciudad definitivamente no es amigable al peatón por falta de seguridad y espacios o calles que faciliten el caminar en ellas, comienzan a hacerse intentos para densificar la ciudad e impulsar el transporte colectivo (aunque la suficiencia de estos esfuerzos sea cuestionable). Claro que en gran parte esto se debe a que ya hasta geográficamente no hay para donde crecer en la zona metropolitana de Los Ángeles; el límite de la ciudad quizá se ha finalmente alcanzado, sólo los años nos confirmarán esta teoría (nadie mejor que los mexicanos para saber que las colinas, aunque no idóneas, son habitables de así ser requerido). Sin embargo, sin intentar expropiar algún modelo urbano, es claro que Los Ángeles debe cambiar su carácter expansivo que genera un desarrollo perene y desechable.

Los Ángeles debe reinventarse, aunque se convierta en algo que como hasta ahora no puede ser catalogado como una ciudad común y corriente, pero sí con intensa actividad social característica de las metrópolis más poderosas y exitosas. Por qué no vivir donde uno trabaja (claro que para eso se necesita congregar en lugar de segregar); por qué no cambiar una realidad en la que ochenta por ciento de los angelinos usan su coche para ir a trabajar y recorren en promedio cuarenta kilómetros diarios; por qué no retomar el tranvía que se eliminó del centro de Los Ángeles en 1952; por qué sólo el catorce por ciento de los Angelinos viven en un centro o downtown que podría ser vibrante; por qué más del sesenta por ciento del centro está ocupado por estacionamientos y tiendas departamentales, mientras apenas un poco más del quince se utiliza para educación, salud, vivienda, transporte y espacios públicos; por qué hace cincuenta años casi veinticinco por ciento de los estadounidenses caminaban y usaban transporte público y ahora ni siquiera el ocho por ciento. Todo lo anterior son preguntas que deben hacerse, responderse y resolverse para la sustentabilidad y viabilidad del lugar que algunos llaman ‘la ciudad de los sueños’, pero que para muchos otros no es más que una pesadilla.

Hambre: Creación del ser humano

“El acto de mirar a los ojos a alguien que muere de hambre se transforma en una enfermedad del alma. Entonces uno se da cuenta que nadie tendría que sufrir por falta de alimento.”

Al leer la entrevista y el prólogo del libro de Roger Thurow, ‘Enough: Why the World’s Poorest Starve in an Age of Plenty’ (Suficiente: Por qué los más pobres del mundo mueren de hambre en una época de abundancia), no pude más que escribir bajo la influencia optimista de que el mensaje de este periodista llegue a más gente que se sienta obligada a actuar. Reportando para el Wall Street Journal el hambre mundial durante tres décadas, Thurow se centra en la historia de Etiopía donde en 1984 más de doce millones de personas padecían hambre y un millón murió por la misma causa. Fue entonces cuando el mundo prometió que algo así jamás sucedería nuevamente. Sin embargo, ahora son casi quince millones los etíopes que viven en la desesperanza por no tener qué comer. Thurow afirma que hoy más que nunca la escasez de alimentos puede ser evitada y el hecho de que aun así la gente muera de hambre, representa el mayor fracaso de la humanidad.

Como en muchas otras partes del mundo, los agricultores etíopes se enfrentan a múltiples problemáticas. Cuando sus cosechas son buenas, los mercados financieros y las políticas del país no saben manejar los excedentes de granos y los precios de tales productos colapsan, esto evita que los trabajadores puedan siquiera cubrir los costos de siembra y cosecha, mucho menos de transporte y mano de obra, lo cual los hace perder dinero y encontrarse imposibilitados a sostenerse y alimentarse. Por otro lado, también existen los años en los que la lluvia no llega, la siembra se imposibilita y familias enteras se ven forzadas a venderlo todo y aun así, la mayoría de las veces, a morir de hambre. Ante tal situación, el gobierno de Etiopía, como tantos otros, se convierte en criminal y responsable por la hambruna y muerte de su gente y por no invertir en la infraestructura y planeación rural que evite estas catástrofes, ya sea con subsidios, financiamiento, distribución de alimentos, etcétera. Evidentemente, no existe voluntad política para terminar con la hambruna que se ha esparcido en África (donde casi cincuenta millones de personas padecen hambre) y el mundo.

Puede que en Occidente, no estemos familiarizados con la extrema sensación del hambre, pero es evidente que no hay necesidad más básica que el comer; los niños hambrientos no pueden estudiar, los adultos hambrientos no pueden trabajar, la gente malnutrida no tiene resistencia alguna a enfermedades… y así se acaba el futuro de un país entero. Lo más triste es que se tienen las herramientas para cambiar esta situación, pero al parecer no la voluntad, y así seremos por siempre culpables de negligencia y criminalidad al seguir permitiendo futuras hambrunas. Así como en Etiopía existen casi quince millones de personas sin alimentación adecuada, en el mundo existe casi un billón, en pleno siglo veintiuno, y en un planeta que produce suficiente alimento para todos sus habitantes. Más espeluznante todavía, es el hecho de que estas cifras crezcan en lugar de disminuir con los años. Para ponerlo en números más pequeños que podamos más fácilmente imaginar, las Naciones Unidas calcula que diariamente mueren más de veinticinco mil personas por causa de hambre, malnutrición y enfermedades asociadas. Pero si esto nos parece cruel, aún lo es más el privarle la vida a casi diez millones de niños en lo que va de este joven siglo y de privarles de futuro a los más de trescientos millones de menores que padecen ‘hambre crónica’; niños que todas las noches se van a la cama con el estómago vacío y que por malnutrición nunca alcanzarán su completo desarrollo físico y mental.

La autodenominada Revolución Verde prometió acabar con el hambre mundial al desarrollar a finales de los sesenta la tecnología para agilizar la producción agrícola. Sin embargo, y aun cuando los países en vías de desarrollo suelen tener mucho más potencial para la agricultura que los países desarrollados (con la excepción quizá de Estados Unidos), el hambre se ha incrementado, los precios de los alimentos se han elevado y nuestras reservas naturales se han extenuado. Esto evidentemente tiene mucho que ver con los estilos de vida y patrones de consumo de los ricos de este planeta. Por otro lado, los desiertos se expanden, los lagos se secan y el cambio climático amenaza con complicar el crecimiento de cultivos básicos alrededor del mundo. Entonces nuestras predicciones se vuelven todo, menos alentadoras, e incrementan la proyección de malnutrición en el mundo en los siguientes años. Bajo este criterio muchos creen que el hambre, como la pobreza, es inevitable y que siempre estará con nosotros; la ponen prácticamente en la categoría de desastre natural; la señalan como herramienta de control político o como consecuencia de una guerra o conflicto social (situaciones que en teoría siempre estarán presentes). Probablemente parte de estos razonamientos son ciertos; siempre habrá dictadores impíos a los cuales no les interese el bienestar de su gente y siempre habrán desastres naturales que pongan en peligro la seguridad de la humanidad. No obstante, debemos estar conscientes que gran parte del hambre que se padece en el mundo es una catástrofe causada por el hombre, causada por decisiones erradas, por individuos, economistas renombrados, políticos, instituciones y gobiernos megalómanos o sin visión acertada.

Probablemente, el ejemplo más significativo de lo mencionado anteriormente son los subsidios agrícolas que brinda Estados Unidos a sus productores, los cuales se han convertido en un exceso que inhabilita a granjeros de otras partes del mundo a competir, hecho que los hunde en la pobreza extrema en lugares como el África Subsahariana y Latinoamérica. Peores aún son las intenciones de las famosas instituciones financieras internacionales, controladas en gran parte por los Estados Unidos y países poderosos de Europa que les prohíben subsidiar a países Africanos y subdesarrollados su agricultura si quieren recibir préstamos (a quién le gusta la competencia; en particular no a los avaros, ricos y poderosos). Con lo anterior se les provee a los países pobres de una curita para la herida mortal que es la pobreza, enriqueciendo así a la industria y los negocios de los poderosos. Ejemplo claro es la ‘ayuda’ de quinientos millones de dólares (en préstamos con altos intereses obviamente) que le dio Estados Unidos a Etiopía en granos crecidos en Norteamérica para alimentar a los pobres de este país, en contraste con los cinco millones que le dio para desarrollo agrícola que prevendría de manera más eficiente el hambre de este país africano.

Es claro que si estas decisiones son humanas, las catástrofes provenientes de ellas son prevenibles por el ser humano también. Más allá de donar dinero, se necesitan personas informadas y bienintencionadas que aboguen por reformas políticas e internacionales que eviten la CREACIÓN HUMANA de la pobreza y el hambre. Se necesita reconocer y rectificar las decisiones egoístas y utilitarias, los errores, la negligencia, y toda acción que tuvo como consecuencia la hambruna de la mayoría de la humanidad. Se necesita cerrar el capítulo de la historia de la humanidad en la que se vivieron múltiples oportunidades perdidas, guerras y buenas intenciones, que han dejado hoy por hoy a la humanidad más hambrienta que nunca y al mundo entero lleno de dolor y desesperanza. El libro de Thurow es un relato del egoísmo e hipocresía del llamado primer mundo, de la torcida y supuesta ayuda alimentaria, de la geopolítica neocolonial, del determinismo político que dicta que para que algunos países prosperen otros deben morir de hambre, del fracaso del actual modelo económico, entre tantas otras historias. Y así concluye optando por una política con sentido común que acabe con la pobreza y alimente a su pueblo.