miércoles, 1 de junio de 2011

De la pesadilla a la fantasía

Últimamente se han lanzado múltiples iniciativas, bosquejos, diseños, propuestas, o como quieran llamarles (algunos afirman que son prácticamente alucinaciones imposibles de concretar), para replantear el trazo urbano de una ciudad bastante popular, o infame, según el lente con que se le juzgue; hablamos de la ciudad de Los Ángeles. En general se presentan renders (imágenes o representaciones), por parte de despachos arquitectónicos o desarrolladoras que proponen una variedad de estrategias: uso mixto, vivienda social, parques, transporte público, espacios para el peatón y el uso de bicicletas, rascacielos excelsos que contengan restaurantes, departamentos, tiendas, y oficinas, entre varias otras amenidades. Los proyectos formulados siempre intentan ser atractivos y en algunas ocasiones incluso ingeniosos al representar una lluvia de ideas que como ejercicio inicial resulta sin duda positivo. Sin embargo, sí llegan varios a representar sueños costosos para revitalizar zonas reducidas de la ciudad en lugar de genuinamente modificar algunas de las más enraizadas y malas costumbres urbanas de los angelinos.

L.A., como gusta llamarse de manera abreviada, es reconocidamente una urbe suburbana, una metrópoli sin centro o downtown, a la que le encanta extenderse, cuyos residentes en su mayoría no pueden vivir sin automóvil, y por tanto, cuyos problemas viales y ambientales suelen ser incluso más complejos que los de la capital de nuestro país, aunque nos resulte imposible el concebirlo. Para entender su extensión, podría ayudar el visualizar que la población de Los Ángeles en sí, es ligeramente mayor a los 4 millones de habitantes, comparada por ejemplo con los casi 9 millones de la Ciudad de México. Sin embargo, con área conurbana, la extensión de ambas ciudades es prácticamente la misma, alrededor de 21 millones. Así se creó entonces el sub-urbanismo en su máxima expresión; así se repitió obsesivamente un paisaje monocromático, homogéneos y falto de personalidad para la emergente clase media trabajadora norteamericana. No se puede dejar de admitir que la diversidad existe en Los Ángeles, personas viven ahí de múltiples nacionalidades, culturas e ideologías, sin embargo, es la falta de convivencia urbana la que en ocasiones hace monótona la experiencia de L.A., como en tantas otras ciudades norteamericanas centradas en el uso del automóvil (finalmente no hay mucha oportunidad de interacción sentado gran parte del día en tu coche cruzando múltiples freeways).

La monotonía puede terminar cuando uno está dispuesto a realmente experimentar las grandes contradicciones de una ciudad como Los Ángeles, y salir de su área de confort, ya sea como turista o habitante. Hacer esto es poco usual, la ciudad no se presta a que sus transeúntes lo hagan. Esto ha provocado históricamente disturbios y movimientos sociales a raíz de prácticas discriminatorias no hace más de veinte años; así Los Ángeles se ha desenmascarado como la desintegrada ciudad que siempre ha sido. La falta de estabilidad e incluso de identidad, se explican fácilmente al entender que es una ciudad que nunca ha dejado de crecer exponencialmente, hecho que ni siquiera el supuesto primer mundo ha podido controlar o proyectar congruentemente.

Hasta cierto punto, aunque es ampliamente reconocido que el transporte público de Los Ángeles es poco popular y eficiente, que poca gente trabaja y vive en la misma zona, y que esta ciudad definitivamente no es amigable al peatón por falta de seguridad y espacios o calles que faciliten el caminar en ellas, comienzan a hacerse intentos para densificar la ciudad e impulsar el transporte colectivo (aunque la suficiencia de estos esfuerzos sea cuestionable). Claro que en gran parte esto se debe a que ya hasta geográficamente no hay para donde crecer en la zona metropolitana de Los Ángeles; el límite de la ciudad quizá se ha finalmente alcanzado, sólo los años nos confirmarán esta teoría (nadie mejor que los mexicanos para saber que las colinas, aunque no idóneas, son habitables de así ser requerido). Sin embargo, sin intentar expropiar algún modelo urbano, es claro que Los Ángeles debe cambiar su carácter expansivo que genera un desarrollo perene y desechable.

Los Ángeles debe reinventarse, aunque se convierta en algo que como hasta ahora no puede ser catalogado como una ciudad común y corriente, pero sí con intensa actividad social característica de las metrópolis más poderosas y exitosas. Por qué no vivir donde uno trabaja (claro que para eso se necesita congregar en lugar de segregar); por qué no cambiar una realidad en la que ochenta por ciento de los angelinos usan su coche para ir a trabajar y recorren en promedio cuarenta kilómetros diarios; por qué no retomar el tranvía que se eliminó del centro de Los Ángeles en 1952; por qué sólo el catorce por ciento de los Angelinos viven en un centro o downtown que podría ser vibrante; por qué más del sesenta por ciento del centro está ocupado por estacionamientos y tiendas departamentales, mientras apenas un poco más del quince se utiliza para educación, salud, vivienda, transporte y espacios públicos; por qué hace cincuenta años casi veinticinco por ciento de los estadounidenses caminaban y usaban transporte público y ahora ni siquiera el ocho por ciento. Todo lo anterior son preguntas que deben hacerse, responderse y resolverse para la sustentabilidad y viabilidad del lugar que algunos llaman ‘la ciudad de los sueños’, pero que para muchos otros no es más que una pesadilla.

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