Puede parecer juego de niños, sin embargo, incansablemente, la mayoría de los seres humanos que habitamos este planeta, admitimos que los niños son el futuro de la humanidad y que lo mejor es brindarles las mejores herramientas y la mejor educación posible para evitar o enmendar los múltiples errores que nos aquejan hoy en día. Por lo mismo, se me hizo interesante el estudiar los planteamientos del libro Asphalt to Ecosystems: Design Ideas for Schoolyard Transformation (Del asfalto al ecosistema: Ideas de diseño para la transformación de un patio escolar), de una planeadora ambiental (más que paisajista), Sharon Danks, que en Berkeley y San Francisco, California, así como en el resto del área de la bahía, se ha dedicado a diseñar, innovar y desarrollar espacios de juego y esparcimiento para niños en escuelas y demás patios o parques infantiles. Obviamente las posibilidades de inversión para optimizar estos espacios y convertirlos en zonas saludables de entretenimiento y aprendizaje cambian de país a país y de una comunidad a otra. Sin embargo, no cabe duda que con el mismo presupuesto, nuestra inventiva debería producir más frutos que zonas abiertas de concreto con una portería o un aro de basquetbol.
Para nadie es una novedad que los tiempos y costumbres han cambiado, que nuestros padres o abuelos tenían juegos a todas luces más creativos que los nuestros y que estos no los orillaban a pasar el noventa por ciento de su tiempo adentro de la casa enfrente a alguna pantalla, llámese televisión, computadora o videojuego. El fomentar en escuelas y actividades infantiles los deportes es sin duda un buen comienzo, sin embargo, este esfuerzo es también insuficiente y limitado. De las primeras cosas que se nos podrían ocurrir, es cambiar el frecuente aspecto gris de nuestras canchas deportivas y ponerles un poco de color y naturaleza. Imaginen árboles, plantas, flores, pasto o hasta un laguito y el sin número de juegos que con estos elementos podrían inventar niños de cinco años. Imaginen la cantidad de fauna (i.e. mariposas o pájaros) que serían atraídos por un poco de vegetación y que terminarían de crear un espacio de exploración, aventura, entretenimiento y aprendizaje. Imaginen también, un laboratorio natural de experimentos y demostraciones de cómo funcionan distintos ecosistemas, y sólo a unos cuantos pasos del salón de clase (sin necesidad de gasto o podas excesivas, sino lo más natural y boscoso posible). Es importante reconocer que en una cultura en la que ya no se camina a ningún lado, los patios escolares son muchas veces la única oportunidad que los niños tienen para relacionarse con un entorno exterior que puede ser increíblemente emocionante o extremadamente rutinario.
Por qué no entonces involucrar a los mismos niños o padres de familia; no me cabe duda que los alumnos presentarían las ideas más creativas para mejorar de una manera sencilla y económica su escuela (y los padres tendrán que alejarse del miedo a que sus niños se ensucien o realicen actividades “peligrosas” = no sedentarias). Por qué no incluir también en el programa escolar un poco de agricultura o reciclaje; actividades que formen a futuros ciudadanos conscientes, sensibles e interesados en su medio ambiente. Por el momento esto sería algo que virtualmente cualquier institución educativa con un poco de iniciativa y determinación podría hacer (con vegetación y materiales locales y económicos) y que marcaría una gran diferencia en la educación y formación de futuras generaciones. Cada vez más, en países europeos y desarrollados, se integran, por ejemplo, pequeñas granjas en escuelas, aunque nos pueda parecer anticuado y fútil si queremos que nuestros hijos sean ejecutivos siempre trajeados. Y en la medida de lo posible, por qué no incentivar a que en donde exista el presupuesto y los recursos, se instalen también sistemas de energía renovable (i.e. paneles solares o tratamientos de aguas residuales), con lo que los alumnos puedan ver y experimentar de primera mano las tecnologías necesarias para nuestro presente y futuro desarrollo sostenible. No cabe duda que acciones como estas fomentarán el aprendizaje empírico, en lugar de únicamente teórico, la reconexión que tanto nos urge con nuestra naturaleza y hasta diversión.
No se puede más que fomentar que la juventud vuelva a llenarse de curiosidad y de asombro que la lleve a la necesidad de explorar y encontrar por si misma el camino al conocimiento de una manera compleja y no simplista con respuestas a medias brindadas con el sólo presionar de un botón. Aun para los amantes de lo urbano, no cabe duda que nos urge un retorno a lo rural; a la agricultura local, a no ignorar de dónde provienen nuestros alimentos, a los paisajes verdes y sustentables, y a la creación de ambientes o ecosistemas que nos brinden un poco de paz, salud y tranquilidad. Y qué mejor lugar para empezar que los lugares donde se forman los nuevos habitantes de este mundo. Así, con ayuda profesional, la creatividad de una comunidad escolar, sus capacidades y recursos, se pueden crear patios escolares ecológicos que respondan a las características y necesidades de cada locación. Esto pondría un excelente ejemplo de desarrollo, planeación y neo-urbanismo rural que podría ser replicable a más grande escala y ambición, generando así un mejor y más saludable estilo de vida para todos.
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