miércoles, 22 de junio de 2011

Viviendo en la barranca

En los últimos días, afortunadamente se le ha dado significativa cobertura al tema del riesgo de miles de viviendas ubicadas en barrancas en las periferias del Distrito Federal. Se afirma que el número sobrepasa las diez mil residencias. Esto es sumamente grave ya que con el hecho se pone en riesgo la vida, el bienestar y patrimonio de decenas de miles de personas. Aún más indigna el hecho de que al mismo tiempo podamos encontrar viviendas deshabitadas o inhabitables en diversos puntos del centro de la Ciudad de México. El argumento de alta demanda de vivienda en la capital del país es insuficiente, porque aunque bien sabemos que el número de habitantes de esta entidad es exagerado, también sabemos que muchos de los problemas que nos aquejan en esta metrópoli, se deben a la dispersión poblacional.

Los terrenos inestables de las barrancas donde se continúan construyendo viviendas no sólo representa un riesgo de seguridad para sus habitantes, sino también es signo de la tremenda desigualdad que se vive en la ciudad y país. Mientras en el DF existen puntos de convergencia de todas las culturas y estratos sociales (i.e. el Zócalo capitalino), la vivienda es un aspecto que continua desatinadamente segregado. Nuestra limitada cultura al respecto nos impide percibir como posibilidad el que personas con distintos ingresos o status económico puedan habitar en una misma cuadra, como se hace, por ejemplo, en Alemania. Este hecho, no cabe duda, sería la solución a muchísimos de nuestros problemas. Es absurdo que las personas que dan servicio a zonas como Santa Fe, Polanco, Lomas de Chapultepec o el Pedregal, tengan que recorrer dos horas para llegar a sus trabajos y lo mismo de regreso a sus casas. No creen que si esta condición cambiara tendríamos una sociedad más justa, más equitativa y hasta más segura, al darle a toda la población la posibilidad de tener una vida digna y saludable y así progresar y no sucumbir a los vicios de los que sufrimos hoy en día. ¿No es hasta discriminatorio este trazo de ciudad?

Pero hemos permitido que el trazo de nuestra ciudad lo dibujen intereses privados y desarrolladoras, así como nuestras mediocres instituciones gubernamentales que no han sabido poner un fin a esta situación. Para prueba, la máxima institución de vivienda en nuestro país, INFONAVIT, que aun con un componente gubernamental en ella, se ha dejado arrastrar por el sector empresarial para reproducir viviendas muchas veces infames y siempre relegadas a la periferia de la ciudad, recreando el mismo patrón que tanto lastima a nuestra sociedad. Y así, se le orilla a una buena parte de la población, por falta de recursos para vivir cerca de sus trabajos y actividades, a realizar asentamientos informales que los ayudan a sentirse con un poco de control y patrimonio. Otro gran culpable en esta situación específica (que también se repite en el resto de la república mexicana) es el Estado de México, cuyos pobladores por falta de oportunidades y servicios intentan acercarse a la Ciudad de México en donde muchas veces sí encuentran la solución a este vacío.

Y entonces se argumenta que alrededor del setenta por ciento de los inmuebles sólo se encuentran en zonas de riesgo medio (el resto, más de quince por ciento, en riesgo alto). Pues a eso debemos responder que ni el más mínimo riesgo es aceptable para ningún mexicano. Bien lo dice el artículo 4º constitucional: “…Toda persona tiene derecho a disfrutar de vivienda digna y decorosa…” Se propone que los funcionarios que permitan la instalación de viviendas irregulares en barrancas, o los que con engaños ‘regalan’ tierras en estas zonas, deberán ser encarcelados, se promueve que las penas sean de tres a siete años en prisión, en parte por sanción a delitos ambientales. Esto con el fin de evitar la invasión en barrancas, la generación de riesgos y la destrucción de territorio ecológico. Se quiere también dotar con marco jurídico a la ciudad para poder coordinarse con instancias federales, la iniciativa privada y la población para la conservación de estas áreas. Si se cumple, esto puede ser un comienzo, pero también debe entenderse que el problema debe arrancarse de raíz, y se deben de dar las condiciones para que nadie se vea forzado a vivir en estas condiciones. Nos sorprende cuando después o en vísperas de un desastre natural existen personas que se rehúsan a abandonar sus casas. Quizá es porque bien saben que el volver a construirse un patrimonio será prácticamente imposible y que al abandonar sus hogares dejan todo por lo que han trabajado toda su vida.

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