miércoles, 1 de junio de 2011

Hambre: Creación del ser humano

“El acto de mirar a los ojos a alguien que muere de hambre se transforma en una enfermedad del alma. Entonces uno se da cuenta que nadie tendría que sufrir por falta de alimento.”

Al leer la entrevista y el prólogo del libro de Roger Thurow, ‘Enough: Why the World’s Poorest Starve in an Age of Plenty’ (Suficiente: Por qué los más pobres del mundo mueren de hambre en una época de abundancia), no pude más que escribir bajo la influencia optimista de que el mensaje de este periodista llegue a más gente que se sienta obligada a actuar. Reportando para el Wall Street Journal el hambre mundial durante tres décadas, Thurow se centra en la historia de Etiopía donde en 1984 más de doce millones de personas padecían hambre y un millón murió por la misma causa. Fue entonces cuando el mundo prometió que algo así jamás sucedería nuevamente. Sin embargo, ahora son casi quince millones los etíopes que viven en la desesperanza por no tener qué comer. Thurow afirma que hoy más que nunca la escasez de alimentos puede ser evitada y el hecho de que aun así la gente muera de hambre, representa el mayor fracaso de la humanidad.

Como en muchas otras partes del mundo, los agricultores etíopes se enfrentan a múltiples problemáticas. Cuando sus cosechas son buenas, los mercados financieros y las políticas del país no saben manejar los excedentes de granos y los precios de tales productos colapsan, esto evita que los trabajadores puedan siquiera cubrir los costos de siembra y cosecha, mucho menos de transporte y mano de obra, lo cual los hace perder dinero y encontrarse imposibilitados a sostenerse y alimentarse. Por otro lado, también existen los años en los que la lluvia no llega, la siembra se imposibilita y familias enteras se ven forzadas a venderlo todo y aun así, la mayoría de las veces, a morir de hambre. Ante tal situación, el gobierno de Etiopía, como tantos otros, se convierte en criminal y responsable por la hambruna y muerte de su gente y por no invertir en la infraestructura y planeación rural que evite estas catástrofes, ya sea con subsidios, financiamiento, distribución de alimentos, etcétera. Evidentemente, no existe voluntad política para terminar con la hambruna que se ha esparcido en África (donde casi cincuenta millones de personas padecen hambre) y el mundo.

Puede que en Occidente, no estemos familiarizados con la extrema sensación del hambre, pero es evidente que no hay necesidad más básica que el comer; los niños hambrientos no pueden estudiar, los adultos hambrientos no pueden trabajar, la gente malnutrida no tiene resistencia alguna a enfermedades… y así se acaba el futuro de un país entero. Lo más triste es que se tienen las herramientas para cambiar esta situación, pero al parecer no la voluntad, y así seremos por siempre culpables de negligencia y criminalidad al seguir permitiendo futuras hambrunas. Así como en Etiopía existen casi quince millones de personas sin alimentación adecuada, en el mundo existe casi un billón, en pleno siglo veintiuno, y en un planeta que produce suficiente alimento para todos sus habitantes. Más espeluznante todavía, es el hecho de que estas cifras crezcan en lugar de disminuir con los años. Para ponerlo en números más pequeños que podamos más fácilmente imaginar, las Naciones Unidas calcula que diariamente mueren más de veinticinco mil personas por causa de hambre, malnutrición y enfermedades asociadas. Pero si esto nos parece cruel, aún lo es más el privarle la vida a casi diez millones de niños en lo que va de este joven siglo y de privarles de futuro a los más de trescientos millones de menores que padecen ‘hambre crónica’; niños que todas las noches se van a la cama con el estómago vacío y que por malnutrición nunca alcanzarán su completo desarrollo físico y mental.

La autodenominada Revolución Verde prometió acabar con el hambre mundial al desarrollar a finales de los sesenta la tecnología para agilizar la producción agrícola. Sin embargo, y aun cuando los países en vías de desarrollo suelen tener mucho más potencial para la agricultura que los países desarrollados (con la excepción quizá de Estados Unidos), el hambre se ha incrementado, los precios de los alimentos se han elevado y nuestras reservas naturales se han extenuado. Esto evidentemente tiene mucho que ver con los estilos de vida y patrones de consumo de los ricos de este planeta. Por otro lado, los desiertos se expanden, los lagos se secan y el cambio climático amenaza con complicar el crecimiento de cultivos básicos alrededor del mundo. Entonces nuestras predicciones se vuelven todo, menos alentadoras, e incrementan la proyección de malnutrición en el mundo en los siguientes años. Bajo este criterio muchos creen que el hambre, como la pobreza, es inevitable y que siempre estará con nosotros; la ponen prácticamente en la categoría de desastre natural; la señalan como herramienta de control político o como consecuencia de una guerra o conflicto social (situaciones que en teoría siempre estarán presentes). Probablemente parte de estos razonamientos son ciertos; siempre habrá dictadores impíos a los cuales no les interese el bienestar de su gente y siempre habrán desastres naturales que pongan en peligro la seguridad de la humanidad. No obstante, debemos estar conscientes que gran parte del hambre que se padece en el mundo es una catástrofe causada por el hombre, causada por decisiones erradas, por individuos, economistas renombrados, políticos, instituciones y gobiernos megalómanos o sin visión acertada.

Probablemente, el ejemplo más significativo de lo mencionado anteriormente son los subsidios agrícolas que brinda Estados Unidos a sus productores, los cuales se han convertido en un exceso que inhabilita a granjeros de otras partes del mundo a competir, hecho que los hunde en la pobreza extrema en lugares como el África Subsahariana y Latinoamérica. Peores aún son las intenciones de las famosas instituciones financieras internacionales, controladas en gran parte por los Estados Unidos y países poderosos de Europa que les prohíben subsidiar a países Africanos y subdesarrollados su agricultura si quieren recibir préstamos (a quién le gusta la competencia; en particular no a los avaros, ricos y poderosos). Con lo anterior se les provee a los países pobres de una curita para la herida mortal que es la pobreza, enriqueciendo así a la industria y los negocios de los poderosos. Ejemplo claro es la ‘ayuda’ de quinientos millones de dólares (en préstamos con altos intereses obviamente) que le dio Estados Unidos a Etiopía en granos crecidos en Norteamérica para alimentar a los pobres de este país, en contraste con los cinco millones que le dio para desarrollo agrícola que prevendría de manera más eficiente el hambre de este país africano.

Es claro que si estas decisiones son humanas, las catástrofes provenientes de ellas son prevenibles por el ser humano también. Más allá de donar dinero, se necesitan personas informadas y bienintencionadas que aboguen por reformas políticas e internacionales que eviten la CREACIÓN HUMANA de la pobreza y el hambre. Se necesita reconocer y rectificar las decisiones egoístas y utilitarias, los errores, la negligencia, y toda acción que tuvo como consecuencia la hambruna de la mayoría de la humanidad. Se necesita cerrar el capítulo de la historia de la humanidad en la que se vivieron múltiples oportunidades perdidas, guerras y buenas intenciones, que han dejado hoy por hoy a la humanidad más hambrienta que nunca y al mundo entero lleno de dolor y desesperanza. El libro de Thurow es un relato del egoísmo e hipocresía del llamado primer mundo, de la torcida y supuesta ayuda alimentaria, de la geopolítica neocolonial, del determinismo político que dicta que para que algunos países prosperen otros deben morir de hambre, del fracaso del actual modelo económico, entre tantas otras historias. Y así concluye optando por una política con sentido común que acabe con la pobreza y alimente a su pueblo.

No hay comentarios: