martes, 27 de abril de 2010

Muerte anunciada

A casi dos décadas de la muerte de Pablo Escobar Gaviria, en su tiempo el narcotráfico más famoso y poderoso del mundo, Colombia sigue siendo el principal productor de cocaína del mundo y el narcotráfico continúa teniendo una enorme fuerza en este país. Con esta reflexión termina el documental Pecados de mi padre, basado principalmente en la narración y experiencia del hijo del capo, Juan Pablo, ahora conocido como Sebastián Marroquín. Éste narra su inicial infancia en medio de lujos extremos; su posterior adolescencia interrumpida por huidas y la muerte de su padre; y finalmente su vida adulta en exilio y anonimato, todo por portar el ADN de el traficante de cocaína más célebre de la historia.

Pecados de mi padre narra el dolor y sufrimiento de algunas de las muchísimas personas, incluida su familia, afectadas por los actos del famoso capo. Junto con las terribles hazañas de este personaje, también se narran y reconocen el par de bondades que contribuyeron en convertir a este personaje en un enigma y una leyenda. Más allá de su familia, muchos lloraron su muerte, aquellos que lo llamaban el Robin Hood colombiano o el Patrón, sin importarles su reconocida mala fama ganada con la imposición de sus leyes como aquella de “plata o plomo”. El cariño y admiración de este personaje proviene principalmente de las clases marginadas de Colombia, ya que desde joven, aunque parezca difícil de creer, Escobar tenía cierta sensibilidad social que lo llevó, ya acumulada su fortuna, a construir escuelas, hospitales, centros deportivos y recreativos e inclusive desarrollar un proyecto urbano de vivienda para un grupo de colombianos que vivían en un basurero municipal. ¿Lo hacía para ganarse el apoyo del pueblo?, ¿para obtener lealtad y seguridad en sus negocios?, ¿por altruismo? Talvez sus grandes héroes: Pancho Villa, el Che Guevara y Al Capone, nos podrían ayudar a adivinar sus motivos.

En los años 80s, el poder y la fortuna que había logrado amasar Escobar era inmensurable. Habiendo empezado desde joven su carrera de ladronzuelo, encontró una mina de oro con el negocio de la cocaína que se había convertido en una moda universal. En ese entonces era por todos visto como un empresario respetado, entraba y salía sin problemas de Estados Unidos, hospedándose en los más lujosos hoteles de Miami y haciendo sus negocios sin traba alguna. Parodiaba su riqueza ante los ojos de todos y fue entonces cuando teniéndolo todo le surgió una ambición más: la política. Se sabía más poderoso que el Estado colombiano pero quizá necesitaba solidificar ese poder. Pero al ser desenmascarado y expulsado de la política, la guerra comenzó. La venganza fue implacable. Sin embargo, después de asesinar a dos grandes oponentes y líderes políticos, bombardear un avión con un vuelo comercial, un edificio público y el domicilio de un periódico, matando así a muchísimos civiles, finalmente cedió encarcelarse, pero bajo sus propias condiciones en una prisión diseñada por él: La Catedral, con guardias de seguridad elegidos por él y un poco más de las comodidades necesarias.

Desde La Catedral, como él la llamaba, continuaron sus negocios ilícitos pero el límite fue cruzado cuando asesinó a dos socios dentro de la cárcel, haciendo quedar a las autoridades colombianas en total y completo ridículo. En este punto se planteó la posibilidad de transferirlo a una prisión real y empezaron las charlas acerca de legalizar la extradición. Como era de esperarse a tal anuncio, Escobar escapó inmediatamente, convirtiéndose en el delincuente más buscado y al cual el gobierno de Colombia había ya declarado oficialmente la guerra. Escobar pagó fortunas con tal de impedir que pasara la ley de extradición, y lo logró, de igual manera respondió sin misericordia alguna a cada ataque recibido.

Es aquí donde el paralelismo entre México y Colombia se vislumbra más claramente. Si bien, dicha comparación se ha hecho por más de diez años, dada la fuerza creciente en el sector económico, social y armamentista del narcotráfico y por la corrupción política y policial, es con el gobierno de Felipe Calderón que se aplicó, como en aquel entonces en Colombia, una guerra indiscriminada, desesperada y basada en la violación de los derechos humanos no sólo de delincuentes sino de la sociedad civil en general. Y aunque capos de la talla de Escobar hayan sido eliminados, el narcotráfico continua entero y a salvo.

Así mismo, comenzamos a experimentar (afortunadamente en menor escala por el momento) con iniciativas como el Plan Mérida, la injerencia estadounidense como hace diez años con el Plan Colombia, experimentó este país, aun cuando fue Estados Unidos quien comenzó desde el gobierno de Roosevelt la siembra de opio en Sinaloa, siguiéndole la marihuana y convirtiendo a este estado en la central de paso de la cocaína que llegaba desde Colombia con destino al norte de la frontera del Río Bravo, donde se encuentra el mercado de estupefacientes más grande del mundo, así como el armamento para mantenerlo vivo.

El documental Pecados de mi padre, se presenta, desafortunadamente sólo en Guadalajara y el Distrito Federal, en un momento muy oportuno para el análisis de los mexicanos. Como se entona en la canción popular de Los Tigres del Norte, la muerte del zar de la cocaína y líder del Cartel de Medellín, fue anunciada y predecible desde el momento en que tocó la cima, dicho es el destino de cualquiera de estos personajes, más que el logro del gobierno o el rival que los captura. Tal es el destino final de muchos mexicanos actualmente convertidos en sicarios en gran parte por no encontrar una mejor alternativa. Por tanto, es vital repensar los problemas estructurales de este país, por que sin vivienda, sin alimento, sin educación y sin futuro no puede sorprendernos el camino que muchos jóvenes están tomando, y con ello, la muerte anunciada de nuestro país.

lunes, 19 de abril de 2010

Los barrios bravos

“Ahora que lo miro desde aquí, somos los mismos que hemos sido siempre, nacemos, morimos y volvemos a nacer, nos vamos para repetirnos en los que se quedan, y somos los mismos…Siempre.” Mario López, tepiteño

Recuerdo cuando se establecieron los mercados en esta zona de Tepito y la Lagunilla como por mil novecientos…a principios. Eran parecidos a los de hoy, sobre todo si los veías por encimita desde alguna azotea, puros techos de madera y de lámina amontonados y cubriendo puestos de verduras, carnes, nieves, semillas...bueno ahora son lonas amontonadas pero cubren lo mismo. Me acuerdo que nosotros como chavales éramos los únicos que pasábamos por los recovecos, entre los puestos y las piernas de la gente, porque era un gentío; no se podía pasar por ningún lado.

Mi abuelo me contaba que La Lagunilla estaba sobre una pequeña laguna que existió antes de que llegaran los españoles, y que por eso se llamaba así y que junto con Tepito, barrios indios los dos, fueron convertidos en los primeros arrabales de la ciudad. Algún maestro también me contó que Tepito significaba en náhuatl “el ombligo del mundo”, otro decía que “pequeño templo o capilla”. Quién sabe cual sea cierta, yo me quedo con la de “el ombligo del mundo” pero se cuentan muchas historias de estos rumbos, entonces, vaya uste a saber. También he escuchado decir que México es el Tepito del mundo, y yo creo que si es cierto por que ser tepiteño para mí significa ser bien mexicano.

Creo que este barrio es fuerte, es bravo, es resistente. Resistente a la miseria desde que vinieron los españoles y desde entonces estamos en medio de una ciudad de palacios. Nos destacamos porque somos producto de la crisis; aquí la gente la hace de todo: cocinero, comerciante, taxista…hasta licenciado. Estos barrios son roperos de los pobres y ¡criaderos de campeones! De aquí han salido muchos grandes, todo el mundo lo sabe. Nos enorgullecemos de nuestros boxeadores, luchadores como todos los que vivimos aquí. Cómo olvidar al Ratón Macias, al Temo y a el Santo, excelentes deportistas.

A claro que aquí somos gandayas también, así nos criamos. Pero pues así son las cosas. Si nosotros nos vamos a las zonas ricachonas de la ciudad en pleno día, nomas a pasear, pos nos ven feo, como para abajo y hasta nos corren. Y pues si esa gente viene aquí y se apendeja pues si le pueden dar bajín o de menos lanzar algún albur o peladez. Pero pues tampoco es para tanto, no es que nos guste tener mala fama porque si no pues se nos va la clientela y la chamba…pos nomas hay que tener cuidado y no llamar mucho la atención.

¿Droga? ¿Alcohol adulterado? ¿Que si se vende aquí? Aquí se vende de todo lo que el cliente quiera o necesite, pues si para eso estamos. Por eso la piratería, pues claro que es un delito pero pues muchos de los que compran aquí no tienen pa’ comprarse una película más que de diez pesos o unos pantalones de cien y una camiseta de treinta. Aquí se vende a ese precio para el mexicano promedio. Y si no pagamos impuestos es porque no sentimos que el gobierno nos de mucho a cambio, nosotros nos rascamos con nuestras propias uñas y no le respondemos a nadie. La verdad es que hemos establecido tradiciones y comercios muy bonitos, como el mercado de muebles y el de antigüedades de la Lagunilla. Por ahí se pasean hasta políticos y artistas.

Y pues sí, también hay gente peligrosa por aquí y con negocios malos, todos sabemos quiénes son, cómo se llaman y hasta donde viven; las autoridades también los conocen y a veces hasta los protegen. Es gente poderosa; Tepito es un barrio poderoso porque se mantiene unido, no nos conviene separarnos, con decirle que hasta tenemos negocios directos con China, logramos lo que ni el gobierno ni los empresarios formales pueden. Si usted va al metro va a ver puro Chinito vendiendo pero también nosotros tenemos de nuestra gente vendiendo allá al otro lado del mundo, ¿apoco a usted no le da orgullo?

Y pues a quien no le enorgullezca pues ni modo, de cualquier manera así es. Somos un producto de México, somos parte de México, somos México, le guste a quien le guste. Y no nos vamos a ir a ningún lado, aunque a muchos les gustaría desaparecernos, no nos vamos. A ver, nomas que intenten pa’ ver de a cómo nos toca.

Talvez hubo un tiempo en el que todos hubiéramos querido salir del barrio a estudiar, a “superarnos”…pero esta cabrón. Aquí estamos muy bien, somos comerciantes, y de los mejores, ya encontramos como vivir bien sin ayuda de nadie, para qué buscarle por otro lado. ¿Cuál es nuestra opción? Irnos a morir a la frontera o ganar tres pesos limpiando baños ajenos, ¡no señor!, yo aquí me quedo, por eso aquí me quedé toda la vida. Le puedo asegurar que ni graduados nos va tan bien, cuanto profesionista desempleado.

Puede ser que si hubiera tenido hijos pensaría diferente, pero de ningún modo dejaría de tenerle lealtad a este lugar. Aquí están mis amigos, esta es mi identidad. Talvez con una hija le hubiera pensado dos veces, si que este no es lugar para una damita. Pero de todos modos la traería de vez en cuando, como a la fiesta de la Santa Muerte en Noviembre y nuestra fiesta patronal del barrio en Diciembre. Le contaría del León disecado en la Lagunilla que si uno le tocaba la melena este le daba fuerza a uno para lo que fuera, hasta que tuvieron que raparlo por que la gente le arrancaba disimuladamente el cabello…Uno no puede darle la espalda a este lugar, ni por todo el dinero del mundo, por que por estos rumbos se vende todo, menos la dignidad.

lunes, 5 de abril de 2010

Kilómetro 107

Aproximadamente en el kilómetro 107 de la carretera México-Querétaro con dirección a la capital alrededor de las diez y media de la noche y con tres carriles a su disposición, cientos de mexicanos se vieron repentinamente atascados en su trayecto hacia cualquiera que fuera su destino. Probablemente, la mayoría comenzaron a lamentarse por ser la clase de mexicanos que lo dejan todo para el final; aquellos que salen a la última hora posible de su lugar vacacional para regresar a su hogar y con ello a su rutina y a su automatismo habitual. Y es cierto, como cualquier domingo dictador de algún fin vacacional, las carreteras estaban más llenas que de costumbre (lo que hacía que los federales de caminos se dejaran ver en cada esquina como buitres rapaces esperando cazar muchas presas que les dejaran un buen dinerito extra; no precisamente estaban presentes para el cuidado y auxilio de los automovilistas). Sin embargo, el abultado número de chóferes procrastinadores que buscaban entrar todos juntos y al mismo tiempo a la Ciudad de México y zona conurbada no fueron, aunque cueste trabajo creerlo, los más irresponsables personajes de esta historia.

Son muchos los estereotipos, estigmas o generalizaciones, con distintos niveles de veracidad, y con sus gracias a Dios muy honrosas excepciones, los que se tienen acerca de los mexicanos tanto fuera como dentro de nuestro país. Que si somos gandayas ¿o será habilidosos?, que si somos envidiosos ¿o será suspicaces?, que si somos irresponsables ¿o será bohemios?, etc. Muchas de estas particularidades de la personalidad mexicana se vieron vivamente reflejadas en este atolladero ocurrido en el último día de nuestra semana santa. Si algún Ángel Verde, ambulancia o patrulla, por ejemplo, se encaminaba con velocidad envidiable a la del promedio que era de cinco kilómetros por hora, por los acotamientos de la carretera, entonces siempre había un primer avispado y varios borregos que seguían a estos servidores públicos. Este hecho en condiciones normales podría parecer irrespetuoso de la ley y por tanto inaceptable, sin embargo, para cualquier persona que vislumbraba recorrer veinte kilómetros en tres horas en lugar de diez minutos, este acto se mostraba como increíblemente astuto.

No obstante, se presentaron en el acto también personajes extraordinariamente recelosos. Los camioneros, por dar un ejemplo, que muchos dicen tienen su lugar reservado en el infierno (con perdón de las siempre honrosas excepciones), al ver a pequeños coches avanzando a cincuenta en lugar de diez kilómetros por hora, y darse cuenta que ellos no podían, por su tamaño, hacer lo mismo, decidieron cerrar el paso por el acotamiento y ocupar carril y medio como diciendo “si no paso yo, no pasa nadie”, sin vislumbrar que la creación improvisada de un cuarto carril podría agilizar el tránsito también para ellos. Pero quién puede ponerse al tú por tú con un imponente doble-remolque que empuja a quien maneja un volkswagen a salirse de la carretera.

Casi dos horas y quince kilómetros después, los resignados automovilistas y sus familiares o amistades se habían acostumbrado a que su velocidad máxima fuera de veinte kilómetros por hora con múltiples intermitencias que los frenaban a estar prácticamente estacionados. Las caras de frustración eran evidentes en la gran mayoría de los casos, varios coches atiborrados con más de su capacidad de personas y equipaje no encerraban ni media palabra de convivencia. Varados todos, tenían la oportunidad de cambiarse de lugar en el auto, hablar larga y tendidamente por teléfono, ponerse en casos muy particulares a ver una película en su equipado vehículo, o tratar de animarse bailando o cantando efusivamente al ritmo de sus canciones favoritas (aun cuando todos los CDs del mundo no serían suficientes para la larga espera). Algunos de estos aficionados de la música llegaron a ser tan efusivos mientras cantaban canciones rancheras que pudo presentirse estaban equipados con un par de cervezas. Claro que estos casos eran una minoría muy optimista y alegre, sentimientos que se verían remplazados por un enojo inmenso al ver qué fue lo que los mantuvo parados por tanto tiempo.

Para los que creyeron que las cosas no podían empeorar, la decepción sería terriblemente amarga; los señalamientos anunciaban que habría una reducción a dos carriles en los próximos kilómetros. A las maravillosas autoridades de tránsito se les ocurrió que el último día de vacaciones para la gran mayoría de los mexicanos sería un momento ideal para reparar ese fragmento de la carretera (o al menos cerrarlo) y causar un cuello de botella que se convertiría en una espantosa pesadilla para muchos. ¿A alguien puede ocurrírsele mayor estupidez?

Llegó el kilómetro ochentaytantos y el flujo carretero empezó a normalizarse. Seguía habiendo mucha gente, y al estilo chilango los chóferes desesperados cambiaban de carril cada tres segundos para intentar recuperar el tiempo perdido. Tanto rebasar no podía ser seguro, pero ahora sí que se atreviera algún policía a parar a un automovilista enfurecido a ver con que discurso encolerizado lo mandaba al diablo. Ya muy entrada la madrugada esperemos la mayoría haya llegado con bien a su destino.

Al final de cuentas es verdad que somos muchos y cada vez más difícil sostenernos en un mismo lugar como es el Distrito Federal y zonas aledañas. Es verdad también que muchas veces los mexicanos actuamos de una manera irresponsable y egoísta que como ciudadanos tendríamos que repensar si queremos un mejor funcionamiento de nuestro entorno. Sin embargo, es la intransigencia e ineptitud de nuestras autoridades la que tristemente no deja de asombrarnos cuando a través de muchísimos años no ha intentado siquiera reformarse y superarse en lo más elemental.