lunes, 4 de julio de 2011

Quiero vivir afuera

Pocos mexicanos vivimos realmente en condiciones idóneas y saludables. Si nos preguntaran habría cientos de cosas que nos gustaría cambiar del lugar o las circunstancias en las que vivimos. Quizá tenemos ideas claras de cómo algunas situaciones podrían presentarse de manera diferente y mejor, y por otro lado hay también varios factores negativos que ignoramos de las condiciones en las que vivimos. Cuántos en la Ciudad de México y área conurbada no vivimos en lugares que nos gustaría fueran más apacibles y silenciosos, quizá menos transitados por automóviles, sin por ello sacrificar cercanía a centros de entretenimiento o servicios. Cuántos más espacios públicos serían necesarios también para alcanzar una buena calidad de vida, no sólo para los capitalinos, sino para el resto de los mexicanos. Y cuantos espacios públicos existentes realmente cumplen su cometido de proveer de espacios confortables y atractivos para usar y disfrutar.

Un académico y urbanista realizó un estudio de tres calles (o cuadras) de San Francisco, California, las tres muy similares en tamaño y composición. La diferencia más notable residía en sus flujos vehiculares, desde una con flujo muy ligero, hasta otra con tráfico pesado. Obviamente este hecho a su vez producía una notable diferencia en términos de contaminación, ruido, inseguridad, etcétera. La calidad de vida se notaba claramente disminuida por un centenar de razones en la calle con tránsito vehicular abundante. Pero la diferencia se hacía aparente también en cuestiones que uno no se imaginaría de primera intención. La gente que vive en una calle con tránsito pesado tiende a no conocer a sus vecinos ni formar relaciones cercanas con la gente que le rodea. Por el contrario, la gente que vive en calles con poco flujo vehicular suelen estar perfectamente familiarizados, no solamente con sus vecinos, sino también con sus alrededores; saben perfectamente las tiendas o establecimientos que existen en su calle, y por ende apropian toda la cuadra sintiéndola parte de su hogar.

Puede parecer un análisis simple a primera vista, pero las implicaciones de sus resultados son importantes. Debiera ser evidente que el lugar en donde vives te debe brindar confianza y lo ideal sería que te entusiasmara el recorrerlo, conocerlo y disfrutarlo, más allá de las cuatro paredes a las que llamas hogar. Lo ideal sería que tus hijos tuvieran un espacio para salir a jugar sin sentirse inseguros a causa de algunos locos que se encuentran detrás del volante, y tener esto no tendría por qué significar el tenerse que mudar a suburbios alejados de la ciudad y todos sus placeres y servicios. En este punto también cabe analizar el rol importantísimo que juegan los espacios públicos para que la infancia y juventud de futuras generaciones no tenga que centrarse en centros comerciales o de consumo. Claro que aparte de en general ser insuficiente, la historia de nuestro espacio público no siempre ha sido memorable y el esfuerzo por diseñar espacios aptos para la comunidad muchas veces ha sido inexistente.

Por un lado, debería siempre diseñarse y planearse espacios tomando en cuenta la experiencia y opinión de la gente que los va a ocupar; no cabe duda que los conocimientos de profesionales sólo pueden verse fortalecidos por las vivencias de la ciudadanía. En segunda instancia debe venir la preocupación por la creación de lugares estéticos en ojos de diseñadores que muy probablemente tengan distintos gustos y estándares que los del resto de la población. En primera instancia debe venir el confort y la implementación de elementos que inviten a ser usados, llámense asientos, áreas verdes, etcétera. La comunidad debe sentirse dueña y parte de sus espacios públicos y encontrar en ellos varios usos, así como actividades que atraigan a otros pobladores y vitalicen el área. Para esto debe buscarse una extensa lluvia de ideas de distintas mentes y lugares (i.e. amas de casa, niños, adultos, instituciones educativas y culturales, comerciantes…). También debe observarse lo que ha funcionado y fallado en otros espacios públicos, tanto cercanos como más allá de nuestras fronteras. Y sin necesidad de proyectos muy costosos, o que tengan una estricta fecha de inicio y final, quizá a los espacios públicos debe vérseles como sitios que deben estar en constante evolución y cambio; lugares en donde se hagan aditamentos paulatinos y a largo plazo dependiendo de las necesidades que se vayan generando o del mantenimiento que siempre se irá requiriendo (lo cual tampoco deberá significar lugares mal hechos o mal planeados).

En general, nos damos cuenta una vez más que debemos adecuarnos al hecho que mientras más nos alejemos de una sociedad auto-céntrica, viviremos en ciudades más saludables y placenteras. Los centros urbanos exitosos y progresistas con viabilidad a futuro, en todos los sentidos (económico, social, ambiental, etcétera), serán aquellos que encuentren la manera para que los peatones (los seres humanos) nos sintamos más cómodos. Deberán, para lograrlo, crear nodos de interacción social, económica y laboral expedita y eficiente, al mismo tiempo que limpia y equitativa. Imagínense que tanto más positivo sería que la mayor parte de nuestras vidas no se desarrollaran en el interior de una caja de cemento, llámese casa, oficina o centro comercial, y mucho menos en una caja de metal llamada coche, sino por el contrario, en el exterior, encontrando afuera esparcimiento, cultura, conexiones sociales, etcétera.

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