lunes, 4 de julio de 2011

Choque de ideas

En múltiples artículos, ya sea de manera central o secundaria, he construido el argumento de lo negativo que resulta el uso excesivo del automóvil para nuestra salud personal y ambiental, particularmente en grandes urbes como lo es la capital de nuestro país. Sin embargo, me gustaría retomar el tema una vez más. El día de hoy, miércoles 29 de junio, se dio un debate apasionado en las páginas del New York Times, surgido por el artículo del urbanista norteamericano Sam Staley, ‘The Right to Travel’ (‘El derecho a viajar’). Su argumento nos orilla a dos conclusiones: que el señor está fuertemente subsidiado por compañías petroleras y/o automotrices, o que quiso establecer un record de comentarios en contra de él por gran parte de sus colegas y de su disciplina. Staley afirma que los urbanistas europeos, al desalentar el uso del automóvil, implementan políticas sin pensar en la gente, a la cual, afirma, le brinda una mayor satisfacción y movilidad el usar su automóvil personal, que lo que le brindaría cualquier otro medio de transporte. También asegura que el transporte público incrementa los tiempos de transporte y reduce la accesibilidad de las personas a trabajos y servicios. Por consiguiente, en su conclusión asevera que el gobierno norteamericano es más sensible y responsivo a las necesidades de su sociedad que los gobiernos europeos.

Tales declaraciones son impactantes al saber que, fuera de contadísimas excepciones, el transporte público en la mayoría de las ciudades estadounidenses es infame, costoso y casi inexistente. Paralelamente, aunque pensemos que en la Ciudad de México somos los únicos que sufrimos, en varias urbes de Estados Unidos (quizá la más notoria de ellas sea Los Ángeles), el tiempo promedio que pasa un individuo en su automóvil es de dos a cuatro horas. Por tanto, obviamente las declaraciones de los miembros del ríspido debate en el NY Times no tardaron en llegar. Se cuestionó si el autor del artículo habría alguna vez recorrido el centro histórico de alguna ciudad europea y se sostuvo que la disminución del uso del automóvil crea ciudades verdaderamente habitables y disfrutables tanto para residentes como para turistas. Otro de los argumentos respondía que ciudadanos de grandes urbes como Tokyo o Londrés sabían que al estar en un apuro la opción era el uso del transporte público que agiliza y no entorpece su movilidad. Otro ejemplo que se puso a relucir fue el de países como Dinamarca o Suiza, cuyos gobiernos promueven un desarrollo urbano compacto y el uso del transporte público porque hace sentido económico, social y ambiental (los habitantes de Zúrich VOTARON por el plan de restricción del automóvil, no se les impuso). La densidad de la mayoría de las ciudades europeas, junto con el esfuerzo que han puesto en proveer de transporte público eficiente y suficiente permite que sus habitantes tengan la opción y libertad de dejar sus automóviles en casa. Estas personas no se ven forzadas bajo un esquema socialista como quiso ejemplificarlo Staley, sino que realmente prefieren usar el transporte público (donde pueden leer o descansar mientras se transportan en lugar de estresarse varados en el tráfico) y tener la opción de caminar en lugares abiertos y seguros. De este modo, los coches se relegan al uso estrictamente necesario o para viajar en fin de semana, y las ciudades son realmente para los ciudadanos, no sólo para los automovilistas. Es la experiencia de los gobiernos y urbanistas europeos (junto con su genuina atención a las demandas y el bienestar de la gente) lo que permite que esta realidad sea posible.

Por el contrario, el subestimar los procesos de planeación urbana europeos y plantear que el uso del automóvil en Norteamérica es sinónimo de apertura y libertad es una acción claramente errada. De la única manera que podría argumentarse que Estados Unidos toma más en cuenta las necesidades de su gente que Europa, sería por el hecho de que las corporaciones norteamericanas son vistas como personas por la Suprema Corte, ya que las elecciones y campañas son regidas por los intereses de los barones del petróleo; sin su apoyo nadie sería jamás electo. De esta manera, Estados Unidos se ha creado y trazado alrededor del automóvil y los intereses de sus creadores y promotores. Estos son los intereses que realmente han evitado la creación de la infraestructura necesaria para la implementación de sistemas suficientes y eficientes de transporte público. Y lo peor de todo es que, muchas veces, el manejar en Estados Unidos significa esquivar baches, soportar los malos señalamientos, pasar horas en el tráfico, sufrir al buscar estacionamiento carísimo, gastar en gasolina y contaminar el medio ambiente, etcétera (así ni cómo sentirse en el ‘primer mundo’). Pero nadie quiere pagar impuestos para mejorar su realidad porque no vayan a decir que son comunistas y los pocos impuestos existentes se utilizan para subsidiar a los magnates de las compañías petroleras (porque es de socialistas usarlo en transporte público, ¡ni Dios lo quiera!). El urbanismo en este país entonces se reduce a seguir órdenes de compañías petroleras o automotrices y la supuesta libertad a pasar casi un quinto de tu vida en el automóvil (pero eso sí, privado y sin tener que convivir con nadie más). Para qué caminar o usar la bicicleta si pueden vivir permanentemente pegados a sus vehículos; ¡qué viva la obesidad y las enfermedades cardiovasculares!

A dónde se necesitará llegar para que en Estados Unidos y otros países, como el nuestro, se respalde la creación de infraestructura eficiente de transporte púbico para lograr despegarnos de nuestros automóviles (y no electoreramente asegurar que se eliminará la tenencia vehicular en estados tan problemáticos vehicularmente como el mexiquense). Cómo hacerle para darnos cuenta que será ésta una situación en la que todos ganemos. Al ritmo en el que vamos, en el que cada coche transporta generalmente una sola persona, la pregunta debiera ser cómo reducir o revertir tal realidad. Y la respuesta indudablemente es: invirtiendo en otros tipos de transporte, brindando otra opción; esto realmente nos daría libertad… Ya que estamos en el tema del automóvil, me gustaría comentar que hace unos días fui al cine a ver Cars 2, película animada para niños. Tengo que admitir que me impactó el fuerte mensaje de esta película en contra de las poderosísimas compañías petroleras, excelente mensaje y aprendizaje para futuras generaciones que rara vez proviene de la industria del cine y la televisión (particularmente la norteamericana). ¡Bravo!

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