martes, 29 de marzo de 2011

Sorteando el apocalipsis

Nos conmociona al mundo entero el sufrimiento que se está viviendo tras el terremoto de 8.9 grados en la escala de Richter en Japón. El ser una de las naciones más poderosas y mejor estructuradas del mundo en todos los sentidos no fue suficiente para evitar el daño que la fuerza enfurecida de la naturaleza ejerció el viernes 11 de marzo en el territorio del país asiático. En los días posteriores a dicho desastre natural, escuchamos a instancias como la Organización Mundial de la Salud asegurar que la crisis nuclear desencadenada después del terremoto y tsunami en Japón estaría bajo control, y sus consecuencias no presentarían ningún peligro para los habitantes de Fukushima y sus alrededores, donde se encuentran reactores nucleares que han presentado fallas. Desafortunadamente, a pesar de los intentos desesperados por enfriar con enormes cantidades de agua (ya que los sistemas de refrigeración no funcionan) dichos reactores nucleares y evitar una fuga radioactiva, justo en estos momentos, del miércoles 16 de marzo, se pronostica una nueva catástrofe que podría poner en gran peligro a millones de personas e incluso a diversos países por el colapso nuclear de Fukushima.

Los datos continúan siendo contradictorios, y altamente controlados por Tokyo Electric Power Company, dueña del centro nuclear en cuestión. Hay quien afirma que si se continúa enfriando de manera eficaz los reactores nucleares, el problema desaparecerá en los próximos cinco o diez días y que aunque los niveles de radiación se encuentran por encima de lo normal e ideal, aún no plantean un peligro para la salud de las personas, siempre y cuando esto sea por tiempo limitado. Sin embargo, por el momento se ha confirmado que el reactor número cuatro no cuenta con agua, que ha tenido que ser introducida manualmente por falta de energía eléctrica para bombearla, y que el recinto de contención del reactor número dos ya no es hermético; situaciones que ponen en considerable peligro a los trabajadores que de manera heroica luchan por mejorar la situación. Por tanto, aunque la alerta inicialmente se situaba entre veinte y treinta kilómetros a la redonda de la planta, tras incendios, explosiones y el incremento de los niveles de radiación, se ha recomendado desde diversos gobiernos, como el de Estados Unidos, una evacuación de setenta y cinco u ochenta kilómetros a la redonda, debido a los sabidos y graves problemas de salud que puede provocar la radiación. Por consiguiente, casi treinta mil personas han sido evacuadas, mientras a 140 mil se les recomienda no salir de sus hogares, y una emergencia nuclear de categoría seis (siendo siete la máxima, i.e. Chernóbil) ha sido declarada, situación que podría continuar por un año o más, hasta que la fisión se detenga, tiempo en el cual miles de japoneses no podrán regresar a sus hogares.

Cabe recalcar que la Agencia Internacional de Energía Atómica, había advertido desde el 2008 que la planta nuclear en mención, junto con algunas otras en Japón, no resistirían un sismo superior a los siete grados en la escala de Richter. Fukushima Dai-ichi (número 1), fue construida y diseñada a principios de los años setenta, y ha presentado inconsistencias importantes en su seguridad, hecho que nos sorprende viniendo de un país precavido como ninguno en otros respectos, como el de la construcción. No queda más que suponer que intereses privados fueron más poderosos que cualquier otra cosa, como suele pasar en nuestro mundo neoliberal. Quizá en varias partes del mundo, particularmente Japón, que depende fuertemente de la importación de petróleo, la energía nuclear no podrá ser descontinuada en varios años. Lo que sí, es que una vez más debemos replantear nuestros patrones de consumo y esfuerzos por explorar e impulsar energías alternativas, limpias y seguras. Por lo mismo, distintos países empiezan a repensar o al menos a frenar momentáneamente algunas de sus estrategias en temas de energía nuclear, cuestionándose si para prevenir situaciones como la actual en Japón se deben de construir las plantas tierra adentro, aislarlas sísmicamente, elevarlas, etcétera.

No cabe duda que la energía nuclear es volátil y que justificablemente produce miedo en la población mundial, particularmente tras acontecimientos como este, aun cuando se argumente que gracias a ella se han reducido considerablemente los gases de efecto invernadero. En estos momentos, es imposible no estremecerse al recordar, aunque se afirmó que nunca se llegaría a tal escenario, desastres como el de Chernóbil, que este año cumple su aniversario número veinticinco de haber sido la mayor catástrofe en la historia del uso pacífico de la energía atómica. Recordamos también, y quizá más dolorosamente por rememorar lo más negro del comportamiento humano, los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, responsables por la muerte instantánea de alrededor de 110 mil personas, otra cantidad similar por lesiones y radiactividad el mismo año de 1945, y cientos más en los años posteriores por canceres causados por la exposición a la radiación liberada por las bombas.

Ante la presencia de eventos que están más allá del control del ser humano, es preocupante que intereses privados magnifiquen una situación catastrófica. No cabe duda que la humanidad ha logrado grandes descubrimientos y desarrollos, y quizá la energía nuclear es uno de ellos. Sin embargo, sorprende que nuestra inteligencia y sentido común no nos lleve más allá para evitar la creación o explotación excesiva de proyectos que pueden destruirnos. Dejando al lado una crítica que en un par de días deberá ser severa en el mundo entero, no sólo a Japón, ni sólo a la industria nuclear, sino a nuestros manejos y costumbres en general, en este momento no cabe espacio más que para el optimismo y el esfuerzo global para que el pueblo nipón encuentre alivio y mejora.

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