martes, 8 de marzo de 2011

¡Silenciooooo!

Uno puede llegar a preguntarse si empieza a padecerse de neurosis cuando resulta intensamente molesto el constante ladrido de un perro, el chillido de un niño, los claxonazos incesantes, la sinfonía de sirenas de patrullas y ambulancias, el motor ruidoso de un camión de carga, los merolico-vendedores del metro, etcétera. Cómo es que uno no acaba por acostumbrarse al ir y venir de los automóviles que en una ciudad como el Distrito Federal no dejan de transitar un solo minuto del día; por qué no podemos imaginar que es tan constante el ruido de sus motores como el sonido de las olas que nos ayudan a veces a conciliar el sueño. Qué sucede entonces cuando aún entre sueños no existe segundo en el día en el cual podamos disfrutar de un total y absoluto silencio.

La contaminación auditiva, aun cuando no se acumula como otros tipos de contaminaciones, llega a causar grandes daños en la calidad de vida de una persona. Según estudios, los niños parecen ser los principales afectados; se deteriora de manera significativa su audibilidad, concentración, atención, memoria, rendimiento, agudeza y aprendizaje. Sin embargo, la contaminación auditiva también genera un aumento en los niveles de estrés, problemas auditivos que pueden llegar hasta la sordera y algunos otros males físicos y psicológicos, que sin duda también afectan a los adultos y población en general. Por tanto, desde el 2009 se monitorea el registro de decibeles en la Ciudad de México, que en varias avenidas y espacios públicos de la ciudad se encuentran todavía muy por encima de lo ideal (75 dB, mientras la Organización Mundial de la Salud considera que 50 dB es el límite superior deseable). Por otro lado se instauraron campañas de concientización para aquellos automovilistas rabiosos o distintos agentes de ruido excesivo, para ilustrar el daño que causan con prácticas como la de usar su claxon sin mesura alguna.

Sin embargo, dado al importante número de afectaciones causadas por la contaminación acústica, sorprende que más allá de promover campañas, no se decida reforzar las sanciones que prevendrían dicho comportamiento y daño a la sociedad. Espacios tan agradables e importantes como el centro histórico son a veces los más afectados por este tipo de polución. Por un lado, la confluencia y tránsito numeroso en las calles aledañas al zócalo capitalino, es lo que le da sabor, vitalidad y carácter a esta zona como a tantas otras. No obstante, sin regulaciones y estatutos en ocasiones deja de ser un lugar al cual sea placentero acudir. Aún más grave es este tipo de contaminación cuando se sufre constantemente en escuelas, oficinas o inclusive en el hogar, situación frecuente en ciudades de gran tamaño y movimiento en donde se olvida que la contaminación auditiva es un delito ambiental.

Puede parecer exagerado, pero a más de 60 dB las reacciones que presenta el ser humano pueden incluir desde dolor de cabeza, tensión muscular, aumento en la presión arterial, gastritis, colitis, aumento en niveles de colesterol y glucosa, y en personas con problemas cardiovasculares hasta un infarto. Los efectos anteriores son considerados psicopatológicos. Asimismo, el ruido excesivo causa efectos psicológicos en las personas, como insomnio, fatiga, irritabilidad o agresividad, aislamiento social, histeria y neurosis; como si la vida cotidiana y laboral no brindara ya suficiente estrés.

Otros países como España, Chile y Venezuela han adoptado medidas para luchar contra la contaminación acústica que debieran aleccionar a nuestro país para establecer y hacer cumplir leyes en este respecto. Dichas normas incluyen disposiciones de seguridad y salud para trabajadores expuestos a agentes físicos como el ruido excesivo; regulación de contaminación acústica para alcanzar valores ideales de sonido; regular talleres, industrias y bares; regular medios de transporte ruidosos; aplicar reglamentos sobre condiciones sanitarias y ambientales básicas en oficinas; entre otras pautas de legislación de estado. De manera más concreta, tendría que promoverse también en construcciones residenciales, culturales o laborales, la aplicación de materiales absorbentes, barreras acústicas y aislamientos que eviten la transmisión de sonidos no deseados en dichos inmuebles e incluso pueden llegar a transformar la energía aerodinámica (como el ruido) en termodinámica. Algunos ejemplos de estos materiales son la fibra de vidrio, paneles metálicos, cortinas de vinil, entre otros. Pocos constructores o arquitectos toman estas recomendaciones en serio pero, así como es vital el utilizar materiales que prevengan la transmisión de temperaturas extremas del exterior al interior de un edificio, lo mismo debe hacerse para prevenir la transmisión de sonidos excesivos y dañinos para la salud.

Como puede observarse, de nuevo hablamos de un tema de política pública, planeación urbana y diseño arquitectónico. Sin embargo, también hablamos de un tema de cultura ciudadana, que aunque parece afectar más a ciudades grandes como el Distrito Federal, se encuentra presente en la mayoría de las ciudades de nuestro país. No podemos dejar de tomar responsabilidad por nuestros actos y las consecuencias de ellos. Aunque la contaminación auditiva sea intangible, debe reconocerse que produce reacciones palpables y graves en la gente que la sufre. Por tanto, a menos de que sea absolutamente necesario, le pedimos de la manera más atenta que sea prudente y guarde silencio. Sinceramente, un individuo tratando de controlar su problema de neurosis.

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