martes, 29 de marzo de 2011

Más caro, ni el agua

Falta de inversión en infraestructura, ineficiente política y gestión pública, crisis de gobernanza, abuso del sector industrial, cultura ciudadana inadecuada, desperdicio, sobreutilización, injusticia social, desequilibrio entre disponibilidad y demanda, escasez, problemática ambiental, urbanización… Causas todas de que el abastecimiento de agua se convierta en un tema central de seguridad nacional y mundial. De nada sirve cargarle sólo al sector privado o a instancias gubernamentales o al ciudadano promedio, con toda la culpa de la crisis que enfrentamos hoy en México; aun cuando quizá se podrían cuantificar los daños y encontrar a un culpable cardinal. No obstante, los esfuerzos deben ser múltiples y diversos, así como propositivos e innovadores, para incrementar la eficiencia y sustentabilidad en el manejo de un recurso tan esencial e insustituible como el agua.

Paradójicamente, los sectores más vulnerables de nuestra sociedad son los que generalmente pagan más caro por varios bienes, servicios y recursos; el agua es por supuesto uno de ellos. El amplio sector de nuestra sociedad que vive en pobreza, se ve frecuentemente forzado a obtener el agua de vendedores informales y a precios hasta cien por ciento más altos que lo que se cobra por el servicio del agua a nivel municipal. Como puede verse, vivimos en un país inundado de pobreza, injusticia y privación, y esta realidad consiente el exacerbo de una crisis extensa en nuestra nación. Desafortunadamente, algunas de nuestras áreas rurales llegan a ser comparables con algunas de las zonas más empobrecidas del mundo, como el África negra o subsahariana, áreas donde se aprende o valora desde muy temprana edad el valor del agua limpia o potable y donde el obtenerla para sobrevivir significa un arduo esfuerzo y un privilegio muchas veces no obtenido. Obviamente, cuando este recurso vital no se consigue, toda dignidad humana se pierde y la miseria se vuelve inescapable.

Setenta y cinco millones de mexicanos sufren escasez de agua en un país colmado de recursos. Aparte de promover la pobreza y desigualdad bajo esta condición, se afecta la generación de empleos, la economía, los problemas ambientales, la salud humana, etcétera... hasta el punto que nos enfrentamos con la posibilidad de un colapso nacional en unos cuantos años. Esto en buena parte se debe a nuestro aparato gubernamental que promueve frecuentemente medidas ineficaces frente a tales problemáticas, disminuye los presupuestos de proyectos hídricos y sanitarios, permite la sobreexplotación de mantos acuíferos, muestra un bajo nivel de aprovechamiento en nuestros sistemas de agua (sin escurrimientos y evaporación en sistemas de riego, por ejemplo, el campo mexicano podría producir el doble de alimentos de lo que produce actualmente)… y la lista sigue. La realidad es que nuestro gobierno falla cuando se trata de adoptar tecnologías eficientes para el tratado del agua, o de invertir en infraestructura apta para sostener los ritmos de urbanización que han experimentado nuestras ciudades en las últimas décadas.

Falla tristemente en muchos rubros más, así como nos falta visión también a los habitantes de este país para reconocer la evidencia de que nuestros recursos acuíferos seguramente se verán afectados no sólo por nuestros patrones de consumo y descuidos (los cuales han disminuido la disponibilidad per cápita del agua a un quinto comparado con hace cincuenta años), sino también por el cambio climático. Empezamos ya a ver afectaciones cuantitativas y cualitativas en nuestro vital líquido, así como en el impacto de inundaciones, sequías y demás eventos que se muestran con más frecuencia y fortaleza en México y en el mundo. Es aquí cuando es trascendental que la población mexicana tome conciencia acerca de sus patrones de consumo y costumbres de desperdicio, no sólo en cuanto a agua se refiere, sino muchos otros recursos naturales.

Finalmente, pero no por ello menos significativo, pocos mexicanos reconocen la gravedad y el papel, como de costumbre maquiavélico, que juega la iniciativa privada en la crisis del agua en nuestro país. Por un lado es cierto que la falta de potabilización y rigor con que se provee de agua en nuestro país nos orilla a la desconfianza y a la compra de líquidos envasados. Es entonces cuando un derecho universal se convierte en uno de los negocios más lucrativos del planeta. La industria del agua embotellada paga alrededor de 0.002 pesos por litro de agua en México, ¡y a su vez nos la vende a seis pesos! Que cada quien haga las cuentas en su cabeza para calcular la ganancia (así como la contaminación generada con los trillones de botellas de PET). Tales cantidades irrisorias les son cobradas por supuesto también a colosales consorcios como la Coca-Cola, Pepsicola, cerveceras y demás industrias que con más ardor que cualquier vampiro le sorben la vida a cualquier tierra que se les ponga enfrente.

Celebramos el día internacional del agua, como hace poco el de la mujer, o el de los pueblos indígenas, la niñez, la madre tierra, el migrante, los derechos humanos, etcétera, esperemos que para analizar y remediar las grandes injusticias que se cometen alrededor de sus nombres y existencias. No es suficiente promover campañas que concienticen al público acerca del uso del agua, ni que se hable de los millones de personas sin acceso a agua potable, o nombrar los efectos de la urbanización, industrialización o cambio climático en nuestros sistemas de agua… nada será suficiente hasta que el agua potable sea un derecho del que goce toda la humanidad.

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