jueves, 26 de mayo de 2011

Llanto en el cielo, lluvia en nuestros ojos

Unimos nuestra voz y nuestro corazón ante este clamor cada vez más tumultuoso que brota de tanto dolor, agravio, injusticia, violencia y muerte que padece nuestra sociedad.” – Jesús Ramos, sacerdote.

No se puede decir que fueron días alegres, pero sí esperanzadores. Después de haber recorrido a pie casi cien kilómetros en tres días, quizá pequeños en número pero grandes en fortaleza, entraron silenciosamente a Ciudad Universitaria con una gran nube acuestas; el cielo se nubló completamente, quizá solidarizándose con el dolor de cientos de miles de mexicanos no pudo más que amenazar con llorar reciamente. Se portaron cartelones en lugar de gritar consignas, quizá por no poder vociferar ciertos sentimientos, tal vez por no haber palabra alguna que pueda describir las emociones que se hicieron presentes este pasado fin de semana, o posiblemente por el secuestro del alma y el aliento de decenas de miles de mexicanos. El Réquiem de Mozart, interpretado por la Orquesta Filarmónica de nuestra máxima casa de estudios, terminó por representar, así como el cielo nublado que cubría CU, nuestra desolación, pero parece que también nos ayudó a asimilarla. Así pudimos comenzar a escuchar nuestras historias y aunque el corazón se nos llenó de tristeza, dolor e irritación, también se llenó de coraje y determinación para formular un ya basta colectivo y demandar que se detenga el baño de sangre que se ha dado en nuestro país.

Como desde Cuernavaca, los cientos se convirtieron en miles y llegando a la Ciudad de México en decenas de miles que se sumaban marchando, aplaudiendo o gritando consignas de adhesión; las ideologías y diferencias desaparecieron para unirnos como pueblo mexicano en busca de paz, justicia y dignidad humana. El clamor fue espontaneo y quizá un poco desordenado por no existir un liderazgo absoluto sino un movimiento genuinamente comunal. El estigma, la mala fe y el carácter tirano de televisoras y sectores del poder quizá envenenaron la razón de algunos cuantos pero no la voluntad de miles de mexicanos dentro y fuera del país. Y NO, no fue una marcha que apoyara o excusara al crimen organizado, pero SÍ una marcha que responsabilizó y demandó a nuestras incompetentes autoridades. Así se marchó a la gran plancha del Zócalo capitalino, así se protestó en San Cristóbal de las Casas en contra de la militarización del país con la movilización más numerosa de aquellas tierras en las últimas décadas, así en Acapulco, Ciudad Juárez, Morelia, Tijuana… incluso en nuestro abatido Zacatecas. Así se repudió la actual estrategia de combate al crimen organizado y el narcotráfico; así se demostró que nuestra lucha es por la vida y en contra de la muerte; así se inició un verdadero debate político proveniente de la Marcha Nacional y movilizaciones paralelas.

Desafortunadamente, también se dejó ver el continuo desinterés de nuestro reclamo al escuchar a Felipe Calderón determinado a mantener su actual política de seguridad que ensangrienta nuestras calles y destruye a nuestras familias, sin darse cuenta de lo desastroso que puede resultar el desatender nuestro grito desesperado por la precaria situación que se vive en el país. Nuestras críticas y cuestionamientos son traducidos por la esquizofrénica mente presidencial en intento de destitución, actitud claramente dictatorial; en lugar de entender nuestro dolor se siente amenazado por estar enfermo de poder. Como siempre, no existen palabras más iluminadas y poéticas como las de los indígenas y zapatistas de este país: “mal hace el mando que le dice a sus soldados y policías que escuchar a la gente noble y buena es un fracaso, que detener una matanza es una derrota y corregir un error es rendirse.”

Coincidentemente, como en tiempos revolucionarios, cuando llegaron las tropas de Villa, de Chihuahua, y los ejércitos del sur y de Morelos, de Zapata, los mayores contingentes que llegaron a la Ciudad de México el pasado domingo, arribaron de los dos afligidos estados de Chihuahua y Morelos, congregados una vez más a causa de que el estado actúe sin el consentimiento del pueblo. Así, se dijo que si los gobernantes no quieren escuchar al pueblo, que abandonen para nunca regresar al país al que tanto daño le han hecho; así se inundaron las calles de nuestra capital el domingo 8 de mayo, así se dijo que cuarenta mil muertos eran suficientes para cambiar la estrategia, así se hicieron propuestas concretas, así comenzó el intento por desenterrar a nuestro país, así se empezó a recuperar la voz y el aliento, así nos sacudimos el miedo, así se dieron testimonios, así comenzamos un camino largo y arduo por recorrer para luchar por nuestro futuro.

“Quien permanece en silencio es ingobernable” - Iván Illich.

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