jueves, 26 de mayo de 2011

Infierno en llamas

Este año pocos estados de la república se salvaron del ardor de las llamas y de los incendios forestales. De punta a punta: Baja California, Sonora, Nuevo León, Zacatecas, San Luis Potosí, Guanajuato, Querétaro, Hidalgo, Puebla, Estado de México, Distrito Federal, Michoacán, Guerrero, Quintana Roo… Pero como muy probablemente todos lo sabemos, ninguno ha sufrido tanto como el estado de Coahuila, cuyas tierras forman parte de casi el noventa por ciento de las hectáreas consumidas (casi trescientas mil) por los casi dos mil incendios forestales acontecidos en el país en los últimos dos meses; incendios, en su mayoría, fuera de control y cuyo tiempo de sofocación ha limitado en lo insostenible. Los severos daños ambientales que han afectado a la flora y fauna de varias regiones de nuestra nación, dejaron de ser noticia cuando el fuego se acercó a comunidades que hubo que evacuar, cuando hubo viviendas destrozadas y cuando incluso se afectó la salud y la vida de varios seres humanos.

El fuego ha servido desde hace mucho tiempo, tanto de forma natural, como controlada, para revitalizar tierras. La quema agrícola es un ejemplo de ello. Sin embargo, el asunto es cosa seria que debe ser restringida y vigilada cuidadosamente para precisamente evitar incendios que se salgan de control y pongan en riesgo la vida humana y el patrimonio nacional. Varios políticos y funcionarios, como el gobernador de Coahuila, Jorge Torres López, usaron como pretexto las condiciones climáticas adversas, como el viento, tormentas eléctricas, el calor o la sequía para justificar lo que llamaron un “fuego perfecto”. Sin embargo, esto no puede justificar el avance del fuego al norte de Coahuila que amenaza aún a comunidades rurales, así como en San Luis Potosí, donde ha desplazado y amenazado a miles de indígenas, sus hogares, sus cultivos y su ganado. Varios de los cientos valientes brigadistas que han intentado día a día apagar el fuego, han sufrido también lesiones y afectaciones de salud, así como han peligrado y perecido pinos de hasta veinte metros de altura, áreas naturales protegidas, bosques de árboles fosilizados y cuevas con pinturas rupestres de entre seis y ocho mil años de edad.

Y qué hay de la falta de logística o de la falta de recursos para resolver estos siniestros que prácticamente en su totalidad son responsabilidad del ser humano y su irresponsabilidad, llámese falta de educación o interés, tanto de individuales como de instituciones gubernamentales y privadas (limpia de matorrales y pastos altos para cultivar, cazadores, procesos de urbanización, fumadores, etcétera). Todos estos factores nos llevaron a declarar desastre ecológico y a presenciar la estadística más alta de incendios en los últimos cincuenta años. Qué pasara con las especies de flora y fauna que hemos con nuestro descuido exterminado, o con los animales sobrevivientes que no encuentren ya un espacio adecuado para alimentarse y sobrevivir. Por qué no aplicar los programas de prevención necesarios para estas situaciones, por qué no utilizar nuestros recursos y dinero público para cuando es realmente necesario. Por qué no ocupar a los militares suficientes en las labores en donde realmente se les necesita; por qué dejar que sólo unos cuantos se enfrentaran peligrosamente a los repentinos cambios de dirección de viento, a las altas temperaturas, a la combustión, etcétera. Quizá no habrían tenido que retroceder tantas veces y hubieran podido acabar con el fuego más eficaz y velozmente, de no haber estado varios parando a inocentes en la carretera y pretendiendo decomisar drogas.

Para encontrar pruebas de que los militares en nuestro país están en el lugar equivocado no hay que irnos muy lejos. Solamente en el estado de Zacatecas se han consumido treinta mil hectáreas por un fuego que se extiende rápidamente y que no hemos podido contener, y por qué. En gran parte porque en dicha zona existen campos de entrenamiento de narcotraficantes y miembros del crimen organizado, situación que ha prevenido a nuestras autoridades a combatir las llamas por tierra. Entonces, qué se ha hecho con todo el dinero invertido en una guerra para no combatir a grupos delincuenciales que podemos situar perfectamente. Quizá se ha utilizado para que cientos de brigadistas, hace un par de semanas, cuando los incendios en Coahuila resultaban más gravemente incontenibles y consumían decenas de miles de hectáreas, suspendieran sus labores de sofocación por órdenes del Estado Mayor Presidencial para construir rápidamente una pista de aterrizaje y un helipuerto cerca del área siniestrada para que pudiera llegar Felipe Calderón.

No puede entenderse, y mucho menos aceptarse, las cantidades de CO2 que hemos lanzado al aire en los últimos meses por nuestra ineficiencia, irresponsabilidad y corrupción. Hoy contribuimos enormemente a causa de los incendios forestales (aparte de muchas cosas más) con el calentamiento de nuestro planeta y la afectación a la salud de muchos de nuestros conciudadanos. ¡Bravo! Qué tristeza que una vez más nos demostremos incapaces de remediar nuestras problemáticas. El hecho de habernos enfrentado con algunos de los incendios más complicados de nuestra historia no es motivo de justificación, solamente una derrota más.

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