martes, 12 de abril de 2011

¡Pueblo, protesta, o ya no sales de ésta!

“Es tiempo de que los jóvenes se manifiesten, que se adueñen del presente.” – Javier Sicilia.

Puede impresionar la solidaridad de los que aun no habiendo vivido en carne propia o cercana la violencia inmisericorde que se presenta en gran parte de nuestro país, reconocen que todos somos los cuarenta mil muertos que ha dejado la guerra infame contra el narcotráfico. Resulta mucho más estremecedor el observar la fortaleza de padres y familiares, como Javier Sicilia, que tras perder a hijos o parientes, pueden sostenerse y luchar por un México diferente; en la marcha de la Ciudad de México, una madre que perdió a su hijo llevaba media cara pintada como una calaca y media cara sin pintar, y nos dijo a un grupo de personas, estoy aquí, apoyando, pero estoy muerta en vida. Con ese dolor común, miles de mexicanos nos manifestamos el miércoles 6 de abril en contra de la muerte de nuestro México, sin guías profesionales de marcha o altavoz, sin que nos dijeran dónde acomodarnos o por dónde caminar, sin el apoyo de los medios por la dichosa Iniciativa México, sólo gritando desesperadamente: ¡Ni uno más!

Quizá hubo más organización en Cuernavaca, lugar donde se originó este movimiento ciudadano y que congregó el mayor número de personas el pasado miércoles al suplicar y exigir que ni un joven, ni una persona más, muera a manos del crimen organizado y la pasividad y complicidad de nuestras autoridades. En la capital morelense se congregaron deudos de la guardería ABC, integrantes de la familia Reyes Salazar, activistas de Ciudad Juárez, representantes de distintas religiones, parientes de los jóvenes asesinados en Villas de Salvárcar, e incluso figuras como el actor estadounidense Edward James Olmos. Se dio también un plazo de una semana (días en los cuales se plantará en el Zócalo morelense Javier Sicilia), a Marco Antonio Adame, gobernador de Morelos, y a Felipe Calderón para presentar a los asesinos y responsables de la muerte de los siete jóvenes, entre los que se encontraba su hijo. De lo contrario, se convocará a una marcha nacional en la Ciudad de México para exigir la renuncia de Adame y el alto impostergable a una guerra absurda donde la mayoría de los muertos, se dijo, los ha puesto la sociedad civil.

Quizá no tan impresionante en números, pero enérgica fue la solidaridad en otras partes del país, particularmente en la Ciudad de México, donde se rechazó fuertemente la violencia que sacude a nuestra sociedad, donde se dijo ¡ya basta! a nuestros políticos y clase empresarial, donde se recuperó la dignidad de las víctimas, donde se marcó un límite, donde esperemos reine siempre la fortaleza para luchar por nuestras vidas y nuestro futuro. Por primera vez en mucho tiempo se vieron jóvenes a toneladas marchando por las calles, interesándose en el futuro de su país, proponiendo con coraje educación, arte y cultura en lugar de armas, balas o guerra. Se reconoció que donde falte lo anterior y donde reine la miseria, habrá violencia; no cabe duda que la verdadera causa de nuestra debacle nacional es la inequidad, la injusticia, la impunidad… Los jóvenes estuvieron presentes también haciendo performances donde se vestían de militares y de narcos (de aquellos desertores de las filas del ejército que hoy asesinan y dañan a la nación) intentando aterrorizarnos a nosotros los civiles (pero ya no lo lograron), estuvieron presentes en las redes sociales apoyando desde sus trincheras, presentes bajo la porra de ¡Goya!, estuvo presente la juventud con su creatividad y su energía, con sus inventivas frases: “el arte y la cultura contra la dictadura”, “yankee go home, y tus narco-armas también”, “¡despierta México!, estamos hasta la madre de tu indiferencia”, “los ninis están en los Pinos, ni gobiernan, ni nos representan”, “la censura es violencia”…

La mezcolanza y diversidad de la marcha también fue espectacular, estudiantes, académicos, escritores, poetas, artistas, intelectuales, profesionistas, padres de familia, niños, adultos mayores… personalidades como Taibo II, Giménez Cacho, Julio Hernández (Astillero) y Joaquín Cosío, (quien interpretó al cochiloco en El Infierno). Todos exigiendo una respuesta al sufrimiento que se vive en el país a raíz de la “lucha” contra la delincuencia organizada; todos protestando para que nuestra patria no continúe siendo un infierno. Una niña cargaba una manta que decía “Fuera Calderón, que reine la paz”, la primera parte, una de las consignas más aclamadas en la Ciudad de México. Miles de ideas que me hacen pensar que el mejor recuento sería el enlistado de cada palabra y de cada pancarta; de cada grito desesperado de nuestra sociedad mexicana. Haré el intento de recapitular cada una de las apelaciones.

El primer clamor general fue indiscutiblemente dirigido a nuestro gobierno, a nuestras autoridades, a Felipe Calderón. Bajo la consigna “si no pueden, lárguense”, se aseguró que los responsables están en los Pinos; que el responsable es un gobierno que nos ha hundido abismalmente. Lo que es aún peor, un gobierno que ha sido asesino de jóvenes, y por ende de nuestro futuro como nación; un estado que no ha logrado ponerse en nuestros zapatos y consecuentemente se ha convertido en genocida. Un gobierno que ha criminalizado a su juventud y destruido a su país en lugar de cuidarlo y conservarlo… El segundo llamado general, también importantísimo, fue a la sociedad civil al decirle: “un pueblo callado jamás será escuchado” vs. “un pueblo unido jamás será vencido”. El propósito fundamental de dicho grito fue pedirle al pueblo mexicano que saliera a defender sus derechos; el recordarnos a nosotros mismos que ya somos prácticamente el único locutor creíble. No cabe duda que así es, que urge romper nuestro silencio, que urge despertar, que silencio es igual a estupidez, que la unión hace la fuerza… “que es mejor morir de pie que vivir arrodillado”, sobre todo si de todos modos estamos muriendo arrodillados. Por tanto, la siguiente petición fue para protegernos, para demandar que los civiles no se tocan, que ya no queremos ser víctimas de una guerra que no es nuestra, que los muertos no son daños colaterales, que tienen nombre y apellido, para exigir un alto a la represión de comunicadores y luchadores sociales… para exclamar que tenemos derecho a vivir.

Algunas otras de las expresiones fueron en contra del intervencionismo estadounidense y recalcando su responsabilidad en nuestra situación; en pro de que los militares regresen a sus cuartel; a favor de legalizar la marihuana; en general para demandar el cese de la sangre mexicana derramada. Y así, se manifestaron recorriendo quince kilómetros y con una formación de dos kilómetros de longitud en una avenida principal de cuatro carriles, más banquetas y camellón, cuarenta mil personas en Cuernavaca, la manifestación más grande que se haya visto en esta ciudad; diez mil en la Ciudad de México; mil en Puebla y mil en Jalapa, Veracruz; quinientos en San Luis Potosí y la misma cantidad en Guanajuato; trescientos en Monterrey; doscientos en Saltillo, Aguascalientes, Oaxaca y Querétaro; ciento cincuenta en Tuxtla, Yucatán y Colima; ¡doscientos en Barcelona!; y algunos cuantos más en otras ciudades mexicanas y del mundo, como Buenos Aires y Los Ángeles. ¿Y en Zacatecas?, ¿Cuántos fueron? No cabe duda que faltaron muchas voces, pero indudablemente fue un importante primer paso para darnos cuenta de que nosotros, la sociedad civil, somos la única esperanza, no hay más, y sin nuestro valor, no habrá más país. De grandes injusticias han surgido grandes movimientos, no lo olvidemos (de la guerra de Vietnam, de Egipto, de 1968…). Por eso, gritemos al unísono: ¡No más sangre!

“Algunos padres son poetas, pero todos los hijos son poesía.” – Pancarta en Manifestación del Distrito Federal.

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