martes, 12 de abril de 2011

La gran carrera

Con el apoyo de algunos países en particular, como Bélgica y Noruega, así como con la severa crítica de instituciones inglesas, entre otras, e incluso de ambientalistas, la Comisión Europea y el comisionado de transporte de la Unión Europea, Siim Kallas, elaboraron la iniciativa: Plan de trabajo para lograr la unificación del transporte europeo – Con el objetivo de lograr un sistema de transporte competitivo y eficiente. Uno de los componentes más significativos de dicho propósito, y por supuesto el que más llamó la atención de los medios y provocó el enojo de distintos entes públicos y privados, fue la propuesta de eliminar los vehículos convencionales que usan gasolina y diesel en las ciudades europeas para el 2050. Intereses privados por un lado y quizá la falta de una lectura cuidadosa del documento por el otro, propició que algunos activistas tacharan de insuficiente dicha propuesta. En lo personal le encuentro en su mayoría aspectos positivos a la misma, salvo la posibilidad de su realización que depende de múltiples gobiernos y entes privados y poderosos.

Resulta difícil pelear contra el argumento de crear financiamiento que promueva infraestructura y sistemas de transporte sustentables, limpios, tecnológicos, modernos y competitivos que modifiquen el comportamiento y las costumbres auto-céntricas del ciudadano promedio. Los resultados positivos realmente son interminables. Se podría acabar con la dependencia del petróleo, recurso no renovable que seguramente escaseará en algún par de décadas y que en su haber ha creado uno de los sistemas de especulación más avaros y una dependencia que impacta en temas como la inflación, la balanza comercial y la competitividad económica de distintas regiones del mundo de maneras muy negativas. Por supuesto, otro de los grandes beneficios de que se concrete y lleve a cabo dicho proyecto en la Unión Europea sería el reducir en porcentajes muy significativos las emisiones de la región y del mundo; todos sabemos que el automóvil es una de las más grandes causas de contaminación ambiental. Pero esto no significa que la movilidad y eficiencia deben sacrificarse, sino todo lo contrario. El integrar las redes de transporte de la UE creará competitividad y prosperidad económica a nivel regional; así como el promover la inversión en infraestructura sustentable y eficiente reactivará economías mediante la creación de trabajos y la modificación en la movilidad de personas y mercancías.

La iniciativa es por supuesto compleja, radical y ambiciosa pero parece tener una visión en la dirección correcta. Sin tener resueltos todos los aspectos de la misma que tendrán que irse analizando en los próximos años y décadas, existen ya lineamientos claros de acción. Una transformación del sistema de transporte europeo sólo será posible a través de múltiples iniciativas a todos los niveles. Es evidente que sin el mandato de los distintos gobiernos que conforman a la Unión Europea y la cooperación de la iniciativa privada las cosas no funcionarán; ya que se requiere de un cambio profundo en sistemas de transporte y de tales legislaciones es que podrá surgir un cambio real de cultura ambiental. Ante la falta de determinación gubernamental o privada, tendrán los pueblos de cada nación que demandar justicia, no sólo social, sino también ambiental para futuras generaciones.

Qué se propone entonces. Innovación tecnológica es el fundamento de dicha estrategia, la producción e impulso de energías alternativas (eléctrica, combustión interna mediante hidrógeno, etanol, biodiesel, aire comprimido, gas natural comprimido, propano…) será esencial, así como la creación de transporte innovador en términos de reducción de CO2 e incremento en su eficiencia. Aquí es importante darse cuenta que aunque uno de los principales goles es eliminar gradualmente el uso de vehículos que utilicen gasolina, se plantea una propuesta integral que también reduzca emisiones de transporte marítimo y aéreo usando combustibles alternativos y aumentando el uso del tren (triplicando el volumen de la red europea de ferrocarril de alta velocidad para el 2030) y del transporte público. Continuando con acciones concretas, se plantea que el fomento de coches eléctricos y distintas acciones paralelas sean premiadas y promovidas mediante incentivos fiscales. También se asegura que deberá haber cálculos y parámetros estrictos y establecidos que midan la eficiencia y sustentabilidad de vehículos y combustibles, así como regulaciones y acuerdos con distintos mercados mundiales fuera de Europa con el fin de promover acciones e intercambios sustentables.

Podrá en el transcurso de dicho proceso argumentarse, como se hizo en el Reino Unido, que estas decisiones deberán ser tomadas por cada país y ciudad en base a sus necesidades, en lugar de como un acuerdo conjunto. Sin embargo, la Comisión Europea admite, que aun con estándares superiores a los de la mayor parte del mundo, su sistema de transporte en términos generales no es sustentable y que bajo los estándares y costumbres actuales la dependencia al petróleo de dicha región en las próximas décadas no bajará de un noventa por ciento. Esto colocará al uso de energías renovables en el mejor de los escenarios en diez por ciento y las emisiones de CO2 provenientes del transporte permanecerán un tercio más arriba que en 1990. La Unión Europea suele ser mucho más responsable en términos de sustentabilidad y justicia social que el resto del mundo. Es probablemente por esto que se está reconociendo que se requiere fuerte cooperación internacional para aliviar problemáticas globales como la del transporte y el medio ambiente. Se sabe que la gente y los bienes no dejarán de transportarse, pero deben reconocerse las limitantes ambientales y de nuestros recursos naturales. Ojalá el mundo entero viera a la movilidad sustentable como una carrera a nivel global en la que acciones cortas y a destiempo podrán condenar al mundo a un declive irreversible. Veremos en los próximos años si la UE decide plantarse en la cúspide de la vanguardia una vez más.

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