martes, 1 de febrero de 2011

Buen viaje caminante

“Sólo le pido a Dios, que el dolor no me sea indiferente, que la reseca muerte no me encuentre, vacío y solo sin haber hecho lo suficiente… sólo le pido a Dios, que lo injusto no me sea indiferente…” León Gieco

Es mi costumbre y disciplina intentar escribir de una manera no íntima o subjetiva, pero en estos momentos me encuentro con una necesidad diferente y preveo una narración de experiencias personales acerca de un personaje cuya vida pública es ya ampliamente conocida, aun cuando muchas veces malinterpretada. Tatic (papá) Samuel, como lo llaman aún en lengua tzotzil, siempre fue amigo de la familia, nos brindó, como a tantos que lo conocimos, una enorme paz y luz con cada una de sus visitas y al visitarlo, tanto en el ámbito personal como al platicar de problemáticas universales. Casó a mis padres, bautizó y le dio su primera comunión a mi hermano, ofició la misa de mis quince años, dio una conferencia en mi preparatoria cuando se lo pedí… Sin embargo, nunca regresé a él por mi cuenta, nunca para platicar acerca de los temas que no entendía del todo cuando los platicaba con mis papás y mi cabeza pre-adolescente se encontraba en otro lado. No regresé a trabajar con él, a ponerme a su servicio, a contribuir con sus múltiples causas. No obstante, y aunque al enterarme de su partida casi instantáneamente lo empecé a extrañar inmensamente, hoy me doy cuenta que su presencia y legado siempre estarán esperándome a que regrese.

Me he encontrado conmovida casi de manera permanente en estos últimos días, al leer su nombre, al escuchar las siempre cálidas opiniones que la gente que lo conoció tiene de él, al presenciar las conmemoraciones en su honor… en la parroquia de Santa María de la Anunciación en el Centro Universitario Cultural; al entrar el grupo de Atenco, machete en mano, a la misa que se ofició en su honor; al entender que estos machetes que aplaudían entre si no representan violencia, sino una eterna lucha por igualdad y justicia; al leer las inscripciones en dichos machetes: ¡Samuel vive, la lucha sigue!, tu semilla florecerá, tu ejemplo nos inspira, Samuel vive en Atenco, EZLN ni un paso atrás… al platicar y quebrarme en llanto con Don Raúl Vera, al escuchar canciones de protesta que me hacen recordar que los males de este mundo nunca le fueron indiferentes a Don Samuel, nunca la pobreza, el dolor o la injustica, y por tanto, dio su vida, alma y corazón a aliviar dichas dolencias. Siempre tuvo el valor de luchar por lo que creía, sirviendo desde la iglesia al mundo, nunca a sí mismo.

El ser congruente a sus ideales y planteamientos a favor del indígena y el marginado, la diversidad cultural y los derechos humanos, siguiendo el ejemplo de Fray Bartolomé de las Casas, le trajo muchos problemas, calumnias y rivales, aun cuando jamás recogió el guante de la confrontación. Cómo olvidar las constantes críticas de políticos o personajes como Marcial Maciel, que entonces era todopoderoso y consentido del Vaticano, qué ironías. Pero cómo no convertirse en incansable luchador social al ver la obra de los coletos, esos latifundistas, cafetaleros y madereros sin escrúpulos; al ver los azotes impresos en los indígenas y enterarse que tras estos tratos se les pagaban tres centavos diarios. Chiapas, a su llegada era un bastión de terratenientes que fabricaron una realidad colonial en sus haciendas neo-porfiristas. Al modificar esta realidad, aun cuando no en su totalidad, ya que es una problemática que de distintas formas nos afecta a toda la sociedad mexicana, Tatic Samuel nos dejó como legado la confianza de que un país con paz y justicia es posible, aun cuando sea algo difícil de creer en estos tiempos. Raúl Vera, con su gran y enérgica fe, que no ciega reconoce los numerosos males que nos aquejan en la actualidad, afirma que el bien triunfará, pero que para que esto suceda debe de seguirse el ejemplo de personalidades como Tatic Samuel y luchar con gran valor y fuerza; la indiferencia y cobardía ya no pueden tener cabida en nuestro mundo.

Llegando a San Cristóbal y sus alrededores, es imposible no reconocer en cada esquina al sacerdote que, habiendo aprendido cuatro lenguas indígenas, rompió con la costumbre de evangelización convencional que muchas veces ha destruido culturas y civilizaciones enteras. Conociendo a fondo cada rincón de la diócesis que le fue asignada, una incomunicada y despojada, que varios sacerdotes, con excepción de Fray Bartolomé de las Casas y Don Samuel, despreciaron, sin reconocer ni apreciar su riquísimo mosaico de culturas, Tatic fue formando un diaconal de indígenas para disgusto del Vaticano, en parte por racismo y en parte porque el pensamiento indígena indica que un hombre soltero, sin una mujer al lado, es un hombre incompleto, inmaduro y que sólo en pareja alcanza la plenitud necesaria para tomar responsabilidades de peso frente a su comunidad. Con estas y varias tradiciones más, se formó una iglesia incluyente y respetuosa, rica en fe y bondad, regida por las verdaderas enseñanzas de Jesucristo.

Dicho ejemplo de vida propició que, como hace más de diez años cuando tuvo el gran Tatic que retirarse de su diócesis de San Cristóbal, impresionante fuera la experiencia de ver de las montañas bajar a miles de indígenas, después de larguísimos viajes, y sin tener asegurado su pasaje de regreso, para despedirse nuevamente de su padre. La fila para pasar a ver a Don Samuel cambio de forma, a veces dándole vuelta a la iglesia, a veces saliéndose de ella y a veces convirtiéndose en un aglomerado de personas sin orden, como si les hubiera invadido la angustia por alcanzarlo. Día y medio no fue suficiente para que toda la gente que lo amó le diera su último adiós y tuvieron varios entonces que alzar la mano y ondearla para despedirse. Por ese día y medio llovieron los cantos, los rezos, los bailes, las palabras, las reflexiones, las lágrimas, las sonrisas, los encuentros, los viajeros, los abrazos, los amigos, la paz… el amor. Al estar en misa, comiendo, o simplemente congregados, se sintió su espíritu, su energía, su bondad. Para cada una de las misas en su honor faltaron asientos, así como palabras que pudieran llegar a describir lo que su vida significó para muchos, para muchísimos.

Su última misa fue al aire libre, en la plaza de la Catedral de la Paz. Algunos tontos guardábamos un buen lugar desde muy temprano en la mañana para el oficio de medio día, sólo para enterarnos media hora antes que sería afuera y encontrarnos casi imposibilitados a salir por la multitud que se había ya congregado a los alrededores de la iglesia. Nos reunimos distintos pensamientos, nacionalidades y hasta religiones, todos unidos por él, por el siempre incluyente, el que nunca regañaba (sólo invitaba), el que nunca odió (ni a los que lo odiaron y lastimaron), el que nunca discriminó, el que nunca vivió entre lujos, el que nunca eligió el camino fácil, el que nunca paró… El Caminante.

Gracias por tu guía, gracias por tu lucha, gracias por tu ejemplo, gracias por tu caminar, gracias por tu paz, gracias por escuchar, gracias por tu legado, gracias por tus frutos, gracias por tu luz, gracias por tu cobijo, gracias por tu trabajo, gracias por tu apoyo… como dijeron las Abejas, un último favor, dile a Papá y Mamá Dios, que, entre tantas otras, la masacre de Acteal sigue impune… te tenemos en nuestro corazón, seguiremos caminando con tu ejemplo.

“Quién dijo que todo está perdido… tanta sangre que se llevó el río, yo vengo a ofrecer mi corazón… cuando no haya nadie cerca o lejos, yo vengo a ofrecer mi corazón… y hablo de cambiar esta nuestra casa… quién dijo que todo está perdido, yo vengo a ofrecer mi corazón.” – Fito Páez

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