martes, 16 de noviembre de 2010

Templos modernos

A falta de suficiente espacio público en nuestras ciudades mexicanas y de la inseguridad que reina cada vez más en nuestras calles, los mexicanos hemos tenido que optar por sitios pertenecientes al sector privado para congregarnos y ocupar espacios de esparcimiento a todas luces deficientes e insuficientes. Hace años, la compra y el consumismo conformaban sólo una pequeña parte de nuestras actividades recreativas; se compraba en las calles como aún se hace hasta cierta medida en algunos centros de nuestras ciudades, en mercados populares como la Merced, o en colonias donde habita gente con muchos recursos económicos como la Condesa y Polanco en el Distrito Federal. Sin embargo, en las periferias como lo son Satélite o Villa Coapa en el norte y sur de la capital, el comercio se concentra en puntos específicos y los habitantes de estas zonas encuentran como su única opción de reunión a los malls. Por otro lado, el modelo urbano-peatonal de Coyoacán o San Ángel se considera antiguo e insuficiente para nuestros tiempos modernos y así se considera que los centros comerciales llenan un vacío a falta de espacios públicos y plurales en nuestros alrededores.

Cómo comparar a la calle y a los espacios abiertos con centros comerciales que cuentan con control climático, estacionamiento, y escaleras eléctricas, llega a ser el argumento de desarrolladores y arquitectos. Se argumenta que los malls son espacios que promueven la convivencia social y que así sean centros de comercio popular para los barrios pobres o centros donde se ofrecen artículos más elitistas, todos pueden acudir a ellos. ¿Será verdad dicha aseveración? ¿Será esta tipología urbana, altamente controlada y acotada y netamente heredada por los estadounidenses, tan exitosa y saludable a nivel social? Y lo que es más importante, será suficiente para suplantar al espacio público y recreacional de los mexicanos. Cómo suplantar parques y plazas públicas donde no sólo se consume si no se promueven actividades físicas y culturales. ¿Son realmente accesibles los productos de los malls para el grueso de los mexicanos, y es cierto que todos podemos entrar a estos espacios privados sin correr el riesgo de sufrir discriminación o maltrato?

Es bien sabido que la clase alta se incomoda por la popularización de sus centros comerciales y por aquellos que sólo pasean en los malls sin comprar nada. Este sector de la población busca espacios inmunizados frente a la realidad exterior de sus ciudades. Y es entonces cuando el que quiere pasear pero no puede comprar una hamburguesa de 150 pesos se verá juzgado y hostigado por la seguridad del lugar que lo cuestionará acerca de sus motivos por estar ahí. Hay que preservar la seguridad ante todo, porque si tu aspecto no es el adecuado, entonces no podrás siquiera darte el lujo de pasear por el mall, comprar un helado, probarte un vestido sin comprarlo, o sentarte a platicar por largas horas en una banquita. Aun cuando las reglas no se quebranten frecuentemente en ciertos centros comerciales la vigilancia debe ser meticulosa, ya que demasiada convivencia entre millonarios y obreros puede ser altamente peligrosa. No puede negarse que la exclusión termina por aflorar en estos ambientes.

No obstante, los malls son claramente y desde hace tiempo un fenómeno mundial y no exclusivo de nuestra sociedad mexicana, pertenecientes a una arquitectura y diseño urbano internacional, olvidando cualquier factor regional que podría ser fundamental para su ideal planeación y construcción. Más aparte, y sobre todo en países como el nuestro, han promovido la sub-urbanización, el uso excesivo del automóvil y el abandono de las calles, creando así también un círculo vicioso en el cual los pocos espacios públicos, ahora vacíos, se perciben como hostiles e inseguros. Pero por qué es el tercer mundo, particularmente Asia, Medio Oriente, y obviamente América Latina, el que ha adaptado con más fervor este modelo norteamericano. Por qué se han convertido en los sitios principales para pasar nuestro tiempo libre e intentar llevar una vida colectiva. Por qué preferimos ir de shopping a ir a un parque o al teatro, o incluso hasta un juego de futbol o un concierto. La respuesta obvia oscila entre la inseguridad de nuestras calles, la falta de espacio público y el magnífico trabajo mercadotécnico de los empresarios que le apostaron enérgicamente al consumo enfurecido al fundar estos establecimientos lucrativos.

La combinación fatal de nuestros gobernantes y clase empresarial una vez más nos mutila en cuestión de identidad, cultura y futuro. Nos priva de lo necesario para crear una sociedad sana e integral y orilla a la mayoría de los mexicanos a rebautizarse bajo la religión del consumo. Sin embargo, siguen existiendo los mexicanos que prefieren una noche de concierto en el Zócalo o de baile de danzón en la Alameda, la compra de arte y artesanía en Coyoacán o San Ángel, una feria del libro, una tarde de teatro, un paseo por el mercado, una cascarita de futbol…apoco no se antoja todo esto mucho más que un día entero en un centro comercial atiborrado por las ventas pre-navideñas.

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