lunes, 8 de noviembre de 2010

Entre los humos de una fábrica y un parque

Como se han caracterizado los festejos del Bicentenario propuestos por el Gobierno Federal, visualmente ostentosos pero pobremente concebidos, las obras públicas no se quedan atrás. Este domingo 7 de noviembre, se inauguró en la delegación Azcapotzalco sobre la ex-refinería 18 de marzo, el “Gran Parque Bicentenario”. De manera preocupantemente expedita se terminó ésta obra que pretende convertirse en uno de los grandes pulmones del Distrito Federal. Es cierto que dicho proyecto se planteó hace ya varios sexenios, sin embargo, los trabajos necesarios para completarlo pasaron por gobiernos tanto federales como locales caracterizados por la desidia, indiferencia y apatía. Pero el gobierno de Felipe Calderón, adicto a la organización de pomposos actos públicos, quiso verse como un régimen interesado en la ecología y así se inauguró una obra no concluida y con dudosa personalidad “verde”.

Era mucho el tiempo requerido para limpiar este terreno de contaminantes tóxicos y hasta cancerígenos (no el tiempo record que planteó la administración federal para inaugurar el parque durante las fiestas del Bicentenario) lo cual en tiempo de obra exacerbó el malestar entre la gente que vive en zonas aledañas hasta provocar la hospitalización de varios por la emisión de gases. Son muy altos los niveles de contaminación en el suelo y aguas subterráneas de este lugar, que contienen gasolina, gas metano y gas benceno. Sin embargo, y a pesar de las recomendaciones de instituciones y centros especializados de la UNAM y extranjeros, de que el saneamiento de la zona tardaría décadas para remover la tierra contaminada, extraer vapores tóxicos e inyectar bacterias que consumieran los hidrocarburos restantes, la decisión del federal, como de costumbre, fue soberbiamente inamovible.

Desafortunadamente, el gobierno capitalino tampoco supo reconocer ni prestar suficiente atención a estos llamados que podrían llegar a afectar a 85 mil habitantes. Su respuesta consistió en brindar brigadas de la Secretaría de Salud para la atención de síntomas relacionados y recomendar que se cerraran ventanas para no ser afectados por el polvo removido del parque. Al mismo tiempo, se aseguró que no existía ningún riesgo. Es indignante que diversas instituciones y secretarías o instancias gubernamentales se contradigan acerca de un tema tan grave como el de la peligrosidad de estas obras y la existencia de dicho parque. Qué tipo de garantía pueden llegar a tener los habitantes de esta zona que están viendo una vez más su calidad de vida deteriorada a niveles inaceptables. Por tanto, no puede más que exigirse un monitoreo atmosférico y publicación de los resultados obtenidos para la tranquilidad de la gente que vive en estas áreas.

La refinería que fue cerrada hace casi una década podría ser hoy un lugar donde los niños jugaran tranquilamente y los capitalinos se encontraran en un lugar de recreación digna y apropiada. No cabe duda que la creación de áreas verdes es muy necesaria en la capital del país como una de las medidas necesarias para mejorar el nivel de vida de sus ciudadanos. Pero no puede pretenderse sanear cincuenta y cinco hectáreas profundamente dañadas de la noche a la mañana sólo porque sería impensable el compartir crédito con sexenios venideros y de posible visión política diferente. Las obras que necesita México requieren de estudios profundos y acciones prolongadas. Desgraciadamente, se nos demuestra una vez más que el bienestar del grueso de los mexicanos no forma parte de las prioridades de nuestros gobernantes, sino sólo el lucir y ampliar de manera desproporcionada y mentirosa sus mediocres logros que siguen dañando a México y a los mexicanos. Lo que un día dejó a miles de personas sin empleo bajo la promesa de un futuro más sustentable, se ha convertido en exactamente lo contrario. Pero no puede pensarse que los habitantes de esta metrópoli tolerarán más contaminantes en sus entrañas.

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