lunes, 4 de octubre de 2010

México y América Latina, 200 años de raíces comunes en arquitectura

Así se tituló el evento que inauguró el Dr. José Narro Robles, con motivo de las celebraciones bicentenarias de nuestro país y centenarias de nuestra máxima casa de estudios. La precisión o veracidad de dicho título son debatibles, al igual que los muchos puntos de vista vertidos en dicho simposio. Sin embargo, el primero de octubre, en el día nacional del arquitecto y el día mundial de la profesión, se hizo un primer intento por dialogar acerca de la arquitectura mexicana y su rol en la construcción de nuestro país a lo largo de los últimos siglos. En estas charlas participaron personajes de la talla de Ricardo Legorreta y Gonzalo Celorio, personalidades de diversas partes del mundo y variadas profesiones, con distintos pensamientos y preocupaciones, pero las conclusiones en conjunto fueron más o menos las siguientes.

Se habló del inevitable tema de rezago en México, en una época en la que la tecnología avanza aceleradamente a nivel mundial, lo cual tiene que ver posiblemente con una falta de visión y planeación nacional, al menos en términos de esta profesión. Haciendo recuentos, se reflexionó que el desarrollo arquitectónico y urbano en nuestro país, así como en varios otros de Latinoamérica, también se ha visto históricamente truncado por guerras, dictaduras, intervenciones, etc. Pero ultimadamente, aun cuando no se haya mencionado muy ampliamente ni por varios ponentes, debe reconocerse que el injerencisimo norteamericano e imperialista, junto con las tendencias internacionales y carentes de identidad en la profesión de la arquitectura, como lo dijo el Arq. Ricardo Legorreta, ha causado una “indigestión” de tecnología y globalización, término cuyo significado ya ampliamente reconocido, se ha convertido, en gran parte, en un pretexto de los países ricos para saquear a los pobres.

Y así como este saqueo ha sucedido en términos globales o internacionales, en la escala nacional tampoco nos hemos quedado atrás. Al arquitecto se le ha olvidado muchas veces que su profesión debiera ser una de servicio sin pausa a las necesidades de su entorno o comunidad. Se ha olvidado del mismo modo, que la obra arquitectónica también pertenece a los artesanos de la construcción así como a los que habitan los espacios, entes a los que se les desdeña y olvida en muchas ocasiones, al hacer arquitectura estética pero poco eficiente o útil. De este modo, el desafío de los jóvenes arquitectos y urbanistas mexicanos y latinoamericanos es aquel de brindar apoyo al más débil (que en México es un porcentaje mayúsculo) y luchar contra la pobreza no sólo económica, sino también cultural para convertir a nuestros países en lugares más justos y con un futuro más prometedor y común. En nuestra responsabilidad profesional tampoco podemos olvidar lo poco adecuada que ha sido la planeación urbanística de México, en la cual han reinado la corrupción, el caos absoluto y los intereses políticos, creando así faltas graves a la urbanidad y a la calidad de vida de ciudades como la capital y a sus poblaciones.

La consideración hacia el medio ambiente tampoco es una que como profesión podemos de ninguna manera dejar a un lado. Nuestros diseños no pueden más que luchar por ser sustentables, y esto sólo podrá lograrse con una profesión más interdisciplinaria que trabaje en conjunción con muchas otras. No puede olvidarse que nuestras edificaciones son responsables del veinte por ciento del consumo de energía, sólo superadas por el sector transporte e industrial y que la forma en que afectamos al planeta puede ser ampliamente mitigada con un diseño responsable y eficiente. En conjunto, nuestros diseños no deben dejar de proveer de espacios verdes y una estructura pública adecuada en sitios del país tan alejados de ello como lo es la Ciudad de México.

En estos diálogos, también se conmemoró nuestra historia de la arquitectura, se recordó el eterno desplazamiento que ha ocurrido de una época a la siguiente, sin borrarse completamente ninguna era, y creando así una mezcolanza magnífica. Se reconoció, también, cómo la arquitectura y el diseño suelen ser un reflejo de las mentalidades y valores de una sociedad y su tiempo, así lo reflejan obras maestras como el Palacio de Bellas Artes, Ciudad Universitaria, el Museo de Antropología e Historia o los murales de la época post revolucionaria que intentaban recuperar y plasmar nuestras raíces prehispánicas. O también las obras realizadas para las olimpiadas del 68, que intentaban sobresalir y desplazar así, problemáticas sociales inmensas. De una manera u otra, las múltiples etapas de la arquitectura mexicana han ido dando indiscutible identidad a nuestras ciudades, aun cuando ésta haya sido parcialmente apropiada de otros países o épocas pero al mismo tiempo modificada e imprimiendo nuestra fascinante cultura y creatividad en ella.Al final de cuentas, la riqueza y diversidad cultural de nuestro país se refleja directamente en nuestra arquitectura, dándole una auténtica identidad que rememora el pasado pero también admira el futuro.

Finalmente, el carácter de exposición y permanencia de nuestra profesión, hace que nuestras obras vociferen, contaminen o hasta insulten a nuestras ciudades. Hoy en día, con la tendencia internacional de convertir nuestra arquitectura en un record, espectáculo u ícono, digno de ocupar un lugar en las revistas, en lugar de una arquitectura comprometida y responsable, nuestras obras han iniciado a tener un carácter que repele, en lugar de atraer. No podemos dejar de ver al futuro, pero sin olvidar las lecciones del pasado. Debe reconocerse, que en nuestros tiempos y densidades, quizála restauración es mucho más prudente que la construcción, y que si ésta llega a tener lugar, debe ser extremadamente responsable y respetuosa de las necesidades de nuestras ciudades y paises. No hay más lugar ni espacio para otro tipo de diseño y arquitectura.

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