lunes, 12 de julio de 2010

Un pasado olvidado es un futuro perdido

“Ser libre no sólo significa el quitarse de encima cadenas, sino vivir respetando y propiciando la libertad de los demás.”Nelson Mandela

A mediados de junio, sin llegar a primera plana ni a los noticieros transmitidos en hora pico y enormemente opacada por el Mundial, surgió una muestra de solidaridad extraordinaria por parte de un sector del maravilloso y cálido pueblo sudafricano. El Congreso de Sindicatos de Sudáfrica, reuniendo a más de dos mil personas, se movilizó para manifestar su repudio en contra de un gobierno que calificaron como fascista dedicado a atacar a los trabajadores y sindicatos de nuestro país, haciendo hincapié en la represión y brutalidad con la que han sido tratados los mineros mexicanos (una historia bastante familiar para ellos). Los sindicatos sudafricanos han sido una fuerza social extraordinariamente fuerte y caracterizada por luchar y combatir regímenes atroces como el del apartheid. Se valora enormemente que un pueblo tan lejano, con problemas aun tan grandes y una historia tan dolorosa tenga la capacidad de voltear a su alrededor y tomarse el tiempo de luchar por una justicia universal, talvez sea tiempo de que los mexicanos hagamos lo mismo y volteemos a nuestra “tercera raíz”, o primera, considerando que toda la humanidad proviene de África.

El título de este artículo es un slogan usado por el Apartheid Museum localizado en Johannesburgo: “A history forgotten is a future lost.” Lo usa con el afán de no olvidar a los grandes héroes y sus logros. Tristemente, ellos si se olvidan, pero a más de quince años del fin del apartheid, la herida sigue increíblemente fresca, quizá no se ha hecho todo lo necesario para sanarla. Pese a los esfuerzos por presentarle a la comunidad internacional una increíble y mágica unidad durante el Mundial, con el propósito de abrirse al mundo e inspirados por un personaje como Madiba (Nelson Mandela), la problemática racial que se vive en Sudáfrica es profunda y compleja.

Como fruto del colonialismo y el nacionalismo Afrikáner, el apartheid nació formalmente en 1948 con la segregación racial tanto de facto como legalmente; se pedía documentación para implementar esta división racial en prácticamente todo lugar, inclusive se dislocó a comunidades enteras para crear entidades en donde sólo vivieran blancos. Como respuesta, a finales de los cincuentas empezaron las protestas, la creación de organizaciones y la supresión violenta de las mismas. En los sesentas, el racismo se intensificó pero con ello también la conciencia, el orgullo y la emancipación psicológica de la comunidad negra, aun cuando la oposición era frecuentemente torturada hasta la muerte. Las protestas de 1976, principalmente en Soweto, marcaron el fin de la sumisión del pueblo negro, aun con la dolorosa muerte de cientos de estudiantes. Con especial fuerza, se continuaron manifestando los estudiantes en los ochentas y la resistencia en contra del apartheid creció tanto dentro como fuera de Sudáfrica y en familias tanto negras como blancas. En 1990 se liberó a Mandela después de 27 años de estar en prisión pero la violencia y lucha política continuó hasta las elecciones de 1994 en donde los votantes estuvieron parados por horas en filas de hasta más de un kilómetro; los negros votaron por primera vez en África y Mandela ganó con el 63 por ciento de los votos. El colonialismo había terminado sin necesidad de una guerra civil o intervencionismo extranjero.

A partir de entonces, los intentos de reconciliación han sido muchos y la constitución de 1996 se basa en garantías de igualdad más extensas que en cualquier otro país; los otros seis pilares de esta constitución son democracia, reconciliación, diversidad, responsabilidad, respeto y libertad. Sosteniendo estas creencias se encuentra la fuerza de una de las figuras más respetadas y queridas de nuestros tiempos; aquel que en una sola persona encierra cualidades como la valentía, la compasión, la integridad y la esperanza; alguien que vivió innumerables injusticias y ha luchado por sus ideales y la conciliación toda su vida hasta convertirse en el primer presidente sudafricano electo democráticamente. No obstante, y aun siendo una gran inspiración para la mayoría de los habitantes de Sudáfrica y del mundo, y con un pueblo increíblemente calido y noble, tristemente la reconciliación entre los sudafricanos de distintas razas esta lejana a concretarse. Probablemente Mandela, junto a personajes como Gandhi, sea una persona con una capacidad de perdón inmensa. Sin embargo, la generalidad de la humanidad no es así, no es tan fácil perdonar años de subyugación e injusticia.

Al inicio del mandato de Mandela, se creo un comité de Verdad y Reconciliación en el cual se dio amnistía a todos los participantes y los que sostenían los más altos rangos en el régimen del apartheid. Sin promover una justicia de ojo por ojo o pena de muerte, las leyes que los seres humanos hemos creado y los derechos humanos dictarían que muchos de estos individuos tendrían que permanecer en la cárcel por años si no es que por vidas enteras. Sin embargo, tras una disculpa pública, estas personas son parte de la élite sudafricana que conforma el cinco por ciento de la población y tiene 88 por ciento de la riqueza del país. Sin renunciar a nada son personas que no se percatan de la pobreza, el hambre y las enfermedades que inundan su país gracias a las políticas que implementaron en el pasado y se sorprenden de encontrarse en un entorno de delincuencia. Del mismo modo, lejos del entorno urbano, la gran mayoría de las tierras sudafricanas pertenecen a granjeros blancos y extraordinariamente ricos.

Esta realidad se fortifica con el sistema que gobierna nuestro mundo actual, el del libre mercado que contrario a su significado literal, e inteligentemente, se ha comenzado a llamar en Sudáfrica el apartheid económico. En éste, el gobierno tuvo que negociar con instituciones financieras y compañías como las mineras desde 1994 para evitar el desplome de la economía pero con ello perpetuando el aumento de la desigualdad entre los sudafricanos. Y como en otros cuentos del capitalismo, los ricos se hacen más ricos, mientras proyectos de vivienda se desmoronan por no ser atractivos para los bancos que los pueden financiar; al mismo tiempo los privilegiados riegan sus campos de golf y llenan sus albercas mientras la mayoría de la población camina kilómetros en busca de agua que muchas veces ni siquiera es potable.

Las divisiones que fueron creadas e incrustadas durante casi un siglo en este país junto con las separaciones raciales-urbanas han probado no ser nada fáciles de borrar, al igual que el resentimiento, paradójicamente proveniente en gran parte de la comunidad blanca. La agrupación de comunidades armadas de origen caucásico ha proliferado a partir de 1994 bajo el argumento de no sentirse protegidos desde el fin del apartheid. El 75 por ciento de los sudafricanos blancos afirma que les molestaría que sus hijos decidieran tener un matrimonio interracial, a comparación del 27 por ciento de los sudafricanos negros. La gente blanca en situación de pobreza culpa a las políticas de los gobiernos post-apartheid por su situación económica. Al mismo tiempo, la segregación urbana sigue siendo clara, con la población negra concentrándose en los centros de la ciudad y la blanca en los suburbios de ciudades como Johannesburgo o Pretoria. En ciudades históricamente multirraciales como Ciudad del Cabo, prevalece la dominante población blanca establecida desde tiempos del apartheid por su atractiva y hermosa locación entre el mar y las montañas, relegando así a otros grupos raciales a municipalidades pobres lejos del centro de Capetown.

Sumándose a los problemas del pasado se va perdiendo la esperanza con gobiernos actuales que permiten la corrupción como el de Jabo Zuma (un reconocido polígamo), y que no ofrecen claras soluciones a los problemas que más afectan a esta nación como es el SIDA o la pobreza. También se incrementa la xenofobia contra inmigrantes de países vecinos como Zimbawe y Mozambique o en contra de los refugiados etíopes, bajo el argumento de que roban empleos sudafricanos e incrementan los índices de violencia. Olvidando el horror que se vivió, se perpetúa.

Queda el ejemplo de ciudades como Soweto en donde la pobreza era profunda y dolorosa pero gradualmente empieza a desaparecer. Las similitudes entre Sudáfrica y México son muchas: la disparidad económica, nuestro legado colonialista y pese a todo la actitud de alegría que tienen ambos pueblos hacia la vida. Sólo puede esperarse que el humanismo y la valentía que el pueblo sudafricano tuvo para liberarse del apartheid legal, los libere nuevamente del apartheid económico y social que inunda no sólo su país, sino demasiados rincones de nuestro planeta.

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