martes, 18 de mayo de 2010

De la Santa Muerte…nadie se salva

El culto a la muerte existe desde hace miles de años en México y el mundo, su representación se ha hecho presente a través de la historia por medio de símbolos e imágenes, y su importancia en distintos grupos de la sociedad prevalece. Los pueblos mexicanos del pasado y el presente han sido y seguirán siendo devotos a la natural e inevitable muerte mientras ella se los permita pero las leyendas y creencias que surgieron en pueblos como el mexica, difícilmente morirán. En ellas nació la Santa Muerte, para quien las ofrendas y homenajes posiblemente nunca dejarán de llegar.

Fue uno de los templos de Tenochtitlan, de los primeros en donde se adoraron a los señores de la muerte: Mictlantecuhtli y Mictecacihuatl. En ese entonces, este culto era importante entre la gente común y los sacerdotes, pero con la llegada de los españoles estas tradiciones pretendían ser erradicadas. Hasta la fecha, el culto a la Santa Muerte se considera contra hegemónico a la religión oficial y cuestionado y rechazado por ella por ser proveniente de comunidades que no se sienten representadas por la Iglesia Católica. Mientras tanto, los fieles a la Santa Muerte se acrecientan día con día, al grado que resulta posible que la Iglesia decida incluir o aceptar este culto con tal de ganar seguidores, no tanto por aceptar la cultura popular que en otros momentos y regiones se resguardó en la adoración al Santo Niño de Atocha, por dar un ejemplo entre muchos otros santos de creación popular más que oficial (cómo olvidar a Jesús Malverde, deificado principalmente por los narcotraficantes, pero amado por muchos por ser considerado el Robin Hood mexicano que le quitaba a los ricos para compartir con los pobres).

Los mexicanos somos un pueblo reconocidamente fervoroso, y los grupos delictivos no son la excepción. Igual que a Malverde, la adoración a la Santa Muerte, como es de esperarse, es común entre los grupos del crimen organizado, ya que éstas son personas que viven en constante riesgo de muerte y entonces recurren a la también llamada Niña Blanca en esperanza de que los proteja de las balas firmadas con su nombre. Pero hoy en día, los delincuentes no son los únicos en invariable peligro. La Santa Muerte también es hondamente venerada por los paisanos que intentan cruzar la frontera con la esperanza de salir con vida de tal recorrido. Y con la creciente ola de inseguridad, resulta fácil entender, que una buena parte de la población mexicana se una a ésta plegaria. Por tanto, los creyentes y adoradores de la Santa Muerte han crecido exponencialmente en los últimos años (de 500 mil en el 2004 a 5 millones en el 2009) y la gran mayoría de ellos pertenece a las clases marginadas de nuestro país. El culto a la Santa Muerte ha sido uno que se ha caracterizado por su inclusión y no por el enjuiciamiento de sus fieles. Éste grupo religioso, que afirma creer en Jesucristo y sus enseñanzas, en temas de actualidad difiere ampliamente con la Iglesia Católica; sus sacerdotes no practican forzosamente el celibato, promueven el uso de anticonceptivos, aceptan el aborto en caso de violación y la homosexualidad. He ahí la posible explicación de su crecimiento acelerado.

La represión vivida por considerarse un culto satánico, la destrucción de muchos de sus altares e incluso la prohibición de su práctica en algunas localidades, no ha sido suficiente para amedrentar esta práctica religiosa. Los templos se han hecho presentes en diversos puntos del territorio nacional y Estados Unidos (particularmente en Los Ángeles y Chicago). Como podría esperarse, el llamado templo mundial de la Santa Muerte se encuentra en el Distrito Federal (donde se encuentran altares a la Santa Muerte casi en cada esquina de algunas colonias como Centro Histórico o la Merced), en la delegación Venustiano Carranza, entre la colonia Morelos y Tepito. Sin embargo, la presencia de La Doña, como también suele llamársele, existe en muchos otros estados como Guerrero y Veracruz y predominantemente en los estados del norte como Tamaulipas, Nuevo León y Chihuahua, donde la muerte acecha por varios y diversos motivos. Incluso en Sombrerete, Zacatecas, en el mes de julio, se le celebra a La Santa Muerte, quien a nivel nacional, sólo la Guadalupana le gana en popularidad.

El día de hoy, a la muerte muchos mexicanos la ven como a una santa y en sus altares le hacen ofrendas como puros, alimentos y veladoras. Se le viste de distintos colores dependiendo de la petición del creyente y se le carga con símbolos como la hoz, la balanza, el mundo y el reloj de arena que de distintos modos representan justicia y equidad, ya que sin importar fronteras o distinciones, todos caen bajo la guadaña de la muerte. Como en el siglo XIX, con la epidemia de viruela y la llamada muerte negra, la popularidad de La Flaca ha ido en ascenso en los últimos años, y la muerte de miles de mexicanos gracias a la inseguridad que vivimos puede ser la razón y respuesta. O puede simplemente ser la superstición de la gente y su necesidad de tener fe en algo. Independientemente, lo cierto es que a la oscuridad y a la muerte se le puede rechazar, temer o adorar, pero indiscutible y particularmente en nuestros tiempos, no puede dejársele de reconocer como inevitable.

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