jueves, 6 de enero de 2011

Tarea imposible

Es evidente que el fin del año 2010 y el inicio del 2011 está siendo una época de discordia en la Ciudad de México debido a diversos proyectos y obras públicas en desarrollo. Los dos casos más notables son sin duda la Supervía Poniente y las obras de la línea tres del Metrobús. Resulta difícil catalogarlos como designios positivos o negativos, ya que existen argumentos sólidos en corrientes a favor y en contra de ambos casos. La realidad es que los conflictos relacionados con el transporte y la comunicación vial en la capital de la república y su zona conurbana son muchos y muy complejos y han llegado al punto de representar un problema sin solución absoluta. El Distrito Federal tiene muchos más habitantes y vicios de los que saludablemente debiera soportar, lo cual ha orillado en este punto a su gobierno, generalmente sensible hacia las demandas de su población, a descalificar e ignorar los argumentos en contra de lo que ellos consideran genuina, y hay que aceptarlo, políticamente necesario.

Por un lado tenemos un proyecto que conectaría el Periférico Sur con Santa Fe, cobrando cuota a sus usuarios y solventando la costumbre, de la mayoría de la gente que habita, estudia y trabaja en esta zona, de rechazo al transporte público y fomento al uso de automóviles privados. Reconociendo que el problema de tráfico que se da en avenidas como Constituyentes y Reforma que conectan el centro de la Ciudad de México con Santa Fe es gravísimo, es entendible que habitantes de zonas como La Malinche, que se verán afectados por dicha obra sin ser los principales beneficiados de ella, se encuentren reacios a aceptar las expropiaciones realizadas por el gobierno capitalino y la construcción de esta Supervía Poniente. Tiene que reconocerse que Santa Fe es una zona altamente elitista, incubadora de colegios y universidades privadas, así como zonas residenciales y centros comerciales que no le permiten la entrada a cualquiera, a menos que sea para servicios como los que proporcionan trabajadores de limpieza y choferes, por ejemplo, gente para la cual el transporte público que los lleva a sus oficios resulta a todas luces escaso e ineficiente. Más aun, esta zona de la ciudad, que gusta de llamarse moderna y vanguardista, debiera entender que lo innovador y congruente en una ciudad como ésta es el uso y la promoción de un transporte público eficiente y limpio que aminore las problemáticas de tráfico y contaminación, más que seguirla llenándola de arterías que podrán ser útiles a primera vista, pero letales a largo plazo.

Bajo esta premisa de vislumbrar al transporte público como el futuro y posible o parcial salvación (con ayuda de muchas otras acciones) de esta ciudad, resulta más difícil encontrar argumentos en contra de la construcción de la línea tres del Metrobús. Desde lejos es fácil vislumbrar esta nueva ruta de transporte público como parte de un motor que promueve el desarrollo saludable de la capital del país y la movilidad más eficiente de millones de capitalinos. Reconociendo la cantidad de trabajo que brinda la industria del taxi en el D.F., argumentos o miedos de choferes que perderán pasajes de cuarenta pesos con la llegada del Metrobús a ciertas zonas no es suficiente para frenar un proyecto que beneficia comunicando y conectando a la población de una manera más barata y limpia. Sin embargo, es innegable que esta obra no puede dejar de considerar a las poblaciones afectadas por su construcción y los daños ambientales que ésta podría causar. Sería inaceptable pensar que dichas obras se están haciendo sin un estudio cuidadoso que ayude a plantear una estrategia que beneficie a muchos y afecte a muy pocos o a ninguno, y debe reconocerse que éste no es siempre el caso cuando se trata de proselitismo político cerca de fechas electorales importantes.

Es inevitable que en una ciudad con el número de habitantes que tiene la capital de nuestra república no domine la molestia de los habitantes que resultan afectados en sus actividades diarias con la construcción de obras públicas. Como comentamos, las problemáticas son inmensamente complejas. Por un lado, la ciudad se ha ido extendiendo a lugares lejanos y recónditos por falta de espacio, por la tendencia a la sub-urbanización de la clase media y media alta, y por falta de recursos económicos de la clase trabajadora para establecer una vivienda formal en el centro de la ciudad. Esto causa que los viajes diarios del hogar al trabajo se amplifiquen en distancia y tiempo a magnitudes ridículas y poco saludables en medios de transporte no siempre adecuados o suficientes. El aglutinamiento de gente en la capital es a todas luces insostenible, pero la falta de oportunidades en provincia y la concentración de instancias gubernamentales, comercio e industria en el D.F. no dejan otra opción para millones de mexicanos. Esto indica que ahí está la respuesta, descentralización urgente, incentivos fuera de la capital y restricciones para establecerse en ella. Esto obviamente requeriría un esfuerzo colosal por parte del gobierno federal, capitalino y de los estados; desafortunadamente, la discordia política nos hace pensar que este trabajo en equipo sería una tarea imposible.

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