lunes, 20 de septiembre de 2010

200 años después… entre la realidad y Disneylandia

Mientras en el Zócalo capitalino se intentaba minimizar cuatro años de tragedia nacional y se despilfarraba haciendo estallar una fiesta propagandística y descomunal de pirotecnia, rayos laser y demás trucos tecnológicos que costaron más de setenta millones de dólares (según cifras oficiales, aunque en realidad y sumando otros gastos del festejo del Bicentenario, se aproxima que la cifra se incremente a 250 millones, superando así, cualquier apertura olímpica o festejo disneylandesco imaginable); en la histórica plaza de las tres culturas se daba un grito que clamaba por la libertad de los presos políticos, los dirigentes sociales, los desaparecidos, los asesinados, los héroes anónimos, los indígenas, los campesinos, los migrantes, los obreros, los jóvenes, los profesionistas, la democracia…y cómo no, estando en su santuario, por la memoria de los estudiantes muertos en la masacre del 68.

Pero el Gobierno Federal no podía quedarse atrás, no aceptaría ser vencido por los hurras a favor de Andrés Manuel López Obrador y su grito de Independencia. Tampoco sería vencido por ninguna cifra malintencionada de los pesimistas que no apoyan fielmente sus proyectos y con ellos el bien de su país (que no el nuestro). Sabía que los festejos al estilo Televisa no serían suficiente. En este Bicentenario no podía más que tirarse la casa por la ventana con la ayuda, el consejo y la dirección de empresas transnacionales para poder sentirnos primer-mundistas con un festejo a la altura; para sentirnos un país progresista y con futuro. No ha importado, en estos meses de festejo patrio, que tan alejados estemos de los sueños y aspiraciones de nuestros héroes independentistas y revolucionarios, ni cuántos millones de mexicanos se encuentren en pobreza extrema, sin servicios de salud o sin educación; mientras haya dinero para suficiente fuego y luz en el aire, podemos estar confiados de que México estará bien.

Sin embargo, ni con todo el apoyo televisivo, empresarial, y hasta extranjero, pudo Calderón salvarse de los típicos revoltosos colados que arruinarían sus eventos de primera categoría. Si no se le abucheó en el Distrito Federal, donde más se le critica, quizá porque sólo dejaron entrar a los estrictamente necesarios a la plaza pública que es el Zócalo, o porque muchos de los enemigos de la nación se encontraban en Tlatelólco; en Dolores Hidalgo no se salvó de rechiflas y “¡…uleeeros!”. Aparentemente, ni la famosísima Banda El Recodo pudo mantener a la audiencia suficientemente contenta aquel día en el que se dictaba que no podía hacerse más que celebrar. Parece ser que la concurrencia no notó sinceridad en la lectura de Calderón cuando repitió las palabras dichas por Hidalgo hace 200 años, esas que hablaban de emancipación y libertad, y a falta de esperanza para alcanzar dichos anhelos, gracias a nuestro actual estado neocolonial y mucho menos que soberano, se prefirió gritar vivas al Chapo o a Malverde, y ¡muerte al mal gobierno!

Pero regresando unas horas antes, y a unas cuadras al norte del evento V.I.P. en la alfombra roja mexicana de Palacio Nacional, como la llamó el cada vez más decepcionante Canal 11, donde se festejó como nunca y no se permitió que el verdadero presente, ni el pasado estorbaran, y donde se llamó, por sobre de todas las cosas, a la unidad nacional, sin reconocer la existencia de dos Méxicos abismalmente separados, se escucharon cantos de protesta en voz de cantantes populares como María Inés Ochoa y las Adoradoras de Villa, se recordó y conmemoró la lucha histórica del pueblo mexicano en pos de la justicia y se reafirmó la determinación y esperanza para terminar con la actual decadencia de nuestro México, un México que debiera ser de todos y para todos. Con menos gente, y mucha menos fanfarria, no dejó de sentirse el ánimo de la gente. En un ambiente familiar y entre puestos que vendían artesanías, libros, documentales, La Jornada y El Proceso, la gente escuchó atenta y respetuosa el breve discurso, animándose así a echar porras al movimiento lopezobradorista hasta dos líneas de metro después, camino a su casa, sin haberse emborrachado o quedado cegados por celebrar festejos al estilo Mickey Mouse, pero llenos de esperanza en que su determinación y sus gritos desesperados cobren fuerza y moldeen a su país en uno justo, libre y soberano, por fin, tal vez, después de más de 200 años de lucha.

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